jueves, 11 de noviembre de 2010

De Don Bigote al cyborg: imágenes y acercamientos al posthumanismo.



Jornadas de Antropología Filosófica. El Bicentenario ante el transhumanismo y la Cultura Cyborg

Ecce Homo sería su último libro. Toda una paradoja para quien es considerado uno de los maestros de la sospecha más implacables de la Razón occidental y del sustrato humanista que le otorgaba una consistencia y una pretendida legitimidad indiscutible. Este hombre ha devenido también imagen, o qué sería Nietzsche sin el inconfundible bigote? Pareciera incluso que Nietzsche no es sin bigote. La mirada siempre ajena a la lente que lo capta, como en busca de otro paisaje, el ceño fruncido. Un loco. Un genio.
Sucede que las imágenes han cobrado a nuestro entender una plusvalía de sentido en las sociedades contemporáneas. No sólo respecto de su valor icónico que semantiza las estrategias mercadotécnicas – a fin de cuentas las imágenes de las Iglesias lucraban con el temor al infierno que transmitían a sus fieles, opacando su función represiva tras la ficción de la Obra – sino porque las imágenes han devenido producciones inmateriales que dan cuenta de la transfiguración del capitalismo hacia la infoproducción.
Podemos considerar tres tareas que se nos imponen: la sustracción de todas aquellas potencias sobrecodificadas por el capitalismo, la vampirización de prácticas y discursos hegemónicos usualmente repulsivos para las ciencias sociales “progresistas”, y especialmente la invención de nuevas trayectorias y equipamientos que posibiliten la fuga de los procesos de subjetivación instituidos.
En este trabajo colectivo compartiremos los ejes de análisis propuestos en el proyecto de investigación “Instituciones, Tecnociencias y Poshumanismo. Agenciamientos Biotecnológicos y Procesos de Subjetivación desde la Perspectiva de la Psicología Institucional”. Partiremos pues de algunos postulados de quien podríamos considerar uno de los primeros poshumanistas, Friedrich Nietzsche. De aquí en más Don Bigote, o simplemente DB, estrategia desubjetivante de la figura humanista del autor.
Las operatorias discursivas que produce DB interpelan radicalmente la naturalización de lo humano, revelando sus caracteres más detestables y crueles, detrás de la ímproba tarea de hacer el bien. Para DB lo que hay son instintos, fuerzas y pasiones, guiadas por la voluntad de poder. Lo que acordamos en llamar “lo humano” no sería más que un efecto de multiplicidad de fuerzas y voluntades que actúan sobre otras. De allí sus apuestas a fugar de lo humano a través de figuras como el superhombre o los hiperbóreos. En el mismo sentido, nada más humano que la moral, genealogizada por DB como un producto sociohistórico que habría predominado sobre una lógica de las consecuencias y los efectos de las acciones, para instaurar una lógica de las procedencias y las intenciones de los actores. Se producen así las condiciones que tornan ineludibles tanto el imperativo moral de conocerse a sí mismo, como la necesariedad lógica de la construcción del Yo. Esta operación moralizante no hubiera sido posible sin “la repercusión inconsciente del dominio de valores aristocráticos y de la fe en la‘procedencia’”. DB no sólo apela a la noción de lo inconsciente contemporáneamente a Freud, sino que lo considera como una maquinación social que produce subjetividades moralizadas, por fuera de toda forma teatral representativa. De allí su interpelación, su apuesta a instaurar procesos desubjetivantes: no habrá llegado el momento de establecer que “el valor decisivo de una acción reside justo en aquello que en ella es no-intencionado, y de que toda su intencionalidad, todo lo que puede ser visto, sabido, conocido “conscientemente” por la acción, pertenece todavía a su superficie y a su piel – la cual, como toda piel, delata algunas cosas, pero oculta más cosas todavía?”.
Las apuestas y tareas pendientes, entendidas por DB como un mandato, serán retomadas por diversas aliadas y maquinaciones de pensamiento. Una de ellas será Foucault, que lejos de plantear la muerte del hombre, revelará su carácter de producción sociohistórica reciente, y que como tal “desaparecerá en cuanto éste – se refiere a los dispositivos de saber y poder contemporáneos – tome una nueva forma”.
Consideramos que las nuevas formas que posibilitarán devenires poshumanos procederán de discursos y prácticas micropolíticas de autogestión del deseo, nunca de los instituidos macropolíticos estatales. La apelación a un capitalismo con rostro humano muestra que uno es la contraparte del otro, la construcción de un Yo resulta solidaria de la naturalización de la propiedad privada, la familia nuclear burguesa y la división del trabajo. La estratificación del campo social produce así subjetividades sobrehumanas e infrahumanas, producciones biopolíticas inmanentes a la moral capitalista global.
El concepto de biopolítica introducido por Foucault resulta clave para la comprensión de las formas de vida contemporáneas, en tanto remite a una mutación histórica reciente de los discursos y prácticas del saber – poder: el hacer morir o dejar vivir de los dispositivos disciplinarios anatomopolíticos perderá su preponderancia, dando paso al biopoder de hacer vivir o de rechazar hacia la muerte, a través de una multiplicidad de aparatos de control y regulación de las poblaciones. Mutación sociopolítica que será reformulada por Deleuze como la transición de las sociedades disciplinarias hacia las sociedades de control, entre cuyos componentes resultarán ineludibles los equipamientos tecnológicos. El biopoder debe ser explorado entonces en su dinámica y reconfiguraciones históricas, pues como Foucault nos recuerda: “Ese biopoder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; éste no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos. (…) La invasión del cuerpo viviente, su valorización y la gestión distributiva de sus fuerzas fueron en ese momento indispensables”.
Existe un consenso general en la necesidad de reformular las categorías modernas del pensamiento crítico, pues el capitalismo al que se refiriera Foucault ya no es el mismo. Más aún, su lógica interna consiste en una transmutación permanente, una modalidad esquizoparanoide que descodifica al infinito los flujos sociales de resistencia para sobrecodificarlos salvajemente después. Esta será otra de las razones por las cuales consideramos al poshumanismo como una estética de la fuga antes que como una épica de la resistencia.
Asimismo, nuestra propuesta consiste menos en aplicar conceptos que en componer diagramas, en los cuales importen menos los conceptos que sus mutuas articulaciones y remodelizaciones, cartografías que posibiliten experimentaciones y afectaciones exteriores a los modos instituidos de investigación y producción de saber legitimados por el Estado y sus materializaciones prácticas e institucionales.
Los primeros mapeos efectuados permiten plantear una serie de hipótesis, que trazarán nuestras próximas producciones. Reseñamos aquí las que a nuestro entender se ajustan a la lógica del presente escrito:
La progresiva disolución de los paradigmas de la Modernidad ha inaugurado un devenir histórico de inéditas mutaciones sociales, económicas, subjetivas, culturales y políticas. La magnitud y los efectos de estas reconfiguraciones resultan imprevisibles e inabordables con las herramientas conceptuales y metodológicas del pensamiento heredado de la Modernidad.
La producción de vida (Biopolítica), la robotización y la informatización de la producción constituyen la tríada sobre la que se sustentan las biotecnologías, una de las territorializaciones tecnocientíficas de mayor impacto y menos exploradas en el campo social global.
El poshumanismo se conforma como un campo de pensamiento que apuesta a un abordaje transdisciplinario de las formas de vida contemporáneas. Caracterizable por la multiplicidad y la diversidad política, disciplinar, estética y cultural, las bipolaridades clásicas de Naturaleza-Cultura, Humano-No humano (Animal o Máquina) y Masculino-Femenino, entre otras, son diluidas críticamente por el poshumanismo, desplegando potencialidades inéditas en los actuales procesos de subjetivación.
En consonancia con lo expuesto infra, citaremos tres analizadores del humanismo, que niegan y revelan las contradicciones intrínsecas de sus postulados, particularmente aquel que menos se piensa y más se naturaliza, como es el instituido de la identidad inmutable del ser. Apelamos a una remodelización del concepto de analizador que se distingue de los estratos idealistas hegelianos que sustentara Lourau, para potenciarlo con las nociones vitalistas de nuestro querido DB.
Entenderemos como analizador a todo sujeto, situación o grupo que produce un acontecimiento de ruptura y conmoción sobre un plano de fuerzas actuantes determinado, modificando drástica e irreversiblemente sus mutuas relaciones y articulaciones. Dicho plano podrá referir a un grupo, una institución, una comunidad o una nación; pero todos ellos operan por racionalización y totalización, sutura y síntesis. Exceso de sentido. El analizador se constituye como tal en tanto procede por apertura y análisis, corte que revela el componente mítico de una unidad territorial de ficción. Producción de un otro sentido, incluso de sinsentido, el analizador es mucho más que un mero acto de “hacer hablar” a la institución a través de lo anteriormente impensado y naturalizado. Produce un saber hacer que posibilita las condiciones previas al surgimiento de una verdad; verdad que no es otra que la del deseo, liberadora de multiplicidad de flujos libidinales. El analizador da cuenta, en última instancia, de formas inéditas de procesos de subjetivación, que fugan de las capturas del estado o de sus ramificaciones – la familia, la escuela, la fábrica, la organización.
Los analizadores Queer no pueden definirse como categoría filosófico conceptual. Sin embargo, es menester acercarle alguna pauta que lo torne inteligible. Podríamos postular que queer no tiene sujeto sino cuerpos fluidos, múltiples, artificiosos, artificiales, exteriores al sujeto fijo cartesio-kantiano. Pero el queer es ante todo una coartada, una estrategia deconstructiva, que intenta desnaturalizar la comprensión heteronormativa del sexo, el género, la sexualidad, la sociabilidad, y las relaciones entre ellos. El queer sirve, hipertelia de los objetos técnicos mediante, para mostrar que el género no es ni verdadero ni falso, ni real ni aparente, ni original ni derivado, sino un hacer, una performance que subyace a ciertas prácticas de repetición (conductivismo) que produce el efecto de identidad y la ilusión de que hay un género interior. Allí, la tesis de Judith Butler. Ni la masculinidad ni la feminidad son actos voluntarios o producto de una elección sino la citación forzada de la norma, cuya compleja historicidad no puede ser disociada de las relaciones de disciplina, regulación y castigo.
De allí que la sexualidad sea el terreno donde esta teoría trabaja. ‘Queer’ no designa una clase previamente objetivada de patologías y perversiones sino un horizonte de posibilidades que no pueden ser delimitadas de antemano. Como tal, queer es una práctica o proceso de crítica, un desafío constante a la norma. La teoría queer tampoco es una escuela sistemática de pensamiento, sino una mezcla de estudios que hacen foco en las instituciones, estructuras, relaciones y actos que producen la heterosexualidad como norma social y naturaleza primordial de la sexualidad.
El imperio de la heteronormatividad ha orientado hasta el presente las intervenciones quirúrgicas, las prácticas psicológicas y las psiquiátrico – legales, en tanto y en cuanto sus técnicas definen un sentido preciso para el cuerpo en función del gobierno del mismo y de los ideales que determinan cómo será utilizado. Estos dispositivos responden a lo que Butler llamó “matriz heterosexual”, quien nos interpela: “¿Qué constituye una vida inteligible y qué no, y cómo las suposiciones acerca del género y de la sexualidad normativos deciden por adelantado quién pasará a formar parte del campo de lo “humano” y de lo “vivible”? Describir es también producir efectos específicos, es decir, prescribir. Su primer efecto es la tranquilidad: saberse mujer o varón y estar segura de esa creencia otorga a quien encarna e internaliza la norma un plan de acción, un lugar de vida, una ecología en donde desarrollarse. La “ambigüedad” parece venir a confirmar la normalidad.
En la medida en que las normas de género lato sensu determinen lo que será inteligiblemente humano y lo que no, las personas sólo se vuelven inteligibles en términos de sujeto (en términos jurídicos) de acuerdo a su mejor ajuste y adaptación a las normas. La matriz de inteligibilidad mediante la cual se ha hecho inteligible la identidad masculina y femenina exige que algunos tipos de “identidades” no pueden “existir”. Entre ellas, aquellas en las que el género no es consecuencia del sexo y otras en las que las prácticas del deseo no son “consecuencia” ni del sexo ni del género. Prácticas de deseo que constituyen siempre un hacer por parte de una persona que se sujeta. Más aún, esta suerte de matrix regula lo que es y lo que no es una violencia física.
Lo Queer es menos un concepto que una práctica, un verbo que da cuenta de un hacer antes que un sustantivo que recorta una identidad, se encuentra ligado con la posición de Foucault respecto del sexo y la sexualidad. Para Foucault el sexo es un “ideal regulatorio”, una práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna, demarcando, diferenciado, circunscribiendo los cuerpos que controla. Así el sexo no es algo que tiene una descripción estática de lo que se es, sino una de las normas mediante las cuales ese uno puede llegar a ser viable, esa norma que califica un cuerpo para toda la vida dentro de la esfera de la inteligibilidad cultural. En otras palabras, la construcción del sexo no como un dato corporal dado sobre el cual se imponen artificialmente construcciones de género, sino como una norma cultural que gobierna la materialización de los cuerpos. La materia corporal está completamente sedimentada con los discursos sobre el sexo y la sexualidad que prefiguran y restringen los usos del término. En ese sentido, la femineidad no es producto de una decisión sino de la cita obligada de una norma cuya compleja historia no puede disociarse de las relaciones de disciplina regulación y castigo.
Sin embargo, desde mediados del siglo XX asistimos al advenimiento de las sociedades de control deleuzianas: toda sexualidad no reproductiva es objeto de vigilancia, normalización y control permanente. El sexo es importante porque se convierte en uno de los enclaves estratégicos en las artes de gobernar. Por ello, eso que llamamos sexo no remite a las estabilidades de la naturaleza, sino a una constelación de mutaciones históricas en permanente reconfiguración. Las minorías sociales y políticas están participando e interviniendo en los procesos de definición de las gramáticas de género, toda una exaltación política, absolutamente nueva y fascinante.
La noción de género es la creación del discurso médico de la década del ’40, a partir de los desarrollos del Dr. Money que equiparó género a sexo “fisiológico”, brindando así la posibilidad de usar la tecnología para modificar el cuerpo en función de un ideal regulatorio preexistente, una matrix invisibilizada vía naturalización de lo que un cuerpo humano femenino y masculino debe ser. El género es el deber ser del cuerpo pero también su posibilidad de construcción material mediante dispositivos solidarios con tal noción. A su vez, concepto necesario para la aparición de un conjunto de tecnologías de normalización y transformación de la vida.
Se torna necesaria la tarea de analizar lo que Preciado llama las biopolíticas de género. A partir de las nociones de Foucault, planteará que el poder calcula la vida en términos de población, salud e interés nacional. Biopoder productivo, difuso y tentacular. Sin embargo, las nuevas tecnologías del yo que Preciado maneja incluyen las biotecnologías, como ser la administración hormonal y la cybor-nética de Haraway, así como los dispositivos de representación que nos permitimos reformular como las amnióticas amatorio-literarias.
Aparece así una economía de la construcción del sexo. La normalización y la diferencia serán efectuaciones del control, la reapropiación y el uso de los flujos del género. El cuerpo es la interfase tecno-orgánica, un conjunto técnico segmentado y territorializado según distintos agenciamientos que pueden ser semióticos, bioquímicos, massmediáticos, informáticos, cibernéticos.
En este sentido cobran relevancia el analizador cyborg de Haraway y el analizador nómade de Braidotti, como líneas de fuga pasibles de ser engranajes para la composición de máquinas de guerra. Esta noción remite a uno de los modos posibles de los agenciamientos planteados por Deleuze y Guattari, cuyo primer escrito en común fuera tildado precisamente de inhumano, una propuesta que al reducir la subjetividad y los cuerpos a una constelación de flujos energéticos de intensidad variable, materiales no formados con devenires animales, moléculas o mujeres, puras maquinaciones de un deseo sin un Yo regulador, despedazaba el Ser y lo hundía en el puro Caos. Otra vez DB despertando a sus aliadas. El remedio para la moderna humanidad permitiría la fuga de los falsos paraísos, pero al costo del suplicio eterno en los infiernos.
Resulta no poco casual que el Dios cristiano remita a lo Uno y el Anticristo a la multiplicidad. Los exorcismos están destinados al fracaso, pues el proyecto de reunificación de Uno jamás podrá vencer a Nosotras. Los procesos de cyborgización de las subjetividades no consisten en una figura mitológica: resultan una de las efectuaciones que propone Haraway luego de un estudio riguroso que revela el carácter político de la sociobiología de los primates como laboratorio de pruebas de la ingeniería humana. Cyborgizar supone la composición de un plano abierto poblado de hibridaciones animales, tecnológicas y maquínicas, movimientos de fuga permanentes e inacabados, solidarios con el devenir discontinuo de los proyectos nómades de Braidotti y las transducciones – transposiciones entre mundos diversos. Braidotti resalta la importancia de potenciar los entre, los devenires y las procesualidades como estrategias de diversificación de las lógicas identitarias.
Esta multiplicidad de tareas de producción micropolítica incluye una crítica permanente a las concepciones hegemónicas de los equipamientos institucionales, específicamente a los discursos que asumen el carácter sociohistórico y cultural de las instituciones, pero que a la hora de generar lecturas críticas de sus propios dispositivos recaen en calcos y reproducciones perimidas. Aunque más no sea desde la sola introducción del problema, diremos que los abordajes clásicos del institucionalismo muestran la insuficiencia de los análisis y enfoques propuestos, encontrando una particular modalidad de bloqueo de los flujos epistémicos: sus dispositivos de análisis, sus redes conceptuales y sus herramientas metodológicas ya no promueven ni favorecen maquinaciones de pensamientos y actividades que generen nuevos conocimientos, sino que se han transformado en aparatos de captura que sobrecodifican los territorios institucionales. La consistencia de dichos aparatos se sustenta en dos movimientos reactivos que se articulan y refuerzan mutuamente. Uno de naturaleza centrífuga, que produce un efecto de omnipotencia explicativa y analítica de todo acontecimiento y que refracta cualquier perspectiva exterior a sus dispositivos. Otro de carácter centrípeto, que consiste en la incorporación y anexión de todo componente que resulte funcional para sostener una ficción multidisciplinaria, previa inmunización de sus aspectos revulsivos o desestabilizantes. Movimientos de sutura y saturación de sentido que instauran una axiomatización del institucionalismo, imposibilitando un auténtico enriquecimiento y relegándola a una mera ideología instrumentalizada. Las instituciones conforman el paisaje biopolítico planetario; sin embargo, pareciera que las diversas vertientes del institucionalismo nada tienen para decir al respecto más que plantear la necesidad de adaptarse a “los nuevos tiempos”.
Puesto que los dispositivos biopolíticos de producción y control del cuerpo, el sexo, la raza y la sexualidad se han transformado en la vida capitalista actual, creemos indispensable la creación de nuevas formas de combate que escapen al paradigma dialéctico de la victimización, pero también a las lógicas de la identidad, la representación y la visibilidad que en buena medida han sido ya institucionalizadas por los aparatos mercantiles, mediáticos y de hipervigilancia como nuevas instancias del control, entre ellos la universidad. Un paisaje hecho de minorías, de multiplicidades y de singularidades, a través de una variedad de estrategias de lectura, reapropiación e intervención irreductibles a los slogans de defensa de la “mujer”, la “identidad”, la “libertad” y la “igualdad”.











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