jueves, 25 de noviembre de 2010

PRINCIPIOS DE ZOMBILOGÍA. PARA UNA CRÍTICA DE LOS PROCESOS DE SUBJETIVACIÓN CONTEMPORÁNEOS

Presentado en I Jornada UNLAM 16 y 17 de setiembre de 2010

Allí donde el Occidente blanco masculino heterosexual era, las anomalías habrán de advenir. Suerte de inversión ético-política del enunciado freudiano repetido y legitimado hasta el agobio en los claustros universitarios, dicha operación pretende igualmente dar cuenta de la ficción cartesiana que produce un sujeto sobredeterminado por la conciencia y una identidad únicas en su mismidad. Ambas operaciones de subjetivación resultan a su vez solidarias con los postulados rousseanianos acerca de las mitologías de origen de las sociedades. El malestar en la cultura freudiano resulta indisociable de una suerte de “contrato social” a la Rousseau entre las pulsiones y la conciencia, entre la barbarie y la civilización. Asimismo, como señalara Foucault desde su analítica del poder, la mutación histórica inaugurada en Europa a partir de la Revolución Francesa no habría sido posible sin una serie de discursos y prácticas científicas que legitimaron una inminente panoptización de las nuevas sociedades liberales burguesas. En este contexto es posible situar a la psiquiatría y la criminología como aquellos dispositivos que producen la locura y la delincuencia, el enemigo interno que debe ser tratado o recluido en las nuevas instituciones de la modernidad. Los equipamientos de normalización estarán reservados a la escuela, el hospital, la familia nuclear. En el mismo sentido, la progresiva industrialización de la producción posibilita un excedente de reservas que aumentará exponencialmente las tasas de ganancia. Los viajes de ultramar ya no estarán reservados a los aventureros y piratas, las colonias de los diferentes reinos precapitalistas devienen territorios mercantilizables, no sólo extractivos de materias primas. Es posible, siguiendo los planteos de García Canclini, la entrada en una fase de mundialización.
Por cierto que el proceso de colonización del afuera requirió – al igual que la cuadriculación del adentro europeo – de una serie de discursos y prácticas legitimantes de la captura de los procesos de subjetivación inmanentes a las culturas no occidentales. Allí donde la iglesia evangelizará a los salvajes sin conciencia y sin moral, estará la antropología como discurso que produce al salvaje como alteridad domesticable a través de diferentes prácticas “civilizatorias”, parte de un exterminio sistemático de las poblaciones. Los controles y regulaciones biopolíticas aparecerán luego de la devastación.
Dentro de la multiplicidad de encuentros que la subjetividad occidental ha experimentado con las diversas otredades construidas por la antropología, nos concentraremos en la figura del zombie o no muerto, si nos ceñimos a los cánones binarios de la modernidad. Pues pareciera que el zombie, también llamado muerto vivo, lograría fugar – como el fantasma romántico, pero por vía exclusiva de lo corporal – de los diversos rituales de pasaje entre la vida y la muerte. La diferencia clave con el fantasma es que el zombie fugará de la muerte sólo por la intervención de un otro – usualmente un brujo o chamán – que pretende satisfacer su propio deseo de venganza hacia el zombificado, así como utilizarlo para atacar a terceros o satisfacer sus propias necesidades.
Los procesos de zombificación han sido mayormente explorados en Haití, a partir de la vinculación que dicha región ha mantenido históricamente con el vudú. Zora Neale Hurston relevó en 1937 la historia de una mujer fallecida treinta años antes que, según las fuentes consultadas, había sido vista convertida en zombie. Las sospechas de Hurston acerca de la intervención de drogas psicoactivas que privaban de la voluntad a los supuestos zombies – aspecto que nos resultará especialmente fecundo para el análisis posterior – serán retomadas en la década del ’80 por el etnobotánico Wade Davis, quien sostuvo que la zombificación consistía en dos procesos complementarios: la inducción a un estado de muerte aparente a través de la aspiración de una sustancia no comprobada – tetrodotoxina, estramonio o datura, las versiones difieren en este punto – seguida de la producción zombífica propiamente dicha, recurriendo a una sustancia psicoactiva que “revive” al muerto pero que anula su voluntad. Davis recogió el testimonio de Clairvius Narcisse, quien aseguraba haber sido víctima de esta práctica y haber vivido como esclavo zombie en una plantación durante dos años.
A partir de lo reseñado es posible establecer algunas consideraciones preliminares para efectuar un recorte por contraste de la figura del zombie. Los procesos de captura inmanentes a la zombificación difieren de aquellos que posibilitan la fantasmatización romántica de las narraciones clásicas. Los primeros comportan la calcificación de los flujos deseantes por la intervención farmacológica de una práctica de saber-poder que instaura una relación biunívoca de explotador-explotado. El zombie compone – en términos de vectores de subjetivación parcial – un territorio desertificado, un cuerpo vaciado de deseo y simultáneamente lleno de necesidad de consumir/se, pura intensidad coextensiva a la imposibilidad de alcanzar saciedad alguna. El zombie no puede parar – sólo sería posible en un mundo íntegramente zombificado a nivel planetario – y en ese no parar subyacen trayectorias deseantes definidas por una intensidad cero.
El fantasma no requiere necesariamente de la invocación de una figura terrenal. Por el contrario, las prácticas mágicas primordiales consisten en su exorcización. El fantasma logra fugar de la muerte, pero no de la degradación de su cuerpo. Sin embargo, esta imposibilidad abre al fantasma una constelación de campos de posible respecto de la posesión o cohabitación de otros cuerpos, aperturas a la experimentación con devenires y mutaciones impensables desde su anterior Yo Piel, recordando la metáfora del otrora grupalista Elliot Jacques. El fantasma resulta una inmaterialidad compuesta por una pura intensidad deseante, un devenir imperceptible exterior al tiempo y al espacio. Si el zombie no tiene nada que decir, el fantasma deviene siempre para decir algo, cumplir con la transmisión de un mensaje o una asignatura pendiente. Asequibles ambas figuras como personajes míticos transculturales, sus poderes y atribuciones, sus caracterizaciones y conexiones con otras figuras y procesos de subjetivación, resultarán inmanentes a sus múltiples relaciones y acoplamientos con máquinas técnicas, con equipamientos y dispositivos prácticos y discursivos conformados en un socius determinado.
Desde el paradigma estético guattariano, pensaremos al cine – particularmente al producido en Hollywood o en sus márgenes – como una de las territorialidades que agencian y otorgan a la figura del zombie una consistencia que sobrecodificará ciertos vectores de subjetivación y desactivará aquellos otros que resulten inocuos, paradojales o problematizantes de la lógica identitaria que subyace a la zombificación.
Pues apostar a una zombilogía de los procesos de subjetivación contemporáneos incluye una genealogía de aquellos espacios creativos instituidos como artes en sí mismas, exteriores a la diversidad de campos de fuerza que las posibilitan y legitiman. Si los totalitarismos capturan a las artes para replicar su producción despótica al infinito – la arquitectura nazi fascista estalinista, pero también las maravillas del mundo de sociedades esclavistas como las egipcias faraónicas o las aztecas – las diversas formas históricas del capitalismo las calcifican como puros productos de mercado, pero paradójicamente exteriores y autónomas al modo de producción que las efectúa como tales.
Podemos rastrear las primeras películas con temáticas zombies a principios de los años 30, teniendo como máximo exponente a la película White Zombie. Un terrateniente interpretado por Bela Lugosi utiliza las artes de la zombificación para producir una masa de trabajadores dóciles sin conciencia, voluntad o pensamiento alguno. Se trata propiamente de esclavos de una plantación de azúcar, en un estado de alienación absoluta, pues no serían más que cuerpos sin voluntad. Los zombies de esta plantación resultan un cuerpo vacío – la escena que los muestra trabajando se asemeja siniestramente a la clásica denuncia del régimen taylorista en los Tiempos Modernos de Chaplin, se asemejan menos a zombies que a hipnotizados – sometido a la explotación de un amo visible y ubicable en una subjetividad individuada. Por otra parte, se apelaría sólo al llamado segundo soplo – aquella inhalación que bloquea la voluntad – prescindiendo de la primera sustancia que induce a un estado de muerte aparente o catalepsia provocada. El relato muestra que todo el proceso se basa en un engaño, pues de hecho estos zombies no revisten las características clásicas de la figura del no muerto. Interesa más bien señalar al zombie como metáfora del eclipsamiento del deseo como voluntad de poder.
Posteriormente asistimos a una fase de transición con Invisible Invaders y la clásica Plan 9 from the outher space. Aquí la zombificación se dará sobre cuerpos muertos, siendo los agentes de la misma civilizaciones extraterrestres, parte de una primera fase de conquista del planeta apelando al exterminio de la humanidad toda. La filmografía de terror clásico deviene terror de ciencia ficción, una mutación estética inmanente al inicio de la Guerra Fría. Este acontecimiento sociopolítico será el germen de procesualidades subjetivas y maquínicas a través de las cuales el deseo se calcificará paranoicamente. El enemigo es el afuera: los marcianos comunistas del planeta rojo, los extragalácticos maoístas que experimentan con los humanos…la figura del zombie parece desvanecerse frente al apogeo del cosmos como territorio amenazante de lo humano.
A fines de la década del sesenta el zombie retorna con La noche de los muertos vivientes, donde su figura sufrirá un conjunto de transformaciones relevantes; ante la desaparición del amo visible que los crea y somete, los zombies devienen cuerpos aún torpes y lentificados, pero con una voluntad precaria aunque ingobernable: alimentarse de los cuerpos de los vivos. El origen del devenir zombie no puede adjudicarse ahora a los deseos de un amo individuable ni a causalidades o intencionalidades específicas: experimentaciones científico-militares irresponsables o indicios del apocalipsis por venir, asistimos a un amo invisible de quien sólo advertimos las efectuaciones de sus actos.
La arquitectura como paisaje de circulación de los cuerpos zombificados se modifica en El amanecer de los muertos: del encierro en la casa en la campiña a las tareas de limpieza de zombies en el shopping. Pues el grupo humano en fuga encuentra un refugio posible en un espacio institucional hasta ese entonces incipiente, pero ya invadido por esta suerte de criaturas subhumanas, que de acuerdo al guión acuden al shopping por hábito, como parte de una memoria rudimentaria de recuperación de los actos realizados en vida. Sin embargo, finalizado el acto de limpieza, se comprobará que los no zombies sobrevivientes comportan los mismos hábitos improductivos de los zombies, como robar dinero de un banco o consumir desmedidamente bajo una fachada de saqueo y disputa de objetos.
Cabe señalar entonces la refutación de la representación moralizante del zombie como una entidad por fuera de las instituciones básicas de la cultura como las definiera Schlemenson: la sexualidad, el lenguaje, los sistemas de producción y los sistemas de creencias. Las mismas remiten no más que a ficciones fundantes de lo sociocultural, resultan efectuaciones y composiciones de agenciamientos colectivos como cualquier equipamiento institucional. El zombie pues, es menos alteridad radical que espejo deformante de los procesos de subjetivación contemporáneos. Primer principio de una zombilogía que se trasunta en las últimas modelizaciones que la figura del zombie ha sufrido en la última década. Las mismas se caracterizan por una intensificación de las velocidades y los desplazamientos de los cuerpos, que se activan furiosamente ante la cercanía de una presa. A partir de allí el zombie abandona su estado clásico – un cuerpo lentificado con sus facultades deterioradas – para entrar en una exaltación furiosa que los introduce en una dinámica que nos negamos a calificar como salvaje, animalizada o masificante. Pues como se dijera supra, el zombie nada tiene de salvaje, ni mucho menos de animal o de funcionamiento instintivo: nada más lejos que sostener que el zombie es pura pulsión. La figura del zombie permite recortar procesos de subjetivación demasiado humanos, dispositivos biopolíticos de control de las poblaciones y las producciones deseantes, entre las cuales los procesos de zombificación ocupan un lugar central.
Por ello consideramos un dato relevante que las últimas sagas sobre zombies ubiquen con mayor claridad que los dispositivos productores de cuerpos zombificados no difieren sustancialmente de aquellos que producen lo que acordamos en denominar como humanidad. Sea por aplicación de vacunas masivas, por alimentos transgénicos o efectos colaterales de corporaciones transnacionales, la normalidad humana produce la anomalía zombie. En clave de comedia, el film Fido nos muestra un mundo de ciudades alambradas e interconectadas, replegadas ante un exterior superpoblado de zombies. Una corporación planetaria (Zomcon) tiene como función la tarea de gestión y administración de un ejército de reserva zombificado. Cada familia de cada ciudad compra su séquito de sirvientes, mayordomos, mucamas o amantes para satisfacer sus necesidades. Mayor será el status social cuanto más zombies esclavizados integren una familia. A su vez, la empresa de gestión de servicios controla los impulsos agresivos de las criaturas a través de una suerte de collar de domesticación eléctrico al mejor estilo pavloviano. Los humanos – que se consideran libres por el sólo hecho de no portar un collar – pueden evitar su propia zombificación post mortem, pagando a la empresa por un servicio de decapitación. Cualquier precio es válido para evitar cualquier encuentro con la ajenidad del afuera. Pues los modos de producción de las ciudades – hasta su existencia misma – no serían pensables sin la presencia de estos cuerpos domesticables y fácilmente docilizables. Y no nos referimos particularmente a los zombies, sino que incluimos a los humanos de las metrópolis.
Lo dicho remite a lo que podríamos denominar como un segundo principio de zombilogía: la zombificación de las corporalidades y la clausura de las maquinaciones deseantes componen un campo de análisis crítico, cuya diferencia con otros procesos de subjetivación radica menos en su naturaleza que en las intensidades de sus dispositivos de control biopolíticos.
Ya no hay entidades encarnables en cuerpos individuados que esclavicen a los zombies según el modelo clásico de White Zombie, porque lo humano y lo zombie componen un campo de relaciones múltiples antes que de oposiciones biunívocas. La zombificación es la medicalización por otros medios – el segundo soplo es nuestro Clonazepam – quizá por eso el zombie ya no remite a lo infrahumano como a principios del siglo XX. En este sentido, más acá de Fido, la figura del zombie comporta elementos vampíricos – fobia a la luz y deformidad en Soy Leyenda, efecto transparente de contaminación masiva y contagio por mordedura en Exterminio y 30 días de noche – que posibilitan a su vez la naturalización de las procesualidades zombificantes a través de los aparatos de propagación global. Los hombres que siembran el terror de las mujeres – asignación biopolítica de género mediante – en cada mundial de fútbol aparecen zombificados en la reciente publicidad…de un desodorante!
El pattern zombie es el nuevo amo, conformando paisajes que producen territorializaciones como un telón de fondo inundado de ruido blanco. Su presencia constante lo torna invisible funcionando como automáton, como micromachine anhumana que se replica al infinito. Recursivo en cualquier escala, los procesos de zombificación de las subjetividades contemporáneas afectan indistintamente cuerpos vivos y muertos.
Podemos definir a la zombificación como aquellos procesos de subjetivación que desactivan la diversidad de focos de enunciación parcial, coagulan o calcifican la multiplicidad de flujos maquínicos que posibilitan la fuga de la zombificación inmanente a una lógica identitaria y al imperio del Yo. Lo zombie, pues ya podemos prescindir de los riesgos de esencialización de la figura mítica, prolifera y se filtra bajo formatos, agenciamientos y dispositivos múltiples, usualmente naturalizados gracias al poder legitimante de los equipamientos institucionales. La zombificación reenvía a una subjetividad individual pero sobre todo monosegmentaria, refractaria a las polifonías y las multiplicidades. Produce cuerpos dóciles que incorporan como propios los otrora dispositivos disciplinarios de las sociedades modernas. Ahora las cárceles son los cuerpos poblados por un deseo de obediencia metamorfoseado en libertad de elección.
De allí la necesidad de un posicionamiento ético-político que logre cartografiar los múltiples procesos de subjetivación del capitalismo mundial integrado. No sólo para establecer líneas de fuga y máquinas creacionistas y liberadoras de los flujos de deseo, sino para señalar la importancia de componer estrategias de inmunización permanente de las líneas duras zombificantes. Nunca se sabe cuándo puede aparecer un nuevo desodorante.
Referencias
Filmográficas
Andrew Currie: Fido, 2006, Canada.
Boyle Danny: 28 Days Later..., 2002, EEUU.
Cahn Edward L.: Invisible Invaders, 1959, EEUU.
Halperin Victor: White Zombie, 1932, EEUU.
Lawrence Francis: I Am Legend, 2007, EEUU.
Romero George A.: Night of the Living Dead, 1968, EEUU.
Romero George A.: Dawn of the dead, 1978, EEUU.
Savini Tom: Night of the Living Dead (remake), 1990, EEUU.
Slade David: 30 Days of Night, 2007, EEUU.
Snyder Zack: Dawn of the dead (remake), 2004, EEUU.
Wood Jr Edward D.: Plan 9 from the outer space, 1959, EEUU.
Bibliográficas
Deleuze, G., Guattari, F.: Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. Pre-Textos. 1980.
Foucault, M.: Historia de la Sexualidad. Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI. 1977.
Guattari, F.: Caosmosis. Manantial. 1996.
, Rolnik, S.: Micropolítica. Cartografías del deseo. Tinta Limón. Traficantes de Sueños. 2005.

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