jueves, 11 de noviembre de 2010

Placer, Deseo y Peligro



Jornada de Artes en Cruces, Centrol Cultural de la Cooperación

Toda posición de deseo contra la opresión por muy local y minúscula que sea termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista y contribuye a abrir una fuga.
Félix Guattari

En el campo de los estudios de género y de las así llamadas “nuevas” sexualidades, la teoría queer viene a ir más allá del planteamiento de las identidades GLTB, lato sensu. Hacia ese horizonte, el presente trabajo intenta conceptualizar un deseo que no sea tampoco un movimiento hacia algo de lo que carecemos y que se manifiesta en torno a una falta, una ausencia, y cuya satisfacción resida en la “posesión” de aquello que nos falta. Por ello priorizamos el análisis de ciertas prácticas S/M1 como modo privilegiado de cuestionar y fisurar la organización de la jerarquía sexo-corporal y las prácticas implicadas en ella.
La manera en la que caracterizamos esta modalidad S/M nos lleva necesariamente a redefinir la noción de cuerpo, que toma en cuenta el valor, la función, y su narrativa en el marco de estas prácticas: el cuerpo no significa lo mismo ni se usa de la misma manera en la que aparece recortado por el discurso heteronormativo. En ese sentido, aquellos espacios tradicionalmente consignados a la vida privada, como ser el de la sexualidad, se constituyen hoy como vectores de una apuesta política fuerte contra el orden establecido de las cosas: por ejemplo, la división binaria por sexos, cuya construcción depende de una matriz de inteligibilidad que califica a las personas de acuerdo a expresiones de género (femenino/masculino) y el ejercicio de una sexualidad heteronormativa que de allí se desprende como “natural”, son algunos de los pilares donde el sistema capitalista se apoya firmemente. El género sería entonces de acuerdo a nuestra postura el dispositivo privilegiado de un régimen que regula las diferencias y que divide y jerarquiza a esos cuerpos de forma coercitiva y solidaria con cierto orden.
En este sentido las prácticas así llamadas “sadomasoquistas”, pueden ser concebidas como la quintaesencia de la sexualidad sin fines reproductivos, en su sentido anfibológico, y por ende no como reproducción del sistema dominante, de sus lógicas, ni de sus agentes. El S/M crea placer(es) de extrañas formas, no radicadas exclusivamente en lo genital, o incluso prescindentes de ello, y cita de manera desviada las convenciones sexuales referidas a los roles de los participantes. De acuerdo a esta definición, el S/M constituye el punto más extremo de la experiencia sexual: allí donde el sexo se vuelve más apartado del reduccionismo anatómico y de la disciplina romántica. De hecho, algunas de sus prácticas aparecen como una citación desviada de las convenciones sexuales que permiten sexualizar, (y así resemantizar y resignificar) por ejemplo, la noción de propiedad privada que opera configurando no sólo el intercambio político-económico sino, por extensión, las relaciones afectivas todas, lo que permite pensar en conductas tales como los celos.

Deseo libertario

De acuerdo a los diccionarios de latín OLD (Oxford Latin Dictionary) y Liddle & Scott, deseo es sinónimo de cupiditas, voluntas, studium, y aviditas. Por su parte, cupiditas se refiere al campo semántico del deseo ardiente, pasión, ansia, afán. Por ejemplo, flagrare cupiditate, significa arder en deseos, mientras que cupiditas studiorum, significa deseo o afición al estudio. Asimismo, la noción de deseo deriva en latín de desidium, es decir deseo erótico, derivado a su vez de desidia (indolencia, pereza, libertinaje, voluptuosidad), perteneciente al campo de desidero (posición de estar sentada o inactiva, pereza- de + sidus (desear, anhelar, apetecer, tener necesidad de, reclamar, sentir nostalgia, echar de menos, lamentar la perdida o ausencia de algo -especialmente objetos-, investigar, estudiar, reclamar justicia). Desiderium, entonces, es el deseo, añoranza o nostalgia de un bien perdido o ausente que se echa de menos, sentimiento, pena por la privación de algo (“Long, ardent desire or wish for something once possessed, grief, regret for the absence or loss of something, synonymous with cupido, cupiditas, studium, appetitio”). De hecho, en el poema 2 del poeta latino del siglo I A.C., Catulo, se consigna “desiderio meo nitenti” que puede ser entendido como “a mi radiante amada/amor/objeto de mi deseo”). Sin embargo, la evolución etimológica de la palabra es dudosa: puede que sea de considero (cum y sidus); o estar relacionada con la holgazanería, con la pereza, con la inactividad: sidere, sidi/sedi, sessum (Cf. sedeo) que significa estar sentado, posado, fijado, encallado, varado. Pero también con sidus: estrella, constelación, astro, brillo, belleza ornato, región. Es decir, “desear” podría ser algo que se hace desde un asiento, desde la inactividad, pero también, a partir de algo que se extraña, una guía, una estrella. (Diccionario etimológico latino español de Santiago Seguroa Munguía y Diccionario Etimológico de la lengua castellana de Joan Corominas).
Por eso, al hablar de un deseo libertario se vuelve inteligible la centralidad de una crítica a la institución de la sexualidad moderna (obligatoriamente heteronormativa y heterosexual). En ese sentido, las prácticas S/M es uno de los modos de establecer un contrato entre afines que parta de enunciar y generar contra- deseos. El cuerpo puede devenir otras cosas dentro del marco lingüístico que lo convoca. Tal como comenta la filosofa feminista Judith Butler en El Género en Disputa “…lo que hemos tomado como un rasgo “interno” de nosotrxs mismos es algo que anticipamos y producimos a través de ciertos actos corporales…un efecto alucinatorio de gestos naturalizados.” (17)
Por eso, en línea con estas reflexiones entendemos que es menester refutar también el carácter invariable del sexo, tan culturalmente construido como el género, mediante prácticas que “de-genericen” lo genital y otras prácticas que de allí se desprendan, mediante una citación subversiva de las mismas. Más aún, podemos decir que esta producción de la sexuación como fenómeno pre-discursivo y “natural” debe entenderse como el resultado del aparato de construcción cultural nombrado por y desde el género. Asimismo, es importante destacar que la mayor parte de las categorías psicológicas actuales (el yo, el individuo, la persona) proceden de la ilusión platónica y racionalista de una identidad “sustancial”. Desde que accedemos a ese conocimiento, el sujeto, el yo, el individuo, etc., se vuelven para nosotras conceptos falaces, pues convierten las unidades ficticias en sustancias cuyo origen es exclusivamente una realidad lingüística: “Cuando en el discurso lacaniano se dice, por ejemplo, que alguien asume un “sexo” la gramática de la frase crea la expectativa de que hay alguien que al despertarse indaga y delibera sobre qué “sexo” asumirá ese día, una gramática en la cual la “asunción” se asimila pronto a la noción de una elección en alto grado reflexiva. Pero si lo que impone esa asunción es un aparto regulador de heterosexualidad y la asunción se reitera a través de la producción forzada del “sexo”, se trata pues de una asunción del sexo obligada desde el principio. Y si existe una libertad de acción esta no debe buscarse en las posibilidades que ofrecen la apropiación obligada de la ley reguladora, la materialización de esa ley, la apropiación impuesta y la identificación con tales demandas normativas”. (Butler.2002: 33). De este modo, sostenemos que la heterosexualidad normativa es, por tanto, parcialmente responsable de los cuerpos sexuados, al decir de Fausto-Sterling, dado que su su potencial identificatorio está regulado por las normas sociales construidas bajo toda una red discursiva que se apoya sobre los imperativos heterosexuales.
Cualquier praxis sexual que se pretenda como “contra-hegemónica” necesitará crear -y no simplemente recrear- la relación entre el uso y el lugar político del cuerpo en el marco de las nuevas sexualidades y sus prácticas. Al mismo tiempo, se vuelven inentendibles las críticas a este elemento satírico del S/M que incluye al dolor en la relación social/sexual, dado que esas críticas al S/M apuntan a destacar sólo su dimensión transgresora en cuanto a teatralización de las relaciones sociales de poder en un contexto sexualizado donde tienen otro significado y se convierten en juego, subvirtiéndolas. Sin embargo, es en todas nuestras relaciones en donde existen juegos de poder, más o menos erotizados, sólo que el S/M hace foco en esta dimensión erótica del poder y las relaciones humanas y al mismo tiempo las cuestiona cuando al intercambiar los roles de dominante y dominado se pone en primer término su artificiosidad, su convencionalismo. De hecho, según el esquema conceptual de Gayle Rubin en The Traffic in Women la sexualidad normativa consolida el género normativo, donde por ejemplo una es mujer en la medida en que funciona como mujer en la estructura heterosexual dominante. Poner en tela de juicio esa estructura mediante una corporalidad biopoliticamente asignada mujer que funciona de otra forma, de una forma desviada, puede implicar perder algo de nuestro sentido de lugar en el género. Ciertas prácticas sexuales vinculan más profundamente a las personas que la afiliación de género, de hecho identificarse con determinado género presupone desear a alguien de un género diferente, y solo desearlo de cierta forma. El deseo está, entonces, hasta cierto punto implicado en las normas sociales, ligado al poder, y a la cuestión de lo vivible. A pesar de que tener cierto género no implica de manera natural desear de cierta forma, hay un deseo que es constitutivo del género, por ende no es fácil separar la vida del género ni la vida del deseo, y de allí la necesidad política de pensar otro deseo y otras expresiones de género porque “La noción de que puede haber una “verdad” del sexo, como la denomina irónicamente Foucault, se crea justamente a través de prácticas reguladoras que producen identidades coherentes a través e la matriz de reglas coherentes de género. El problema no es descubrir en sí la verdad del sexo, sino más bien usar de allí en más su sexualidad para arribar a multiplicidad de relaciones. De hecho, nuestra cultura entroniza la idea de la existencia de Una Verdad, que existe como una Unidad, y se extiende por propiedad transitiva a toda la producción cultural y humana, sólo bajo el argumento de que esta es la manera en la que es La Realidad. Por ende, si hay una sola verdad que nos ubica en una posición de privilegio, esa verdad debe ser propiedad de “alguien”, lo que vuelve su representación social algo del orden de la propiedad privada. Esa idea se traduce en la creencia de que existe un cuerpo “verdadero”, una mujer “verdadera”, una sexualidad “verdadera”, considerada lícita y válida et cetera. Así las cosas, no sólo se presupone una relación causal entre sexo, género y deseo sino que además también señala metonímicamente que el deseo refleja o expresa al género y que el género refleja al deseo: “La heterosexualización del deseo exige e instaura la producción de oposiciones discretas y asimétricas entre “femenino “y “masculino” entendidos estos conceptos como atributos que designan “hombre” y “mujer”” (Butler: 72)
Por otra parte, el sexo, siguiendo a Beatriz Preciado, puede ser concebido como una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas erógenas en función de una distribución asimétrica del poder de los géneros y sus expresiones y disciplinas. El sistema heterosexual como orden político, en palabras de Wittig, divide y fragmenta el cuerpo, identificando zonas como centros naturales de la diferencia sexual: el cuerpo se ve recortado por la cultura (y por su régimen biopolítico de género). En ese sentido, un buen ejemplo de lo que venimos desarrollando se observa claramente a partir de los roles y las prácticas que se atribuyen a los géneros masculinos como conjunto arbitrario de regulaciones inscriptas en los cuerpos, y que aseguran la explotación material de un sexo sobre otro privilegiando el pene (cierto tipo de pene, con ciertas medidas para ciertas prácticas y no para otras) como lugar privilegiado del intercambio sexual, y restando desde ya, creatividad, y como no, placer, a un refugio de nuestra libertad, siendo que podríamos adjudicar un potencial negativo y desconstructivo a cierto deslizamiento perverso sobre el discurso heterosexual y reproductivo, cierta capacidad de resistencia desde la cita descontextualizada e improductiva a una sexualidad “otra” que desenmascara a la sexualidad disciplinar como producto de una ideología heterocentrada. Para oponerse a este orden y como modo de hacer más vivibles las vidas de aquellas personas que por expresión de género, o práctica sexual, o manifestación corporal (y respetando sus especificidades), no es cuestión de celebrar la diversidad sino de establecer condiciones materiales y subjetivas que permitan albergar y resguardar y mantener las vidas que resisten los modelos de asimilación. La autodeterminación, el propio deseo, se vuelve plausible solo en el contexto social que apoye y permita el ejercicio de esa agencia.
Creemos en dar prioridad a la práctica sexual como un modo de desubjetivar el género pero no sin marcar la diferencia de sexo masculino y femenino, sino parodiándola activamente desde una ética ad hoc para que la crítica de la jerarquía del género se incorpore a una teoría radical del sexo y una crítica a la opresión sexual . Sabemos, además, que si bien la voluntad no tiene el papel principal en esta de-construcción, hay que reconocerle el lugar que ocupa como fuerza de empuje de la creación humana. La relación crítica depende de la capacidad invariablemente colectiva de articular resistencias y disidencias, una versión minoritaria de normas o ideales que nos permitan actuar, dado que las condiciones de mi hacer son en parte las condiciones de mi existencia. Si mi hacer depende de lo que se hace en mi, las maneras en las que soy hecha por las normas entonces la posibilidad de mi persistencia como un “Yo” depende de mi capacidad de hacer algo con lo que hacen conmigo.

Bibliografía:
Althusser, L. (2003) Ideologìa y aparatos ideológicos de Estado. Buenos Aires, Nueva Visión.
Butler, J. (1997) Mecanismos Psíquicos del poder, teorías sobre la sujeción. Madrid. Cátedra.
---------------------- (2002) Cuerpos que importan. Argentina. Paidos.
Chomsky, N. y Foucault, M. (2007) La naturaleza humana: Justicia Vs. Poder. Un debate. Buenos Aires, Katz Editores.
de Lauretis, T. (2000) La tecnología del Género. Madrid, Horas.
Deleuze, G. (2006) Spinoza: filosofía práctica. Barcelona, Tusquets.
Fausto- Sterling, A. (2006) Cuerpos Sexuados. Barcelona, Melusina.
Foucault, M. (1977) Historia de la Sexualidad. La Voluntad de Saber. Madrid, Siglo XXI Editores.
------------------ (1995) Vigilar y Castigar, nacimiento de la prisión. México. Siglo XXI Editores.
------------------ (1996) Tecnologías del Yo. Barcelona, Paidos.
Roudinesco, E. (2009) Nuestro Lado Oscuro. Una historia de los
perversos. Barcelona, Editorial Anagrama.
Thiem, A. (2008) Unbecoming Subjects. USA, Fordham.



1 Nos referimos a las prácticas conocidas también bajo el nombre de BDSM (Bondage- o Ataduras-, Dominación, Sumisión, Masoquismo) definidas, en un primer momento, a partir de las literaturas del Marqués de Sade y de Leopold Von Sacher-Massoch.

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