viernes, 26 de noviembre de 2010

EL EFECTO PDG...

o la composición de un trío para la producción de una otra niñez Presentado en el III Encuentro de la Red Pikler Argentina.
19, 20 y 21 de noviembre de 2010

…no somos propiedad de nadie, ni siquiera de pequeñas:ni de nuestros padres ni de la sociedad. Las niñas sólo pertenecen a su propia libertad futura. Libertad, de todas formas, en potencia, que aún aguarda la conciencia plena y su realización basada en el sentimiento de la propia dignidad y en un auténtico respeto por la libertad y la dignidad de los otros.
Mijail Bakunin

“La mujer no quiere seguir siendo la productora de una raza de seres humanos enfermos, débiles, decrépitos y miserables, que no tienen ni la fuerza ni el valor moral de sacudirse el yugo de su pobreza y de su esclavitud.”
Emma Goldman

“Algunos dicen que el remedio se hallaría en la abolición radical de la familia; la abolición de la pareja sexual más o menos estable, reduciendo el amor al solo acto físico o, mejor dicho, transformándolo, con el añadido de la unión sexual, en un sentimiento semejante a la amistad, un sentimiento que reconozca la multiplicación, la variedad, la simultaneidad de los afectos. ¿Y los hijos...? Hijos de todos.”

Enrico Malatesta



Antes que nada, un ejercicio de transparencia: mi encuentro con Emmi Pikler no se produce en el marco de una investigación sistemática ni de una lectura exhaustiva de su obra. Tampoco resulta efecto del ineludible proceso autocrítico que compone mis vínculos construidos cotidianamente con las niñas , más acá de la singularidad contextual a través de las cuales dichas relaciones adquieren su propia consistencia y especificidad. Mi afectación con Pikler acontece, podríamos decir azarosamente, en el campo de la pura experiencia que compone los devenires de un vínculo de afinidad – relación de pareja dirán algunas – con una practicante activa de los principios piklerianos en la institución que cofundara hace casi una década.
Por cierto que mi práctica de la psicología – tanto en su vertiente clínica como institucional – resulta un campo fecundo para que la experiencia en Lóczy prenda como chispa en la pólvora. Pero no se trata de un encuentro “interdisciplinario”, sino más bien de la composición de un trío intenso y poderoso. Me refiero a lo que denominaré como el efecto PDG, sigla que condensa a Emmi Pikler con Gilles Deleuze y Félix Guattari.
El efecto PDG consiste – y será este uno de los objetivos del presente trabajo – en la producción de una serie de conexiones y articulaciones entre la obra y la práctica de Pikler, y las apuestas de Deleuze y Guattari para promover y activar procesos de subjetivación exteriores a los instituidos socioculturales, a través de una multiplicidad de tareas que los autores denominarán como esquizoanálisis, en su primer texto escrito a cuatro manos, El Antiedipo, y en su continuación, Mil Mesetas. Resaltaré aquí particularmente una de dichas tareas, a primera vista negativa pero cargada de positividad, como lo es la crítica implacable a la concepción del sujeto psicoanalítico como producto de una carencia constitutiva y por ello inevitable. Tanto la maquinaria edípica freudiana como la semiótica lacaniana conformarán un inconsciente plagado de representaciones paranoicas y significantes despóticos – si no dejas de desear a tu madre, tu padre en tanto representante de la Ley pondrá en juego su poder y experimentarás el sentimiento de castración – reduciendo el deseo al mero producto de coordenadas familiaristas y configuraciones subjetivas predeterminadas.
Cabe señalar que antes de Melanie Klein el psicoanálisis apeló a la niñez exclusivamente para dar cuenta de la subjetividad adulta. Nunca abordó concretamente las problemáticas de la niñez de la época. El famoso relato del pequeño Hans, citado hasta el cansancio en los foros psicoanalíticos, está basado en las cartas que el padre de la niña enviaba a Freud, detallando los síntomas “fóbicos” de su hija. Ello bastó a Freud para plantear una tesis universal de las fobias infantiles. A su vez, las fantasías primarias eran construidas para reforzar la tesis edípica, siempre a través de la interpretación del discurso de pacientes adultas. En este sentido Deleuze y Guattari plantearán con acierto en El Antiedipo que “Edipo es primero una idea de paranoico adulto, antes de ser un sentimiento infantil de neurótico” (283:1972).
Por su parte, no se conoce a través de ninguna de las biografías de Jacques Lacan trabajo alguno con niñas. En la misma línea del maestro Freud, apelará a la producción de una niñez que resulte funcional al discurso y la práctica psicoanalíticos. El inconsciente dejará de ser un cúmulo de representaciones que componen la novela familiar para devenir un espacio lleno de la pura lógica del régimen significante. La familia imaginaria se disuelve en un conjunto de operaciones simbólicas de constitución subjetiva, pero la operación decisiva del significante del Nombre del Padre funda la entrada en el mundo del deseo y la cultura. En su exterior sólo queda la locura y el desierto. No sorprende que uno de los latiguillos de los psicoanalistas equipare al cuerpo de un bebé recién nacido con tres kilos de carne. Pues sólo se trata de un objeto, un cuerpo vacío que debe investirse con el baño de los significantes como condición para devenir sujeto.
La positividad de la tarea esquizoanalítica deriva en una concepción materialista, funcionalista y creacionista del deseo, el inconsciente y la subjetividad. Quizá comience a intuirse la importancia del esquizoanálisis como una posible aliada de Emmi Pikler en la tarea de composición de otros campos de subjetivación para la niñez.
Pero comencemos por el contexto sociohistórico que posibilita la emergencia de Emmi Pikler. El fin de la segunda guerra mundial deja un legado de ruinas y devastación en toda la región europea. Las ciudades están plagadas de niñas huérfanas, hambrientas y libradas a su suerte. Sólo un contexto de urgencia social pudo posibilitar la convocatoria del inminente Estado-satélite-húngaro de la Unión Soviética a una pediatra cuyas prácticas no negarían específicamente a la familia nuclear burguesa, sino a la institución familiar stricto sensu como campo de docilización de los cuerpos y los deseos.
Si bien la tarea de Pikler no se inicia propiamente en Lóczy, será la convocatoria del estado húngaro la que posibilitará un proyecto institucional que considero revolucionario. No es casual que a poco de iniciado, se redujeran tanto las derivaciones de niños como los subsidios estatales a su proyecto. En este punto cabe apelar al institucionalismo para señalar a Lóczy como un analizador social. Para Gregorio Baremblitt, el institucionalismo remite a “un conjunto heterogéneo, heterológico y polimorfo de orientaciones, entre las cuales es posible encontrar por lo menos una característica común: su aspiración a deflagrar, apoyar y perfeccionar los procesos autoanalíticos y autogestivos de los colectivos sociales”. (11:2002) Una de estas orientaciones, el Socioanálisis, ha planteado el concepto de analizador para intervenir en los procesos de transformación de las instituciones. Un analizador puede definirse como un sujeto, situación o grupo que produce un acontecimiento de ruptura y conmoción sobre un plano de fuerzas actuantes determinado, modificando drástica e irreversiblemente sus mutuas relaciones y articulaciones. Dicho plano podrá referir a un grupo, una institución, una comunidad o una región; pero todos ellos operan por racionalización y totalización, sutura y síntesis. Exceso de sentido. El analizador se constituye como tal en tanto procede por apertura y análisis, corte que revela el componente mítico de una unidad territorial de ficción. Producción de un otro sentido, incluso de sinsentido, el analizador es mucho más que un mero acto de “hacer hablar” a la institución a través de lo anteriormente impensado y naturalizado. Produce un saber hacer que posibilita las condiciones previas al surgimiento de una verdad. Verdad que no es otra que la de la producción deseante, liberadora de una multiplicidad de flujos libidinales. El analizador da cuenta, en última instancia, de formas inéditas de procesos de subjetivación, que fugan de las capturas del estado o de sus ramificaciones – la familia, la escuela, la fábrica, la organización.
Diversas investigaciones históricas han demostrado que la institución familiar moderna es una construcción relativamente nueva, cuya composición resulta indisociable tanto del modo de producción capitalista como de las posteriores formaciones burocrático-totalitarias. Dicho contexto requerirá en el mismo sentido el montaje de nuevos dispositivos de regulación social, entre los cuales la invención de la niñez ocupará un lugar central para las nuevas formas de estratificación y división social del trabajo. Asistimos a la conformación de una segmentaridad lineal progresivo-evolutiva del deseo – entendido como una producción de subjetividad histórico-social – traducida brillantemente en el enunciado de René Lourau: “La fábrica es una escuela, una dura escuela para los individuos a quienes la sociedad priva de escuela tan pronto abandonan la infancia. La fábrica es una cárcel, una cárcel donde no se obliga a entrar y donde no se retiene a nadie, pero donde ciertos individuos se ven obligados a ingresar por la “lógica” del origen social, de la herencia cultural y de la selección escolar” (12:1975). Dicha segmentaridad lineal familia-escuela-fábrica se articula con una de carácter circular concéntrica – casa-barrio-región-nación – y con la más peligrosa, de carácter binario: hombre-mujer, masculino-femenino, animal-humano, naturaleza-cultura, salud-enfermedad, cuerpo-mente…y la que focalizaremos particularmente, niño-adulto.
Las máquinas sociales binarias funcionan según el principio de identidad y exclusión. Eres un niño en tanto no eres un adulto. El ser y el no-ser producen una soldadura de sentido, sobrecodificando las potencias y los devenires de los procesos de subjetivación en pares de oposición universales y masculinizantes. El niño es un adulto en potencia, pero las prácticas médicas y pedagógicas sobre los cuerpos infantilizados calcificarán a la niñez como un sujeto de carencia, irresponsable, ignorante, dependiente…en el caso de la niñez desamparada, la producción de carencia se duplica. Sin autodeterminación y sin familia.
No es casual que una de las primeras medidas de Pikler fuera despedir a las “cuidadoras” que permanecían en Lóczy antes de su llegada. Podemos considerar que poner de cabeza las prácticas de crianza instituidas exigía la formación de nuevos cuadros micropolíticos, si asumimos que la jerarquía instituida niño-adulto compone una relación de poder de la segunda sobre la primera. En este punto Pikler demostrará – como lo hiciera nuestra querida Emilia Ferreiro respecto de los procesos de aprendizaje – que las prácticas de crianza y los procesos de autonomización e independencia de las niñas deben ser analizadas como vectores de subjetivación transversales a las estratificaciones y clases sociales. La posición social, económica o cultural de las familias no garantiza mejores vínculos con las niñas; por el contrario, Pikler observó con ojo magistral que las niñas callejeras poseían un dominio del cuerpo y de sus potencias mucho más intensos que las niñas caseras de “buena Familia”.
Si tenemos en cuenta lo reseñado, las prácticas de crianza a las que apuesta Pikler conforman un territorio y una concepción de la subjetividad que permiten dos movimientos heterogéneos pero complementarios e indisolubles: la fuga de concepciones estructural-familiaristas y la conexión con posicionamientos esquizos, en tanto es posible componer una máquina de tres planos:

- una línea materialista, pues los modos de encuentro entre los cuerpos de las cuidadoras y las niñas se componen en el marco de un dispositivo integral de cuidado y respeto a la singularidad, por fuera de toda concepción abstracta y dogmática de la niñez. La diferencia entre niñas y adultas consiste sólo en sus grados de potencia, las materias que componen su corporeidad variarán sus intensidades pero no su naturaleza. Michel Foucault sostenía que los discursos disciplinarios producían sus sujetos a través de prácticas concretas de subjetivación sobre los cuerpos y los deseos. Denominó como biopolítica al conjunto de técnicas y aparatos de control que regulaban la vida del cuerpo como especie, a través del poder de hacer vivir o dejar morir. La pediatría surgirá como especialidad médica que regulará no sólo la salud y la enfermedad, sino que producirá la niñez como la conocemos actualmente, cuerpos vacíos dispuestos a ser llenados de motivaciones, estímulos, objetos y sustancias diversas. Toda una pedagogía de la crianza que determinará – más exactamente, producirá – los deseos, los comportamientos, la sexualidad y la relación con los padres, maestros y cualquier figura que represente una autoridad a la cual la niña deberá someterse. Cuerpos llenos de obediencia y docilidad. En este sentido no parece descabellado entender a las prácticas de Lóczy como un contrapoder: a través de un encuadre a primera vista homogéneo respecto de los tiempos, cuidados y alimentación de cada niña, favorece que todas las niñas autogestionen las rítmicas de sus deseos y sus cuerpos en función de una procesualidad subjetiva material siempre en curso, siempre en constante devenir, siempre en proceso de singularización. Resulta clave para Pikler la noción de movimiento libre, exterior a una lógica de las posturas y los estados. La lógica postural es inescindible de una pedagogía intervencionista, la lógica del movimiento libre resulta indisociable de una contrapedagogía libertaria.

- un vector funcionalista, en tanto los procesos de subjetivación no pueden conformarse sino a través de verdaderas máquinas de contracrianza, donde las constantes revisiones, autocríticas y remodelaciones de las prácticas cotidianas de cuidado se fundan en un permanente cómo hacer, cómo funciona, qué produce en la materialidad de las situaciones concretas en los encuentros cotidianos con las niñas. El qué hacer estaba claro para Pikler desde un principio: aportar a una biopolítica de la niñez exterior a los equipamientos institucionales clásicos.

- un conector estético-creacionista, si planteamos que el analizador Lóczy disuelve la identidad cristalizada de la niñez como entidad carente no formada. La contracrianza requiere un abandono de las subjetivaciones molares y totalizantes de la niñez, restringiendo las prácticas de cuidado a vectores de subjetivación parcial. Si las niñas son personas, para qué apelar a la repentina ecolalia estupidizante cuando hablamos con ellas, para qué acercarnos a cinco centímetros de su rostro y transformarnos en payasos? El famoso baño de Tünde debería llamarse un cuerpo es bañado por otro cuerpo; uno no deviene sin el otro, el acto del baño los constituye y no a la inversa. Allí se conforma un encuentro en la experiencia misma del bañarse, posibilitando afectaciones tiernas y alegres en un paisaje común, compuesto a partir de lo que Pikler llamó las acciones mutuamente modificantes, toda una definición del devenir. Tünde sabe las fases del baño, sencillamente porque se le transmite – a través del contacto cuerpo a cuerpo, de los algodones que higienizan pero también acarician – con anticipación cada una de ellas, condición ineludible para que Tünde se bañe con la cuidadora, quien no deja de vincularse con la niña también a través de la palabra. Noción diferente a la de lenguaje o discurso, pues nada nos impide rescatar que Tünde también habla, aunque sus diversos lenguajes guturales, gestuales y corporales deban incorporarse en una semiótica exterior al despotismo del régimen de signos significante. Las personas adultas olvidan que el noventa por ciento del lenguaje es de naturaleza no verbal, abonando las condiciones del fracaso repetido de la comunicación para poder entendernos. Hablar con los niños supone el ejercicio de una práctica discursiva definida por su multiplicidad y su performatividad: el baño de Tünde se hace en las prácticas microscópicas que conforman un devenir del bañar.

La eficacia de las máquinas de contracrianza conformadas a partir del efecto PDG no se reduce a los acoplamientos más o menos exitosos entre los planos materiales, funcionales y estéticos. Posibilita la reinvención y modelización permanente de sus engranajes y de los flujos deseantes que los recorren. En este sentido, es preciso advertir que el planeta mundo que habitamos difiere sustancialmente del que viviera Pikler en Lóczy. El fin de los grandes relatos de la Modernidad y la globalización del capitalismo postfordista financiero en un mundo multipolar – entre muchos otros indicadores de una mutación sociohistórica irreversible – introducen a una infinidad de nuevas problemáticas para la niñez en particular y para los procesos de subjetivación en general.
Pikler debió trabajar en una macropolítica de la intervención, en función de una urgencia social que exigía un conjunto de prácticas de recomposición subjetiva de la niñez desamparada. Con todo, su experiencia en Lóczy no contó con un apoyo proporcional a la importancia del proyecto institucional, ni mucho menos con la replicación de su metodología a las múltiples agencias estatales vinculadas con la promoción de mejores formas de vida para las niñas. Lejos de minimizar sus efectos, lo dicho refuerza la hipótesis que recorta Lóczy como un analizador social, desde la posguerra hasta la actualidad.
Cumplida la primera década del siglo XXI, la niñez ha sufrido una serie de transformaciones determinantes, entre las cuales resulta ineludible citar la subjetivación de las niñas como consumidoras, la mutación de las instituciones que conformaban la infancia clásica de la modernidad – escuela, trabajo, familia – en el marco de la informatización de la producción y la transición de las sociedades estatales disciplinarias hacia las sociedades biopolíticas de control global. Al devenir sujetos de consumo, las niñas padecen la inclusión prematura en el mundo de los objetos satisfactores de deseo, cuya función consiste en la producción continua de necesidad. La conformación de un mercado para la infancia posibilita un proceso de adultización de la niñez: la independencia y la autonomía devienen conceptos vaciados de potencia y sentido, el movimiento libre y la capacidad de estar solo se transforman en soledad, cubierta con la hiperestimulación y una falsa libertad de elección.
Si las condiciones sociohistóricas no son las mismas que habitó Emmi Pikler, los dispositivos deberán igualmente sufrir una mutación. Considero que la misma debiera consistir en una micropolítica de la deserción, en función de una esclerosis social que exige la conformación de un conjunto de prácticas de descomposición subjetiva de las infancias sobrecodificadas.
La deserción supone el trazado de líneas de fuga no sólo del hospitalismo sino de la institución hospitalaria, no sólo de las pedagogías conservadoras sino de la institución escolar, no sólo de los familiarismos despóticos sino de la institución familiar. Pues las perspectivas institucionales críticas han develado que el hospital produce patología, la escuela produce disciplina y la familia sometimiento. Sus aparentes desviaciones o exacerbaciones son sólo diferencias de modulación, no serían posibles sin las estructuras que sostienen a todas ellas y cuya función consiste no más que en reproducirse al infinito.
Se tratará igualmente de una fuga de los grandes conjuntos molares instituidos que sostienen una macropolítica del conflicto – familia, salud, educación disfuncionales – que justificarían una intervención normalizadora. Una micropolítica supone por el contrario la composición de procesos moleculares de singularización individuales, grupales y colectivos, a través de la proliferación y diseminación de prácticas anómalas de descodificación, no sólo de la niñez capturada en el consumo y la enajenación adultizante, sino de nuestra propia condición de adultos obedientes y sobreadaptados a las regulaciones del poder instituido.

La contracrianza entonces, deberá conformar sus dispositivos en función de un principio de inmanencia, para evitar la caída en posiciones dogmáticas o determinismos trascendentalistas. Mantener la fidelidad a los preceptos de su fundadora, lo que supone una feliz paradoja: continuar las trayectorias de Pikler supone tomar activamente un conjunto de iniciativas, que posibiliten una conformación independiente y autónoma de las prácticas, generando movimientos libres de cualquier fundamento apriorístico, inclusive y sobre todo los de Pikler. Pues cabe imaginar que sería la primera en ofuscarse si supiera que sus propuestas sólo han devenido calcos, puras reproducciones de una unidad originaria. La composición del efecto PDG pretende fugar de los calcos para trazar nuevas cartografías de la niñez contemporánea, exteriores a las formas rígidas del hospitalismo y la institucionalización. Pero también por fuera de las subjetivaciones consumistas de la propagación global, que degluten a la niñez tras la ficción de un igualitarismo zombificante. En algún lugar, Pikler sonríe aliviada. Desobedecemos, y en ese acto devenimos autónomos, independientes y libres.


Bibliografía

Deleuze, G. y Guattari, F.: El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Paidós. 1973.
Mil Mesestas. Pre-Textos. 1988.
Falk, J.: Mirar al niño. La escala de desarrollo. Instituto Pikler (Lóczy). Ediciones Ariana. 1997.
Foucault, M.: Historia de la sexualidad. Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI. 1977.
Lourau, R.: El análisis institucional. Amorrortu. 1975.
Pikler, E.: Iniciativa – Competencia. Importancia del movimiento en el desarrollo de la persona. 1988.
Moverse en libertad. Narcea Ediciones. 1985.

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