miércoles, 17 de noviembre de 2010

Reprogramaciones de género: estéticas feministas post-porno en el Coño Sur



Reprogramaciones de género:
estéticas feministas post-porno en el Coño Sur




Tabú de los feminismos encorsetados por un puritanismo virginal, la industria pornográfica – una de las de mayor consumo masivo a escala planetaria- contiene un alto poder disciplinador y productor del deseo. Bajo un principio sexotrascendental que, como lo ha llamado B. Preciado, podría denominarse “platonicismo espermático”, la eyaculación masculina – la muerte misma- es la verdad suprema de la representación del sexo pornográfico. En este marco, lo propio del porno dominante no es tanto la producción de placer por si misma, si no más bien su control y programación a través de la gestión del circuito excitación-frustración. Este aspecto no resulta gratuito, si tenemos en cuenta que en las sociedades farmacopornográficas, las actuales configuraciones somaticopolíticas de género presentan, en tanto son representados, a los bio-varones como penetrator universalis naturalis.

Disciplina, control y pastillas

El el paso hacia las sociedades farmacopornográficas -tal como las entiende Beatriz Preciado-, no ha sido sin una suerte de transición que yuxtapone e incorpora las “viejas” formas disciplinadoras del biopoder aggiornandolas. Fue Foucault quien introdujo un concepto clave para explicar las modificaciones políticas y sociales desde el siglo XVIII hasta nuestros días: la noción de biopolítica, donde una multiplicidad de dispositivos y mecanismos de poder sufren una mutación. Ya no se trata de doblegar o reprimir fuerzas en pugna –como sostienen las teorías clásicas “libertarias” sobre la represión de la sexualidad– sino de producir, fomentar, instituir y hasta exacerbar las fuerzas de la vida y su control. Desde una perspectiva biopolítica, el poder prolifera sobre la vida antes que suspenderla. Los mecanismos de control y regulación no se imponen por la vía represiva sino por la legitimidad científica, es decir, toda una serie de discursos, técnicas y especializaciones que a través del saber-poder de la ciencia producen “la verdad” sobre el cuerpo y la sexualidad. El poder se desborda para penetrar y constituir el cuerpo del individuo moderno y asignarlo a un grupo/masa.
De acuerdo a Deleuze (1991), las sociedades disciplinarias descriptas por Foucault alcanzan su apogeo a principios del siglo XX, y proceden a la organización de los grandes espacios de encierro: “El individuo no cesa de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (“acá no estás en tu casa”), después la fábrica, de tanto en tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia” (115). La idea que sustentaría este proyecto implica “concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe ser superior a la suma de las fuerzas elementales. Así comprobamos que las sociedades disciplinarias administran y organizan la vida más que decidir sobre la muerte como las sociedades soberanas que las preceden. Sin embargo, y sin salirse de la línea trazada por el primero, Deleuze incorpora la noción de sociedades de control. Si en las sociedades disciplinarias era necesario segmentar el biocuerpo de manera individual para disciplinarlo, puesto que “el poder es al mismo tiempo masificador e individualizador, es decir que constituye en cuerpo a aquellos sobre los que se ejerce, y modela la individualidad de cada miembro del cuerpo” (117-118); en las sociedades de control el lenguaje está hecho de cifras que “marcan el acceso a la información, o el rechazo” (118). No se trata ya de un molde donde encontramos el par masa-individuo. El control es modulación con dividuos, es decir muestras, datos, bancos. Empero, estas sociedades no operan sobre máquinas energéticas cuyo peligro radicaba en la entropía y el sabotage; sino en máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es la piratería, el ruido, y el virus. Su instrumento privilegiado de control social es, pues, el marketing.
Heredera de ambos, Beatriz Preciado se despacha con la sociedad farmacopornográfica o nuevo tipo de gubernamentabilidad del ser vivo cuyo motor seguirá siendo, como en los otros dos casos, la subjetividad, pero en clave postfordista. Su poder de control tampoco se dará sobre la noción de individuo, quimera de la modernidad temprana a la cual es imposible retornar para ningún agenciamiento político, sino sobre un todo tecnovivo conectado: “El biocapitalismo farmacopornográfico no produce cosas. Produce ideas móviles, órganos vivos, símbolos, deseos, reacciones químicas, y estados de alma. En biotecnología y en pornocomunicación no hay objeto que producir, se trata de inventar un sujeto y producirlo a escala global.” (2008: 45)
Tal como vemos, la mutación de los procesos de gobierno social a partir del siglo XVIII hizo que el cuerpo esté en el centro de gestión de lo político. Una ficción histórica transitoria en relación a las formas de producción económica de gobierno de lo social que inventa un alma sexualizada, una subjetividad que tiene la capacidad de decir “Yo” e internalizar un conjunto de procesos de normalización que lo llevan a expresar en primera persona una verdad (sexo-identitaria) sobre si. En el proceso de industrialización que sigue a la revolución francesa, la reproducción sexual se entiende como una de las maquinarias de lo social. De allí que el cuerpo social esté organizado reproductivamente, es decir para producir vástagos (el famoso ejército de reserva sobre el cual advertía el discípulo de David Ricardo).
A mediados del siglo XX, ha habido un quiebre, y toda sexualidad no reproductiva se convierte en objeto de control, vigilancia y normalización. El sexo, entonces, es fundamental porque se vuelve uno de los enclaves estratégicos en las artes de gobernar y pasa a formar parte de los cálculos del poder, de modo que el discurso (los sistemas de signos) sobre la masculinidad y la feminidad y las técnicas de normalización de las identidades sexuales se transforman en agentes de control y modelización de las formas de vida en la que esos cuerpos se expresan. Por ejemplo, femenino y masculino ya no son un set de conductas sociales aplicadas conductivistamente sobre un cuerpo dado, sino que se trata de ficciones políticas que encuentran en la supuesta biosubjetividad individual su soporte somático, su lugar donde encarnar. Se trata más bien de dispositivos totales de masculinización y feminización que comulgan lo visual, lo hormonal por vía oral y química, lo literario, et cetera como complementos “naturales” de la supuesta feminidad/masculinidad de nacimiento. Tal como Preciado lo explica: “En la era farmacopornográfica... se trata de un control democrático y privatizado, absorbible, aspirable, de fácil administración, cuya difusión nunca había sido tan rápida e indetectable a través del cuerpo social...”(2008:136).
Resumiendo, lo propio de este régimen farmacopornográfico va a estar dado por tecnologías que ya no sólo controlan el cuerpo desde el exterior, como el panóptico, sino por aquellas que entran a formar parte del cuerpo, se diluye en él, se hacen cuerpo y son “mágicamente” aceptadas como complementes y refuerzos naturales a una feminidad o masculinidad que viene de fábrica; es decir, una relación cuerpo-poder microprostética: introversión-internalización de una conjunto de dispositivos de vigilancia y control.

Armas para el pueblo

Frente a este nuevo tipo sociedades y recordando el dictum de Deleuze, se trata más vale de buscar nuevas armas, entre ellas, las pornográficas. La pornografía industrial actual puede ser definida como “un dispositivo virtual /literario, audiovisual, cibernético masturbatorio, como imagen que se hace cuerpo. La pornografía es la sexualidad transformada en espectáculo, en virtualidad, en información digital,...donde público implica ...comercializable” (Preciado: 179). En cambio, el postporno se trata de inventar otras formas compartidas, colectivas, visibles, abiertas, un copyleft de la sexualidad que supere el estrecho marco de representación pornográfica dominante y el consumo sexual normalizado, que siendo sexualmente activo, cuente, como su hermano capitalista, con la capacidad de modificar la sensibilidad, la producción hormonal mediante un movimiento de apropiación (Cf. Biopolítica del Género de Beatriz Preciado. Princeton. 2006), y de poner en marcha un devenir público y político de aquello que se construye como privado y vergonzante.
Contextualizando las técnicas de producción de las subjetividad deseante, no es gratuito atender al desarrollo de la industria pornográfica. Ya en torno a los años 70, el cine pornográfico consigue expresar con mayor finitud su posibilidad de representación de lo sexual. Esta noción está estrechamente vinculada con la puesta en escena de estímulos visuales tridimensionales, el manejo estratégico del color y las luces, el aperitivo del zoom o mejor dicho, los primeros planos de genitales y rostros (close up). A partir de los años 80, con la aparición del video y después a finales de siglo con Internet, las técnicas de producción y distribución visual se han hecho accesibles al conjunto de la población, al menos en los contextos donde la economía local lo permite. En tanto se amplíe este espectro de consumo masivo con mayor destreza comenzaran a hacerse públicas productoras y grandes estrellas pornos, generalmente caracterizadas por la excepcionalidad de su cuerpos inaccesibles a la vez que públicos. (Figari. 2008) Pero más que una “democratización de la pornografía” es importante no perder de vista el hecho de que se inauguraba así un proceso en el que comienza a extenderse una suerte de globalización de un lenguaje sexual único, un pornopoder. Siguiendo a Preciado en su libro Pornotopía, la así llamada guerra fría fue una guerra bien caliente. En línea con la tesis preciadista, lo privativo del porno dominante no es tanto la producción del placer en sí misma, sino más bien su control y programación a través de la gestión del circuito excitación-frustración. Este círcuito está dado por un lado a través de la regulación del principio sexo-trascendental, fuertemente expresado en el cumshot, tropos de rigor en la semiótica pornográfica hegemónica; y por el otro por su alto valor pedágogico (de hecho, podríamos pensar en la pornografía como un sub-género dentro de la literatura didáctica) que se traduce en la repetición de ciertas coreografías en todo el porno que circula a nivel mainstream, sea industrial o amateur.
A grandes rasgos, podemos reconocer que la pornografía que logra imponerse comercialmente o popularmente tiene un marcado acento autoritario que reproduce las normas policiales de género. Se establecen de este modo códigos muy precisos de lo que un cuerpo puede o no puede hacer según su asignación sexo-género. La pornografía aparece aquí como un género en su sentido artístico que produce formas visibles de genitalidad (penetración, felación, eyaculación masculina) y privilegia la producción de placer del ojo masculino heterosexual. Con ello se inventa y se sofistica estéticas y coreografías de la sexualidad donde el cuerpo y su genitalidad se recorta de acuerdo a sus funciones reproductivas (y reproductoras) -este agujero para penetrar, esta boca para recibir cumshot-.
En paralelo a ello, durante la década del 80 cierto feminismo norteamericano comenzó a incluir la lucha contra la pornografía al interior de sus repertorios de protesta. En ese contexto las estrategias variaron: mientras algunas feministas abogaban por la educación y el debate abierto, otras más agresivas orientaron sus acciones de manera directa (por ejemplo, el bombardeo de la Red Hot Video, en Vancouver). Pero las alternativas que mayor estado público y extensión alcanzaron fueron aquellas que apelaron al Estado para que legisle en materia de obscenidad y censure a la pornografía por fomentar el odio e incitar la violencia contra las mujeres. Como ha señalado tempranamente Eileen Manion, la politización de la pornografía reveló ciertos paralelos históricos, en aspectos morales y políticos, encarados por las feministas de la primera ola. Esto es, al igual que las políticas de regulación del alcohol y el mal que ocasionaba éste a las familias, esta alternativa descansaba en la creencia de que ante la vejación del cuerpo de la mujer en los relatos pornográficos cabía entonces suprimir estas representaciones sin más para facilitar la integración y la admisión de la mujer-víctima en el mundo masculino. Bajo estas directrices, en Pornografía: varones que poseen a mujeres, A. Dworkin sostenía que la pornografía miente sobre la sexualidad femenina “al presentar a la mujer como cosa lasciva, disoluta y descarada, una puta siempre al acecho”, y dice la verdad en tanto “los varones creen que lo que dice la pornografía acerca de las mujeres, desde el mejor al peor de ellos” (citado por Manion, 1991:8). En sintonía, la abolicionista C. MacKinnon también abogaba por los derechos de las mujeres al querellar a los pornógrafos por humillar su imagen. Es decir, puesto que -de acuerdo a este planteo- las producciones pornográficas atentan expresamente contra las mujeres (como si la brecha entre realidad y ficción no existiera), estas feministas le pedían expresamente al Estado, y lo convertían en ese movimiento en un interlocutor válido para que legisle las producciones pornográficas como lo hace con otros crímenes. Este pedido de protección al Estado tempranamente se cobró víctimas en especial dentro de las minorías sexuales lésbicas sadomasoquistas. Sin ánimos de descontextualizar, el punto ciego de este tipo de posicionamientos es que no se trata simplemente de detenerse en una lectura patriarcal de la pornografía, puesto que antes que pensarla como un género descriptivo cobra mayor potencialidad cuando se reconoce su carácter performativo en tanto no nos dice cómo es el sexo, sino cómo debe ser.
La capacidad didáctica-conductiva de la pornografía y de las visuales de género que ésta conlleva es un potencial disruptivo susceptible de ser resignificado y reapropiado. ¿Por qué abolir sin más un arma que se provó tan efectiva? En general, cabe reconocer que bajo slogans como “la pornografía es la teoría, la violación la práctica” (Robin Morgan) se extendió el discurso en torno a la condena por la representación de la sexualidad femenina llevada a cabo por los medios de comunicación en tanto forma de promoción de la violencia de género, de sumisión sexual y política de las mujeres. El abolicionismo, solidario y cómplice del liberalismo político y a la retaguardia de las luchas sexuales, devuelve una y otra vez el poder de regular la representación de la sexualidad a un Estado ya licuado, que carece del poder y la fuerza que en ese gesto se le está asignando. En efecto, si la pornografía es un dispositivo de subjetivación arquitectónico mediático y de producción de lo privado y doméstico como espectáculo es posible concebirla como “una representación de la sexualidad que aspira a controlar la respuesta sexual del observador...” (Preciado, 2010:141) mucho más que a representarla. De allí que, como arma, no se trataría tanto de destruirla sino de resignificarla y reutilizarlas mediante la visibilización de prácticas, corporalidades, sexualidades, géneros, agenciamientos sexo-afectivos que atenten contra el orden de las cosas, incluida la heteronorma. La lógica de intervención postpornográfica considera que el Estado no puede protegernos de la pornografía, puesto que en realidad no hay nada de que prevenirse sino que se trata más bien de un sistema semiótico abierto o al menos fisurado al que hay que atacar con reflexión, crítica, acción directa y proliferación de semiosis, tal como nos enseñan lxs hackers. Viralidad.
De allí que entendamos el postporno como un sistema semiótico abierto y fisurado al que hay que atacar con crítica y reflexión en el uso de placeres y en la reprogramación de deseos; es decir, proliferación de semiosis que cual hackers del sexo-cuerpo interviene anonimanente o desde personajes conceptuales, incluso a la pornografía misma. Se trata en efecto de inventar otras formas colectivas -abiertas, insistimos, cual copyleft- de la sexualidad que supere el marco de representación pornográfica dominante, parodiando incluso la utilización de la figura protagónica central que la pornografía industrial también utiliza a la vera del arte legitimado: parodia de la porno star (desde Ciccolina hasta Tracy Lords, pasando por la neumática Pamela Anderson) que a su vez es una parodia degradada de la actriz legítima sacándose la ropa en cámara. Cuerpo público de la actriz porno al que todxs frustradamente deseamos acceder, pero cuyo uso está vedado sólo en la representación visual.


Coño Sur

Frente al par antitético opositivo represión y censura vs. liberación y disfrute pleno de la sexualidad, la postpornografía ofrece una iniciativa de discurso a saber: contra-producción del deseo/placer. De modo similar que diversas experiencias del hemisferio norte, en el Cono Sur están teniendo lugar agenciamientos políticos disidentes frente a la sexopolítica dominante.
En la región Argentina, nos encontramos con el grupo de afinidad Ludditas Sexuales, mientras que en Chile se presenta la mano de la CUDS (Coordinadora Universitaria de Disidencia Sexual). Estos micro-grupos, reacios a la protección de los Estados, encuentran cabida y pertinencia al atacar la sexopolítica de la representación con acción disruptiva y discurso crítico. El primer grupo cuenta con un programa de radio online (www.radiozonica.com.ar, Lunes 22 hs.) donde socarronamente se abordan sexualidades otras desde entrevistas hechas tanto a personalidades como a gente ignota, publicación de fanzines y textos anarquistas y queer en sus blogs (http://ludditassexxxuales.blogspot.com, http://ludditastexxxtuales.blogspot.com), y con performances porno-poéticas-terroristas herederas, desde algún punto de vista, del accionismo vienés.
En tanto que la CUDS de cuño universitario, se dedica a la realización de material viral audiovisual y jornadas que provocan e increpan fuertemente a los feminismos esencialistas, por ejemplo con su última campaña “Por un feminismo sin mujeres”. Fruto del activismo sexo-disidente, tal como lo explica uno de sus fundadores, Felipe Rivas, la CUDS nace el 5 de mayo de 2002. Tiene como antecedente directo al Comité de Izquierda por la Diversidad Sexual (CIDS), grupo de activistas gays y lesbianas vinculadxs al Partido Comunista. Asimismo, esta coordinadora propuso una suerte de definición de post-porno con la convocatoria a su taller homónimo realizado en Marzo de 2010 que formó parte del 2° Circuito Disidencia Sexual anteriormente citado: “Ven a explorar tu lado "Cyborg" de metal y circuitos...calientes, y a subvertir la representación del sexo televisivo, cibernético, cinematográfico!!! Con la ayuda de nuestro equipo audiovisual, realizaremos vídeos postporno en los cuales cada uno podrá dirigir, actuar, grabar, proponer, divertirse, excitarse, reírse, buscar los límites etc. etc. Es un taller de onda posfeminista y queer abierto a todxs.” Con esta postura aniñada y lúdica, la CUDS es un ejemplo de que la única definición subversiva que existe para las políticas sexuales de barricada son aquellas que colectivamente están en constante fuga, puesto que cualquier definición que se asiente, cualquier programa a priori será eventualmente asimilado por el Imperio. El concepto político post-identitario de “Disidencia Sexual” que no refiere a “un lugar dentro de las categorías de la sexualidad medicalizada identitaria (homosexual, lesbiana, heterosexual, transexual, bisexual)” sino que “...se erige como una posición política consciente de su voluntad de desacatar la norma sexual” corre el riesgo de nuevas ontologizaciones al partir desde un pre-concepto llamado “disidencia” el cual no siempre se transmite en prácticas subversivas sexuales sino en posicionamientos de juegos del lenguaje. Pese a que la disidencia sexual se aleja de la nomenclatura identitaria que forma parte de la norma sexual, peca de una archi-nomenclatura “otra”.
Logros más logros menos, en ambos casos, se trata de la desterritorialización y reconversión de diferentes signos, artefactos y bio-códigos, tales como los dildos, la música punk, el leather, la poesía, el ano transgénero, la performance en espacios públicos, el amor romántico devenido monstruosa producción del capitalismo y nuevas e inquietantes formas de hacer un ars politica. Un una palabra, copyleft de la espectacularización del deseo en el que el cuerpo postpornográfico opera como un contradispositivo de publicitación de la sexualidad. Sospechosa de “la salida del closet” o “la liberación sexual”, la fuga deconstructiva de estas prácticas contrasexuales – suerte de giro posthumano- tiene como efecto afirmativo el descentramiento del pene como órgano/absoluto arbitrario cultural que la tradición heterosexual ha reafirmado y reconocido como centro productor de placer.
Frente al par antitético opositivo que oscila entre represión y censura vs. liberación de la sexualidad, tal como hemos dicho, la postpornografía apela mediante sus múltiples lenguajes a la contraproducción del placer/deseo. Si hemos de reconocer con Preciado, que en la era farmacopornográfica las “programaciones de género” (tecnologías psicopolíticas de modelización de la subjetividad) producen sujetos que se autocomprenden como espacios y propiedades privados, con una identidad de género y una sexualidad fija, entonces el agenciamiento contra-sexual propuesto por el postporno deviene una auténtica reprogramación. Como ha señalado J. Sáez, “El porno es un género (cinematográfico) que produce género (masculino/femenino). El posporno es un subgénero que desafía el sistema de producción de género y que desterritorializa el cuerpo sexuado (desplaza el interés de los genitales a cualquier parte del cuerpo)” (2003:15) Podríamos decir que emerge entonces un agenciamiento postpornográfico ya no mero consumidor o reproductor del lenguaje sexual dominante que le es dado y frente al cual pasivamente se entrega cual cuerpo dócil, sino que pone en cuestión los códigos de género y sexuales. Cabe preguntarse, asimismo, cuándo también pondrá en jaque a las identidades personajes conceptuales que se erigen en las disputas de poder de los movientos que albergan estas prácticas, es decir el así llamado movimiento queer, como pornstars y divas teóricas de la disidencia en pos de la disolución de los yoes y los egos.

Bibliografía
Gilles Delueze. Postdata sobre las sociedades de control. en Christian Ferrer (comp.) El lenguaje Libertario. Terramar. La Plata. 2005.
Carlos Figari. Placeres a la carta: consumo de pornografía y constitución de géneros. Revista La Ventana, Núm. 27. 2008.
Michel Foucault. El orden del discurso. Barcelona, Tusquets.1999
  1. ......................Historia de la sexualidad 1: La voluntad de poder, Buenos
Aires, Siglo XXI. 2002.
Eileen Mainon. 1985. “Nosotras, los objetos, objetamos: la pornografía y el movimiento de mujeres” en Revista Feminarias, n°7. Buenos Aires. 1991.
Beatriz Preciado. Testo Yonqui. Espasa. Madrid. 2008.
....................... Pornotopía. Anagrama. Barcelona. 2010.
Piedad Solanas. Accionismo Vienés. Nerea. Madrid.2000.


No hay comentarios:

Publicar un comentario