viernes, 31 de diciembre de 2010
Felices fiestas, la casa está en orden!
censo muerte & rock n roll
a mí también
casi se me partió el alma a la mitad
quedó colgando de unos hilitos
los hilitos son mi vieja
el barrio
la patria
los amigos
se sufre y se aguanta
se sufre y se aguanta
como mastico
como carne roja casi cruda
creo en dios
y soy peronista
y los veo agazapados
anarquistas
gorilas
escuchen esta voz
se acabó la resistencia
esta tarde no es como las otras
sopla un viento raro
esta noche néstor rompe el cerrojo de la muerte
como en un flash
se ve caminando por las callecitas
del cementerio
ahora está manejando un auto
y para zombi se lo ve bastante bien
la ruta se escapa iluminada por los faros
¿cuánto queda del genio estadista en este muerto vivo?
todavía no se sabe
el presidente maneja sin pausa
y tiene tanta suerte
que el auto que maneja
tiene un tanque extra
de euro diesel
así que no para ni para estirar las piernas
y las luces de buenos aires aparecen
un atardecer
un siglo después
lo guía destino
y es el destino de florencia peña
la que la pone de frente al zombi néstor
en una calle empedrada
cruzando
florencia ve que es él el que maneja
se queda paralizada
y cuando néstor baja del auto
y se le acerca
un calor se apodera de florencia
está vivo
gracias a dios
fue un mal sueño
el presidente está vivo
pero cuando lo tiene casi encima
florencia se da cuenta de sus malas intenciones
-hasta florencia peña vio alguna vez una película de zombis-
quiere rotar y salir disparando
pero el ya la tiene del pelo
clava uno de los dedos de la mano que tiene libre
en el ojo derecho de florencia
haciendo estallar el globo ocular
con un ruidito un poco cómico
pero no
súper terrible y gore
la mina grita como una descosida
mientras néstor
con bastante trabajo
la tumba sobre el pavimento
le escarba el gañote con las uñas
y al final abre un poco
y pega el mordisco
mastica
la carne cruda
de florencia peña
que todavía está viva
que ya no grita
ni nada
cordero de dios
florencia
los ojos de néstor se ven más claros
ahora que se alimentó de tu carne
parece
menos zombi
cuando se aleja en el auto
la calle se puebla de gente
y enseguida uno encuentra el cuerpo de florencia
cordero de dios
navidad
esta
es la primera navidad de cristina
sin néstor
en río gallegos
hacen la espera de una fiesta que no llega
porque el espíritu de néstor flota
entonces ellos ya están pensando en néstor
cuando borracho de sangre
entra pateando la puerta
florencia retrocede espantada
porque es la que está más cerca
y tira con el brazo el florero
unas flores tan lindas tenía
aparece por atrás enseguida
uno de seguridad
se acerca demasiado y pierde
máximo se aplasta contra la pared
está paralizado
no entiende nada
florencia corre hasta él
ahora néstor los mira
son sus hijos
y está ahí en el aire mariano también
decide masticarse primero al nene
gordo boludo
se sube a la mesa y quiere saltarle encima
pero entonces cristina
a lo michelle rodríguez
se arranca la camisa rosa
de una patada rompe una de las patas de la mesa
y entonces néstor trastabilla
rueda como un tronco
cristina se le para de manos
con ese pedazo de madera
néstor le hace el juego
recibe un par de golpes
cuando le araña la manga
cristina ya está perdida
le mete las manos en la boca
y le separa las mandíbulas
como king kong
como el hulk de ang lee
néstor se acerca a sus hijos
que están fundidos en una masa de mocos y saliva
lleva en la mano la pata de la mesa
primero aplasta el cráneo de uno
después el otro
nochevieja
la última noche del año
lilita
se arrincona en la cocina
y sola
con el resto de la familia en silencio en el comedor
se come un lechón entero
a veces entre bocados llora
o reza
los chicos ya no se acercan a la cocina
saben que la tía se pone mal
entonces lilita termina el lechón
y se va por la puerta de atrás
sube a su pieza privada
y sube despacio
le come el alma una sensación horrible
hoy siente que el año que se va
se lleva girones de su vida
abajo la familia se anima un poco
alguno se ríe
se acercan las 12 en el reloj
lilita se clava dos azulitas
y se cae como una piedra
y son las 12 en punto
y empiezan a sonar las explosiones
y las luces del cielo son tantas
que la pieza de lilita se enciende
y si ella pudiera ver esas luces
dormiría más tranquila
mientras las explosiones se amplifican
alvarito
de 8
se asoma a la puerta
y vuelve enroscado en el machete de néstor
los gritos y las explosiones se multiplican
la familia de lilita cae
de a uno
a veces de a dos
con las últimas cargas muere la última piba
borbotea un poquito todavía
y ya néstor está subiendo la escalera
lilita sigue dormida cuando la puerta se abre
sigue dormida cuando néstor le ata las piernas
y los brazos
con infames blusas que inundan el placard
cuando vuelve a este mundo
tiene una pelota de media en la boca
y un zombi al pie de la cama
el terror se apodera por completo de lilita
se mueve tan fuerte que la cama empieza a patalear
se lo ve a néstor contrariado
se acerca a ella
y la cama da saltos
levanta el machete por sobre su cabeza
y lo deja un ratito ahí
lilita se queda quieta
y acá viene lo raro
acepta su suerte
en sus ojos aparece algo
que antes no estaba
el zombi se da cuenta
y se las arregla para que el machetazo
le parta la cabeza a la altura de los ojos
By Lucio Greco. copyleft.
viernes, 10 de diciembre de 2010
zombies y genero y el entrecruzamiento con la raza
.
Just close your eyes let me hypnotize U
I can make your storm feel your sky blue
when you're lost you know I’ll find you,
if I’m not beside you
I’m behind you
N.E.R.D. - Hypnotize U
http://www.facebook.com/l/eec68gpc50VQnNnbIvA4zv4pMjQ;www.youtube.com/watch?v=YM-41D89rdc&feature=related
Music video by N.E.R.D. performing Hypnotize U. (C) 2010 Star Trak,LLC
martes, 30 de noviembre de 2010
POSHUMX
POSHUMX
Como mirar el sol cada vez, penetrar nuestros ojos en él a la vez que sus rayos penetran en los nuestros, y en vuestra multiplicidad de fuerzas afectarnos mágica y apasionadamente de una vez por todas. Nuestra presencia.px.
Posthumanos se dice y al mismo tiempo se hace. No se trata de un adjetivo que califique a un sujeto, no es un atributo dentro de un predicado. Ahí donde se intentó hacer predicado, se conjugaron formas de vida para generar rupturas humanas sin conceptos, ni categorías y, por tanto, sin ideologías.
No se habla de un tránsito del sujeto moderno al sujeto postmoderno, pues la fantasía del sujeto ha sido desmantelada.
Jugamos al juego de la afectación autocrítica constante. Un juego para huir de la ficción de las definiciones. Un juego con aperturas que nacen y mueren y no dejan de insistir en derribar las tramas del ser como sustancia para crear las tramas de un ser como performance.
Aquello que se llama “Hombre” ha necesitado siempre de significantes como analgésicos llámese asalariado, academizado, teñido o familiarmente asignado por jurisprudencias.
Los binomios agonizan, algunos se han inmunizado y parecen estar cada vez más fuertes como monstruos fenixos intentando revivir y apoderarse cual amo supremo o soberano de los que nacen, viven y aún no han sido paridos.
En boga y todavía con vestigios de los más duros e “invencibles” aparatos de captura de la modernidad, todos los seres, hombres, animales y plantas no cesamos de pasar de un lugar a otro, a modo de una prisión trágica con ansias de libertad. Cualquier tipo de libertad atosigada por las grandes insituciones modernas (la familia, luego la escuela, el trabajo, el matrimonio y, por supuesto, el amor) sigue albergándonos y produciendo deseos.
El aparato “naturaleza versus cultura” nos presiona como enseñanza bíblica y científica. El Ser Social reza: no hables con los animales, las plantas, o piedras, pues eso ES la locura o el no pasaje a la cultura. Y ¡cuidado! Con tentarse con el deseo sexual y el cariño hacia otras especies, pues la tipificación repugnante no tardará en llegar como el mismo sello de fierro caliente con el que etiquetan al ganado.
Típicas abundancias de la modernidad pero que se coagulan por estos tiempos. Organizar la producción, decidir la muerte y administrar la vida se licuan y condensan. No hay desvanecimiento o abolición porque la adaptación de viejas oposiciones del hombre y aquello que ante él se presenta siguen siendo enseñanzas por estos días a través de diversas disciplinas. Afectan los cuerpos, los heteronormativiza.
Atacan de forma tangible -algunas más visibles que otras- las relaciones políticas del Imperio, imprimiendo en el hombre su SER como aquella sustancia inmutable que permanece y trasciende “naturalmente”. Los agenciamientos despóticos se oponen a que “lo extraño”, “la rareza”, el “trance” o lo “anormal” puedan ser formas legítimas para abolir el estado y lo social, presentándose aquella rareza y anormalidad como el contra-poder y el deseo autoproducido. Dar lugar a ello pareciera significar un golpe bajo a la identidad, al Ser como sustancia, a la homogeneidad y cualquier forma de vida que vilmente se transcriben y retranscriben con el principal fin: evitar el contra-poder y el deseo autoproducido.
Llegó el momento de huir, de pensar otras formas de vida y fugar de las anteriores. Es la hora de vivir de otros modos en los que nada tenga relación entre sí, en los que el caos y la inestabilidad no sean sujetos por los predicados anormales, en los que podamos hacer máquina con todos los objetos, y en los que nuestros modos de afectación no reproduzcan la familia y el estado mayor. Es hora de devenir manadas.
domingo, 28 de noviembre de 2010
viernes, 26 de noviembre de 2010
EL EFECTO PDG...
o la composición de un trío para la producción de una otra niñez Presentado en el III Encuentro de la Red Pikler Argentina.
19, 20 y 21 de noviembre de 2010
…no somos propiedad de nadie, ni siquiera de pequeñas:ni de nuestros padres ni de la sociedad. Las niñas sólo pertenecen a su propia libertad futura. Libertad, de todas formas, en potencia, que aún aguarda la conciencia plena y su realización basada en el sentimiento de la propia dignidad y en un auténtico respeto por la libertad y la dignidad de los otros.
Mijail Bakunin
“La mujer no quiere seguir siendo la productora de una raza de seres humanos enfermos, débiles, decrépitos y miserables, que no tienen ni la fuerza ni el valor moral de sacudirse el yugo de su pobreza y de su esclavitud.”
Emma Goldman
“Algunos dicen que el remedio se hallaría en la abolición radical de la familia; la abolición de la pareja sexual más o menos estable, reduciendo el amor al solo acto físico o, mejor dicho, transformándolo, con el añadido de la unión sexual, en un sentimiento semejante a la amistad, un sentimiento que reconozca la multiplicación, la variedad, la simultaneidad de los afectos. ¿Y los hijos...? Hijos de todos.”
Enrico Malatesta
Antes que nada, un ejercicio de transparencia: mi encuentro con Emmi Pikler no se produce en el marco de una investigación sistemática ni de una lectura exhaustiva de su obra. Tampoco resulta efecto del ineludible proceso autocrítico que compone mis vínculos construidos cotidianamente con las niñas , más acá de la singularidad contextual a través de las cuales dichas relaciones adquieren su propia consistencia y especificidad. Mi afectación con Pikler acontece, podríamos decir azarosamente, en el campo de la pura experiencia que compone los devenires de un vínculo de afinidad – relación de pareja dirán algunas – con una practicante activa de los principios piklerianos en la institución que cofundara hace casi una década.
Por cierto que mi práctica de la psicología – tanto en su vertiente clínica como institucional – resulta un campo fecundo para que la experiencia en Lóczy prenda como chispa en la pólvora. Pero no se trata de un encuentro “interdisciplinario”, sino más bien de la composición de un trío intenso y poderoso. Me refiero a lo que denominaré como el efecto PDG, sigla que condensa a Emmi Pikler con Gilles Deleuze y Félix Guattari.
El efecto PDG consiste – y será este uno de los objetivos del presente trabajo – en la producción de una serie de conexiones y articulaciones entre la obra y la práctica de Pikler, y las apuestas de Deleuze y Guattari para promover y activar procesos de subjetivación exteriores a los instituidos socioculturales, a través de una multiplicidad de tareas que los autores denominarán como esquizoanálisis, en su primer texto escrito a cuatro manos, El Antiedipo, y en su continuación, Mil Mesetas. Resaltaré aquí particularmente una de dichas tareas, a primera vista negativa pero cargada de positividad, como lo es la crítica implacable a la concepción del sujeto psicoanalítico como producto de una carencia constitutiva y por ello inevitable. Tanto la maquinaria edípica freudiana como la semiótica lacaniana conformarán un inconsciente plagado de representaciones paranoicas y significantes despóticos – si no dejas de desear a tu madre, tu padre en tanto representante de la Ley pondrá en juego su poder y experimentarás el sentimiento de castración – reduciendo el deseo al mero producto de coordenadas familiaristas y configuraciones subjetivas predeterminadas.
Cabe señalar que antes de Melanie Klein el psicoanálisis apeló a la niñez exclusivamente para dar cuenta de la subjetividad adulta. Nunca abordó concretamente las problemáticas de la niñez de la época. El famoso relato del pequeño Hans, citado hasta el cansancio en los foros psicoanalíticos, está basado en las cartas que el padre de la niña enviaba a Freud, detallando los síntomas “fóbicos” de su hija. Ello bastó a Freud para plantear una tesis universal de las fobias infantiles. A su vez, las fantasías primarias eran construidas para reforzar la tesis edípica, siempre a través de la interpretación del discurso de pacientes adultas. En este sentido Deleuze y Guattari plantearán con acierto en El Antiedipo que “Edipo es primero una idea de paranoico adulto, antes de ser un sentimiento infantil de neurótico” (283:1972).
Por su parte, no se conoce a través de ninguna de las biografías de Jacques Lacan trabajo alguno con niñas. En la misma línea del maestro Freud, apelará a la producción de una niñez que resulte funcional al discurso y la práctica psicoanalíticos. El inconsciente dejará de ser un cúmulo de representaciones que componen la novela familiar para devenir un espacio lleno de la pura lógica del régimen significante. La familia imaginaria se disuelve en un conjunto de operaciones simbólicas de constitución subjetiva, pero la operación decisiva del significante del Nombre del Padre funda la entrada en el mundo del deseo y la cultura. En su exterior sólo queda la locura y el desierto. No sorprende que uno de los latiguillos de los psicoanalistas equipare al cuerpo de un bebé recién nacido con tres kilos de carne. Pues sólo se trata de un objeto, un cuerpo vacío que debe investirse con el baño de los significantes como condición para devenir sujeto.
La positividad de la tarea esquizoanalítica deriva en una concepción materialista, funcionalista y creacionista del deseo, el inconsciente y la subjetividad. Quizá comience a intuirse la importancia del esquizoanálisis como una posible aliada de Emmi Pikler en la tarea de composición de otros campos de subjetivación para la niñez.
Pero comencemos por el contexto sociohistórico que posibilita la emergencia de Emmi Pikler. El fin de la segunda guerra mundial deja un legado de ruinas y devastación en toda la región europea. Las ciudades están plagadas de niñas huérfanas, hambrientas y libradas a su suerte. Sólo un contexto de urgencia social pudo posibilitar la convocatoria del inminente Estado-satélite-húngaro de la Unión Soviética a una pediatra cuyas prácticas no negarían específicamente a la familia nuclear burguesa, sino a la institución familiar stricto sensu como campo de docilización de los cuerpos y los deseos.
Si bien la tarea de Pikler no se inicia propiamente en Lóczy, será la convocatoria del estado húngaro la que posibilitará un proyecto institucional que considero revolucionario. No es casual que a poco de iniciado, se redujeran tanto las derivaciones de niños como los subsidios estatales a su proyecto. En este punto cabe apelar al institucionalismo para señalar a Lóczy como un analizador social. Para Gregorio Baremblitt, el institucionalismo remite a “un conjunto heterogéneo, heterológico y polimorfo de orientaciones, entre las cuales es posible encontrar por lo menos una característica común: su aspiración a deflagrar, apoyar y perfeccionar los procesos autoanalíticos y autogestivos de los colectivos sociales”. (11:2002) Una de estas orientaciones, el Socioanálisis, ha planteado el concepto de analizador para intervenir en los procesos de transformación de las instituciones. Un analizador puede definirse como un sujeto, situación o grupo que produce un acontecimiento de ruptura y conmoción sobre un plano de fuerzas actuantes determinado, modificando drástica e irreversiblemente sus mutuas relaciones y articulaciones. Dicho plano podrá referir a un grupo, una institución, una comunidad o una región; pero todos ellos operan por racionalización y totalización, sutura y síntesis. Exceso de sentido. El analizador se constituye como tal en tanto procede por apertura y análisis, corte que revela el componente mítico de una unidad territorial de ficción. Producción de un otro sentido, incluso de sinsentido, el analizador es mucho más que un mero acto de “hacer hablar” a la institución a través de lo anteriormente impensado y naturalizado. Produce un saber hacer que posibilita las condiciones previas al surgimiento de una verdad. Verdad que no es otra que la de la producción deseante, liberadora de una multiplicidad de flujos libidinales. El analizador da cuenta, en última instancia, de formas inéditas de procesos de subjetivación, que fugan de las capturas del estado o de sus ramificaciones – la familia, la escuela, la fábrica, la organización.
Diversas investigaciones históricas han demostrado que la institución familiar moderna es una construcción relativamente nueva, cuya composición resulta indisociable tanto del modo de producción capitalista como de las posteriores formaciones burocrático-totalitarias. Dicho contexto requerirá en el mismo sentido el montaje de nuevos dispositivos de regulación social, entre los cuales la invención de la niñez ocupará un lugar central para las nuevas formas de estratificación y división social del trabajo. Asistimos a la conformación de una segmentaridad lineal progresivo-evolutiva del deseo – entendido como una producción de subjetividad histórico-social – traducida brillantemente en el enunciado de René Lourau: “La fábrica es una escuela, una dura escuela para los individuos a quienes la sociedad priva de escuela tan pronto abandonan la infancia. La fábrica es una cárcel, una cárcel donde no se obliga a entrar y donde no se retiene a nadie, pero donde ciertos individuos se ven obligados a ingresar por la “lógica” del origen social, de la herencia cultural y de la selección escolar” (12:1975). Dicha segmentaridad lineal familia-escuela-fábrica se articula con una de carácter circular concéntrica – casa-barrio-región-nación – y con la más peligrosa, de carácter binario: hombre-mujer, masculino-femenino, animal-humano, naturaleza-cultura, salud-enfermedad, cuerpo-mente…y la que focalizaremos particularmente, niño-adulto.
Las máquinas sociales binarias funcionan según el principio de identidad y exclusión. Eres un niño en tanto no eres un adulto. El ser y el no-ser producen una soldadura de sentido, sobrecodificando las potencias y los devenires de los procesos de subjetivación en pares de oposición universales y masculinizantes. El niño es un adulto en potencia, pero las prácticas médicas y pedagógicas sobre los cuerpos infantilizados calcificarán a la niñez como un sujeto de carencia, irresponsable, ignorante, dependiente…en el caso de la niñez desamparada, la producción de carencia se duplica. Sin autodeterminación y sin familia.
No es casual que una de las primeras medidas de Pikler fuera despedir a las “cuidadoras” que permanecían en Lóczy antes de su llegada. Podemos considerar que poner de cabeza las prácticas de crianza instituidas exigía la formación de nuevos cuadros micropolíticos, si asumimos que la jerarquía instituida niño-adulto compone una relación de poder de la segunda sobre la primera. En este punto Pikler demostrará – como lo hiciera nuestra querida Emilia Ferreiro respecto de los procesos de aprendizaje – que las prácticas de crianza y los procesos de autonomización e independencia de las niñas deben ser analizadas como vectores de subjetivación transversales a las estratificaciones y clases sociales. La posición social, económica o cultural de las familias no garantiza mejores vínculos con las niñas; por el contrario, Pikler observó con ojo magistral que las niñas callejeras poseían un dominio del cuerpo y de sus potencias mucho más intensos que las niñas caseras de “buena Familia”.
Si tenemos en cuenta lo reseñado, las prácticas de crianza a las que apuesta Pikler conforman un territorio y una concepción de la subjetividad que permiten dos movimientos heterogéneos pero complementarios e indisolubles: la fuga de concepciones estructural-familiaristas y la conexión con posicionamientos esquizos, en tanto es posible componer una máquina de tres planos:
- una línea materialista, pues los modos de encuentro entre los cuerpos de las cuidadoras y las niñas se componen en el marco de un dispositivo integral de cuidado y respeto a la singularidad, por fuera de toda concepción abstracta y dogmática de la niñez. La diferencia entre niñas y adultas consiste sólo en sus grados de potencia, las materias que componen su corporeidad variarán sus intensidades pero no su naturaleza. Michel Foucault sostenía que los discursos disciplinarios producían sus sujetos a través de prácticas concretas de subjetivación sobre los cuerpos y los deseos. Denominó como biopolítica al conjunto de técnicas y aparatos de control que regulaban la vida del cuerpo como especie, a través del poder de hacer vivir o dejar morir. La pediatría surgirá como especialidad médica que regulará no sólo la salud y la enfermedad, sino que producirá la niñez como la conocemos actualmente, cuerpos vacíos dispuestos a ser llenados de motivaciones, estímulos, objetos y sustancias diversas. Toda una pedagogía de la crianza que determinará – más exactamente, producirá – los deseos, los comportamientos, la sexualidad y la relación con los padres, maestros y cualquier figura que represente una autoridad a la cual la niña deberá someterse. Cuerpos llenos de obediencia y docilidad. En este sentido no parece descabellado entender a las prácticas de Lóczy como un contrapoder: a través de un encuadre a primera vista homogéneo respecto de los tiempos, cuidados y alimentación de cada niña, favorece que todas las niñas autogestionen las rítmicas de sus deseos y sus cuerpos en función de una procesualidad subjetiva material siempre en curso, siempre en constante devenir, siempre en proceso de singularización. Resulta clave para Pikler la noción de movimiento libre, exterior a una lógica de las posturas y los estados. La lógica postural es inescindible de una pedagogía intervencionista, la lógica del movimiento libre resulta indisociable de una contrapedagogía libertaria.
- un vector funcionalista, en tanto los procesos de subjetivación no pueden conformarse sino a través de verdaderas máquinas de contracrianza, donde las constantes revisiones, autocríticas y remodelaciones de las prácticas cotidianas de cuidado se fundan en un permanente cómo hacer, cómo funciona, qué produce en la materialidad de las situaciones concretas en los encuentros cotidianos con las niñas. El qué hacer estaba claro para Pikler desde un principio: aportar a una biopolítica de la niñez exterior a los equipamientos institucionales clásicos.
- un conector estético-creacionista, si planteamos que el analizador Lóczy disuelve la identidad cristalizada de la niñez como entidad carente no formada. La contracrianza requiere un abandono de las subjetivaciones molares y totalizantes de la niñez, restringiendo las prácticas de cuidado a vectores de subjetivación parcial. Si las niñas son personas, para qué apelar a la repentina ecolalia estupidizante cuando hablamos con ellas, para qué acercarnos a cinco centímetros de su rostro y transformarnos en payasos? El famoso baño de Tünde debería llamarse un cuerpo es bañado por otro cuerpo; uno no deviene sin el otro, el acto del baño los constituye y no a la inversa. Allí se conforma un encuentro en la experiencia misma del bañarse, posibilitando afectaciones tiernas y alegres en un paisaje común, compuesto a partir de lo que Pikler llamó las acciones mutuamente modificantes, toda una definición del devenir. Tünde sabe las fases del baño, sencillamente porque se le transmite – a través del contacto cuerpo a cuerpo, de los algodones que higienizan pero también acarician – con anticipación cada una de ellas, condición ineludible para que Tünde se bañe con la cuidadora, quien no deja de vincularse con la niña también a través de la palabra. Noción diferente a la de lenguaje o discurso, pues nada nos impide rescatar que Tünde también habla, aunque sus diversos lenguajes guturales, gestuales y corporales deban incorporarse en una semiótica exterior al despotismo del régimen de signos significante. Las personas adultas olvidan que el noventa por ciento del lenguaje es de naturaleza no verbal, abonando las condiciones del fracaso repetido de la comunicación para poder entendernos. Hablar con los niños supone el ejercicio de una práctica discursiva definida por su multiplicidad y su performatividad: el baño de Tünde se hace en las prácticas microscópicas que conforman un devenir del bañar.
La eficacia de las máquinas de contracrianza conformadas a partir del efecto PDG no se reduce a los acoplamientos más o menos exitosos entre los planos materiales, funcionales y estéticos. Posibilita la reinvención y modelización permanente de sus engranajes y de los flujos deseantes que los recorren. En este sentido, es preciso advertir que el planeta mundo que habitamos difiere sustancialmente del que viviera Pikler en Lóczy. El fin de los grandes relatos de la Modernidad y la globalización del capitalismo postfordista financiero en un mundo multipolar – entre muchos otros indicadores de una mutación sociohistórica irreversible – introducen a una infinidad de nuevas problemáticas para la niñez en particular y para los procesos de subjetivación en general.
Pikler debió trabajar en una macropolítica de la intervención, en función de una urgencia social que exigía un conjunto de prácticas de recomposición subjetiva de la niñez desamparada. Con todo, su experiencia en Lóczy no contó con un apoyo proporcional a la importancia del proyecto institucional, ni mucho menos con la replicación de su metodología a las múltiples agencias estatales vinculadas con la promoción de mejores formas de vida para las niñas. Lejos de minimizar sus efectos, lo dicho refuerza la hipótesis que recorta Lóczy como un analizador social, desde la posguerra hasta la actualidad.
Cumplida la primera década del siglo XXI, la niñez ha sufrido una serie de transformaciones determinantes, entre las cuales resulta ineludible citar la subjetivación de las niñas como consumidoras, la mutación de las instituciones que conformaban la infancia clásica de la modernidad – escuela, trabajo, familia – en el marco de la informatización de la producción y la transición de las sociedades estatales disciplinarias hacia las sociedades biopolíticas de control global. Al devenir sujetos de consumo, las niñas padecen la inclusión prematura en el mundo de los objetos satisfactores de deseo, cuya función consiste en la producción continua de necesidad. La conformación de un mercado para la infancia posibilita un proceso de adultización de la niñez: la independencia y la autonomía devienen conceptos vaciados de potencia y sentido, el movimiento libre y la capacidad de estar solo se transforman en soledad, cubierta con la hiperestimulación y una falsa libertad de elección.
Si las condiciones sociohistóricas no son las mismas que habitó Emmi Pikler, los dispositivos deberán igualmente sufrir una mutación. Considero que la misma debiera consistir en una micropolítica de la deserción, en función de una esclerosis social que exige la conformación de un conjunto de prácticas de descomposición subjetiva de las infancias sobrecodificadas.
La deserción supone el trazado de líneas de fuga no sólo del hospitalismo sino de la institución hospitalaria, no sólo de las pedagogías conservadoras sino de la institución escolar, no sólo de los familiarismos despóticos sino de la institución familiar. Pues las perspectivas institucionales críticas han develado que el hospital produce patología, la escuela produce disciplina y la familia sometimiento. Sus aparentes desviaciones o exacerbaciones son sólo diferencias de modulación, no serían posibles sin las estructuras que sostienen a todas ellas y cuya función consiste no más que en reproducirse al infinito.
Se tratará igualmente de una fuga de los grandes conjuntos molares instituidos que sostienen una macropolítica del conflicto – familia, salud, educación disfuncionales – que justificarían una intervención normalizadora. Una micropolítica supone por el contrario la composición de procesos moleculares de singularización individuales, grupales y colectivos, a través de la proliferación y diseminación de prácticas anómalas de descodificación, no sólo de la niñez capturada en el consumo y la enajenación adultizante, sino de nuestra propia condición de adultos obedientes y sobreadaptados a las regulaciones del poder instituido.
La contracrianza entonces, deberá conformar sus dispositivos en función de un principio de inmanencia, para evitar la caída en posiciones dogmáticas o determinismos trascendentalistas. Mantener la fidelidad a los preceptos de su fundadora, lo que supone una feliz paradoja: continuar las trayectorias de Pikler supone tomar activamente un conjunto de iniciativas, que posibiliten una conformación independiente y autónoma de las prácticas, generando movimientos libres de cualquier fundamento apriorístico, inclusive y sobre todo los de Pikler. Pues cabe imaginar que sería la primera en ofuscarse si supiera que sus propuestas sólo han devenido calcos, puras reproducciones de una unidad originaria. La composición del efecto PDG pretende fugar de los calcos para trazar nuevas cartografías de la niñez contemporánea, exteriores a las formas rígidas del hospitalismo y la institucionalización. Pero también por fuera de las subjetivaciones consumistas de la propagación global, que degluten a la niñez tras la ficción de un igualitarismo zombificante. En algún lugar, Pikler sonríe aliviada. Desobedecemos, y en ese acto devenimos autónomos, independientes y libres.
Bibliografía
Deleuze, G. y Guattari, F.: El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Paidós. 1973.
Mil Mesestas. Pre-Textos. 1988.
Falk, J.: Mirar al niño. La escala de desarrollo. Instituto Pikler (Lóczy). Ediciones Ariana. 1997.
Foucault, M.: Historia de la sexualidad. Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI. 1977.
Lourau, R.: El análisis institucional. Amorrortu. 1975.
Pikler, E.: Iniciativa – Competencia. Importancia del movimiento en el desarrollo de la persona. 1988.
Moverse en libertad. Narcea Ediciones. 1985.
GENDER PAVURA, O EL MONSTRUO EN TU ENTREPIERNA
Presentado en las IV Jornadas de Reflexión.
Monstruos y Monstruosidades. 21, 22 y 23 de octubre de 2010
Monstruos y Monstruosidades. 21, 22 y 23 de octubre de 2010
Hacia mediados de la década del cincuenta, una demanda “inhabitual” ingresó en un juzgado de la ciudad de Buenos Aires: una joven de diecinueve años acusa a su ginecólogo, que la dobla en edad y que, a la sazón, es su amante, de haberla sometido a una clitoroctomía. El médico justifica su intervención por un supuesto deseo sexual irrefrenable de la joven, lindante con la ninfomanía. Asimismo, como prueba presenta una carta firmada por la querellante donde ésta aceptaría expresa y voluntariamente una intervención quirúrgica. La joven declara haber firmado dicho documento bajo coacción directa y amenazas del médico. Del mismo modo, relata haberse sometido a una intervención por un supuesto “problema” de infertilidad que el profesional de la salud habría prometido resolver. El efecto de la intervención “salvaje” sobre el cuerpo de la joven anula irreversiblemente la posibilidad de disfrutar de una sexualidad plena al reducir, según ella expresa, su capacidad orgásmica.
Este caso trasciende el ámbito de la cotidianeidad burocratizada de los pasillos de los tribunales, en tanto justificó el abordaje riguroso y exhaustivo de un destacado jurista de la época, el Doctor Guillermo J. Ouviña, quien escribió una glosa titulada “El orgasmo como bien jurídicamente protegido”, que se publicó, junto a los fallos de primera y segunda instancia. Mientras el fallo en primera instancia de 1959 resultaría en algunos aspectos progresivo en materia de derechos sexuales – teniendo en cuenta el contexto histórico donde ni la noción misma de derecho sexual era contemplada – el fallo en segunda instancia de 1961 reduce la condena a dos años de prisión en suspenso, y califica al imputado como “un médico torpe”.
El estudio de este caso podría ser considerado el primer antecedente de protección jurídica del placer en Argentina. En los rastreos bibliográficos documentales no se han hallado otros casos anteriores que plantearan problemáticas afines. Asimismo, los fallos judiciales y la glosa tomada como referencia no citan jurisprudencia que permita suponer la existencia de un caso similar previo al analizado en este artículo en la región argentina.
A partir de la noción de biopolítica elaborada por Michel Foucault, mediante la cual es posible entender cómo el poder prolifera sobre la vida antes que suspenderla, proponemos el análisis de la legitimidad científica, sus discursos, técnicas y especializaciones que a través del saber-poder de la ciencia producen “la verdad”. A tales efectos, realizaremos desde una mirada genealógica un estudio de caso como analizador privilegiado de la liaison médica-psiquiátrica-jurídica, así como de los procesos y técnicas a través de los cuales se intervienen los cuerpos anormalizados por las “aberraciones de la naturaleza”. La noción abstracta de los llamados “delitos contra la integridad sexual” se materializa no sólo en un cuerpo violentado por otro, sino en una multiplicidad de aparatos de captura tecnocientíficos que deshumanizan cuerpos monstruosos para rehumanizarlos a través de prácticas violentas que poco tendrían de humanas.
El sueño de la Razón engendra monstruos
La feminista Gayle Rubin en su famoso artículo “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, cita a Demetrio Zambaco acerca de un tratamiento para los desórdenes nerviosos y el onanismo en dos niñas: “…el Doctor J. Guerin…había conseguido curar a las adolescentes afectadas por el vicio del onanismo, quemándoles el clítoris con un hierro caliente…”; “…creemos pues, que en casos similares a los que ustedes estudian, no debe dudarse en recurrir al hierro caliente y en una etapa temprana, para combatir el onanismo clitoridiano y vaginal en las adolescentes.” Uno de los postulados claves que la corriente filosófica posthumanista ha desarrollado desde Nietzsche en adelante consiste en una crítica radical a la noción de progreso encarnada, entre otros discursos, por el de la ciencia médica. La Ilustración y sus bastiones iluministas componen una matriz de polaridades biunívocas, entre las cuales el par civilización-barbarie legitimará no sólo la explotación de los cuerpos no occidentales, sino – como Rubin nos muestra – la transición de la hoguera de la Inquisición al hierro de la medicina que cuenta con el aval de la ciencia.
Sin embargo, el prestigioso glosista Ouviña emprende un viaje al Africa, y para peor, lo emprende mal. Con un curioso relativismo, más intenso que el más relativista de los antropólogos, cita las costumbres y rituales de ablación del clítoris en culturas lejanas. Puesto que los modos singulares de erotización y sexualización de la joven demandante aparecen descartados, se puede estimar la emergencia de una operación biopolítica del clítoris, donde la infinitud de la realidad vital deviene una normalización del cuerpo y de sus potencialidades: “(…) la función del clítoris desde el punto de vista fisiológico debe ser una pauta real, esto es, una uniformidad observable “por la experiencia” (604, cursivas originales). Como parte de dicha posición epistemológica, el jurista apela a la Antropología para retomar los estudios de algunas poblaciones africanas, e ignora que los orígenes de dicha disciplina se vinculan a la urgencia de un biopoder que produce materialmente la otredad. Así pues, el salvaje resulta la efectuación de una producción de subjetividad de los equipamientos disciplinarios occidentales. El principio por el cual la Antropología clásica constituye un discurso que da cuenta de una biopolítica de las poblaciones colonizadas es olvidado por el jurista, que se limita a tomar la clitoroctomía como pauta cultural para establecer un paralelismo que relativice así la gravedad del daño en el cuerpo de la Srta. A. Cabe señalar como una inconsistencia significativa la equiparación en las culturas relevadas de los mitos, creencias y costumbres –la clitoroctomía entre otras prácticas– con sus sistemas jurídicos. Como señala Malinowsky: (…) en todas las sociedades debe haber una clase de reglas que son demasiado prácticas para ser apoyadas por las sanciones religiosas, demasiado gravosas para ser dejadas meramente a la buena voluntad y demasiado personalmente vitales para los individuos para que cualquier instancia abstracta pueda hacerlas cumplir. Éste es el terreno de las reglas jurídicas y me aventuro a predecir que se encontrará que la reciprocidad, la incidencia sistemática, la publicidad y la ambición serán los factores principales en el aparato vinculador del derecho primitivo. (1985:83) Más aun, en una segunda operación homogeneizante, el jurista afirma que: “(…) no resulta verosímil creer que tales sociedades vivan desde hace siglos practicando enfermedades incurables, a menos que renunciemos a darle a esta palabra un sentido biológico y universal.” (615, cursivas originales).
Es decir que para Ouviña el hecho de que en culturas no occidentales las mujeres que “soportan” la extirpación del clítoris no se opongan a dicha práctica demostraría que no han perdido su capacidad orgásmica, y por ende, la clitoroctomía no implicaría un daño significativo para ninguna mujer de ninguna cultura. En este sentido, apela al relativismo antropológico para equiparar sistemas disímiles social, cultural y jurídicamente, y minimiza no solo la ablación del clítoris en general, sino también la posibilidad de satisfacción sexual testimoniada por la Srta. A. En el devenir del texto de la glosa se invisibiliza el hecho de que una cultura no consiste en una masa homogénea de aceptación pasiva de todo mandato, o que un ceremonial instituido no supone ignorar fuerzas de resistencia que impugnan la necesidad o permanencia en aquellos. Baste citar la institución del moolaadé (protección) en una comunidad musulmana de Senegal, que consiste en el derecho de toda mujer a desafiar la salindé (ritual de ablación del clítoris) como dispositivo de contrapoder frente a las fuerzas de lo instituido; en concordancia con el accionar de estas mujeres, el Comité Interafricano sobre Prácticas Tradicionales estableció el día 6 de febrero como día de la Cero Tolerancia hacia la mutilación genital femenina en el continente africano.
Mujer no se nace, se hace
No sólo la Antropología es de interés disciplinar para el jurista, que recurre al discurso médico hegemónico a través de la Anatomía y la Fisiología, para ilustrar en qué casos resulta lícita la clitoroctomía. En línea con las perspectivas posthumanistas, serán la consagración de los derechos universales y los ideales de la Revolución Francesa que inauguran la Ilustración las condiciones que posibilitan la segregación de los anormales y los desviados respecto de esos mismos ideales consagrados. Es decir, el discurso de la normalización produce la anormalidad, proceso lógicamente necesario para su posterior estigmatización, sea por las vías represivas o las prácticas terapéuticas.
Con este fin, Ouviña se refiere a las personas antiguamente denominadas como hermafroditas (actualmente, intersexos). De acuerdo a la comprensión biomédica endocrinológica inaugurada por T.A.E. Klebs en 1876, “hermafroditas” serían solamente aquellos individuos en los que el tejido ovárico y el tejido testicular se presentaban al mismo tiempo, sin importar la configuración externa de su cuerpo sexuado, que sitúa el sexo “verdadero” de cada persona en el interior invisible de su cuerpo. La presencia de ovarios y testículos establecía, más allá de cualquier variación morfológica de los genitales, su identidad sexual. Como señala la bióloga Fausto-Sterling: En una época en que los derechos individuales eran objeto de debate político sobre la base de la igualdad humana, los científicos decían que algunos cuerpos por definición eran mejores y más merecedores de derechos que otros. (2001: 57)
Luego, entre las décadas del 50’ y 60’, un conjunto de investigadores prioriza el sesgo psicosocial de la temática afirmando la centralidad de lo que hoy se conoce como proceso de generización, por el cual un individuo sexualmente “neutro” es introducido en la femineidad o la masculinidad a través de la socialización (sex of rearing, sexo de crianza), cualquiera fuera su corporalidad inicial. Se concibe así la distinción entre géneros como construcción psicosocial, y la de sexo, como bioanatómica. Pese a la apariencia corporalmente emancipada de este paradigma, la dependencia respecto del cuerpo sexuado y su morfología sigue siendo determinante para el imaginario instituido, ya que la socialización (el proceso de generización) necesita indefectiblemente de un cuerpo material donde asentarse: Hablar de sexualidad humana requiere una noción de lo material. Pero la idea de lo material nos llega ya teñida de ideas preexistentes sobre las diferencias sexuales. (Fausto-Sterling, 2006: 39) El poder no admite la multiplicidad ni la proliferación, más temprano que tarde recompone una binarización del campo social, componente ineludible para la conformación de sus dispositivos de asignación biopolítica de género.
De este modo, el género se extiende a la proyección de prácticas fundantes de la femineidad y la masculinidad, tales como la penetrabilidad en las mujeres, o la capacidad de penetrar y orinar de pie en los varones; o como en el caso en que se está trabajando, el “recato” sexual de la Srta. A y el silencio significativo respecto de la sexualidad de su agresor G. A la asignación al género femenino o masculino debe seguir, de modo imprescindible, la intervención “normalizadora” sobre el cuerpo, capaz de situarlo inequívocamente en el estándar masculino o femenino, independientemente de la repercusión sobre el placer sexual y el potencial orgásmico de esa persona. Si bien éste no era el caso de A, tal como todos coincidían en adjudicarle una irrefutable femineidad, de haberse tratado de un caso de “hermafroditismo”, su clitoroctomía irreparable hubiera sido correcta para su normal desarrollo, sin motivo que justificase una querella penal. Es preciso insistir con la función determinante que los discursos y las prácticas médico-psicológicas cumplen como brazo armado de la heteronormalización de los cuerpos. A partir de allí, la “amenaza” que suponen los genitales que no responden a los estándares instituidos es conjurada mediante intervenciones que anulan la capacidad de orgasmo para el resto de la vida. Más aun, se instala en el debate de la causa la pregunta acerca del probable cuerpo “malformado” de A como causa posible de su “mala” conducta – ninfomanía, prostitución, deshonestidad, atrofia del instinto materno, atributos éstos adjudicados a la querellante a través de los diversos derroteros de la causa – en consonancia con los protocolos de género que le corresponden a su asignación “mujer” en su específico marco sociocultural. De hecho, tal como ilustra el mito de Hermafrodito y la ninfa Salmacis, de acuerdo al poeta latino Ovidio en Metamorfosis, la mujer hipersexual es una aberración monstruosa cuya agentividad la liga a lo masculino.
De todo lo dicho se puede inferir a partir del caso y sus ramificaciones, que las intervenciones médicas de “normalización” de genitales podrían enmarcarse dentro de los delitos contra la integridad sexual de acuerdo a la ley 25087/99 ya que la vivencia de las personas damnificadas adquiere el significado de una violación. Nuevamente, Fausto-Sterling es rotunda: Hay que terminar con la cirugía genital. Protestamos por las prácticas de mutilación genital en otras culturas pero las nuestras nos parecen tolerables…la “cura” médica a la intersexualidad a menudo hace más mal que bien (…) (2006: 105) Como se aprecia, la mutilación genital intersex constituye uno de los procedimientos feminizantes más brutales de nuestra cultura. (Cabral, 2009) Por otra parte, la concepción del género que se tenga redunda materialmente en la asignación biopolítica sobre los cuerpos producida por el aparato médico-psiquiátrico-legal. En el mismo sentido, como bien lo muestra el caso presentado, las nociones sobre masculinidad y femineidad son el producto de un conjunto de aparatos de captura encarnados en las prácticas médico-jurídicas. Cabe agregar que para Fausto-Sterling las “verdades” sobre la sexualidad humana creadas por los intelectuales en general y los biólogos en particular forman parte de los debates políticos, sociales y morales de nuestra cultura y economía, donde la ciencia esgrime todo el aparato de acceso especial a la verdad, es decir la pretensión de objetividad.
La biología no es destino…
Finalmente, Ouviña recurre a una de las ficciones más rigidizadas de las asignaciones de género para esos cuerpos llamados mujeres; sostiene la existencia de una predestinación del cuerpo femenino para cierta función social: la materna. Ya que ésta no ha sido afectada por la clitoroctomía, el grado de la lesión resultaría insignificante. Concomitantemente, mediante la apelación a una lectura inacabada y parcializada del psicoanálisis freudiano, sostiene que la hipersensibilidad del clítoris implica “la negación de la evolución femenina” (605), siendo su máxima expresión sintomática la atrofia del “instinto maternal”, que se apoya en el supuesto familiarista de la predestinación anatómica del cuerpo femenino. La mujer “hogareña”, según él, es “honesta”, capaz de desplegar sin escollos tanto su “instinto maternal” como su satisfacción sexual “normal”. Así se desestima el clítoris como zona erógena para investir como tal exclusivamente la vagina. El carácter “disfuncional” de “la fijación clitoridiana” se inscribiría no sólo en la totalidad del complejo anatómico sino en la totalidad del “organismo social”. La misma distorsión se presenta cuando el jurista recurre incluso a perspectivas positivistas como la del informe Kinsey, que distingue el placer del orgasmo y socava la significación de éste último en proporción inversa al porcentaje estadístico: si hay una mayoría estadística de mujeres que puede prescindir de hecho del orgasmo para obtener placer, entonces –concluye– el orgasmo no debe ser muy importante para ninguna mujer. Cuando cita “textualmente” dicho informe interpreta clausurando el horizonte de posibilidades que éste deja abierto: “(…) no conocemos de manera suficiente la anatomía y fisiología de las respuestas sexuales para poder comprender los orígenes exactos de la variación individual (…)” (606).
Para concluir, diremos que nuestro buen jurista, los jueces y fiscales que intervinieron en la historia de la Srita. A, los secretarios y pasantes, no integran un grupúsculo de locos y enajenados. Desde nuestra visión posthumanista, no se trataría de suavizar prácticas, inculpar a criminales denunciándolos ante los comités de bioética, apelar a nociones de respeto y justicia relativos a los derechos humanos. Tampoco de una defensa de las víctimas pasivas llamadas mujeres contra los excesos de esa quimera llamada patriarcado. Con la presentación y análisis de este caso, apostamos a visibilizar las desviaciones del humanismo como parte indisoluble de sus conformaciones; aquello que el humanismo presenta como una excepción constituye la condición sine que non que refuerza su existencia. Antes que de transformar lo que ya existe – y siempre partiendo de las diferencias en los procesos de generización – la tarea consiste para nosotras en crear nuevas formas-de-vida, que generen los entornos para lograr su perdurabilidad.
jueves, 25 de noviembre de 2010
PRINCIPIOS DE ZOMBILOGÍA. PARA UNA CRÍTICA DE LOS PROCESOS DE SUBJETIVACIÓN CONTEMPORÁNEOS
Presentado en I Jornada UNLAM 16 y 17 de setiembre de 2010
Allí donde el Occidente blanco masculino heterosexual era, las anomalías habrán de advenir. Suerte de inversión ético-política del enunciado freudiano repetido y legitimado hasta el agobio en los claustros universitarios, dicha operación pretende igualmente dar cuenta de la ficción cartesiana que produce un sujeto sobredeterminado por la conciencia y una identidad únicas en su mismidad. Ambas operaciones de subjetivación resultan a su vez solidarias con los postulados rousseanianos acerca de las mitologías de origen de las sociedades. El malestar en la cultura freudiano resulta indisociable de una suerte de “contrato social” a la Rousseau entre las pulsiones y la conciencia, entre la barbarie y la civilización. Asimismo, como señalara Foucault desde su analítica del poder, la mutación histórica inaugurada en Europa a partir de la Revolución Francesa no habría sido posible sin una serie de discursos y prácticas científicas que legitimaron una inminente panoptización de las nuevas sociedades liberales burguesas. En este contexto es posible situar a la psiquiatría y la criminología como aquellos dispositivos que producen la locura y la delincuencia, el enemigo interno que debe ser tratado o recluido en las nuevas instituciones de la modernidad. Los equipamientos de normalización estarán reservados a la escuela, el hospital, la familia nuclear. En el mismo sentido, la progresiva industrialización de la producción posibilita un excedente de reservas que aumentará exponencialmente las tasas de ganancia. Los viajes de ultramar ya no estarán reservados a los aventureros y piratas, las colonias de los diferentes reinos precapitalistas devienen territorios mercantilizables, no sólo extractivos de materias primas. Es posible, siguiendo los planteos de García Canclini, la entrada en una fase de mundialización.
Por cierto que el proceso de colonización del afuera requirió – al igual que la cuadriculación del adentro europeo – de una serie de discursos y prácticas legitimantes de la captura de los procesos de subjetivación inmanentes a las culturas no occidentales. Allí donde la iglesia evangelizará a los salvajes sin conciencia y sin moral, estará la antropología como discurso que produce al salvaje como alteridad domesticable a través de diferentes prácticas “civilizatorias”, parte de un exterminio sistemático de las poblaciones. Los controles y regulaciones biopolíticas aparecerán luego de la devastación.
Dentro de la multiplicidad de encuentros que la subjetividad occidental ha experimentado con las diversas otredades construidas por la antropología, nos concentraremos en la figura del zombie o no muerto, si nos ceñimos a los cánones binarios de la modernidad. Pues pareciera que el zombie, también llamado muerto vivo, lograría fugar – como el fantasma romántico, pero por vía exclusiva de lo corporal – de los diversos rituales de pasaje entre la vida y la muerte. La diferencia clave con el fantasma es que el zombie fugará de la muerte sólo por la intervención de un otro – usualmente un brujo o chamán – que pretende satisfacer su propio deseo de venganza hacia el zombificado, así como utilizarlo para atacar a terceros o satisfacer sus propias necesidades.
Los procesos de zombificación han sido mayormente explorados en Haití, a partir de la vinculación que dicha región ha mantenido históricamente con el vudú. Zora Neale Hurston relevó en 1937 la historia de una mujer fallecida treinta años antes que, según las fuentes consultadas, había sido vista convertida en zombie. Las sospechas de Hurston acerca de la intervención de drogas psicoactivas que privaban de la voluntad a los supuestos zombies – aspecto que nos resultará especialmente fecundo para el análisis posterior – serán retomadas en la década del ’80 por el etnobotánico Wade Davis, quien sostuvo que la zombificación consistía en dos procesos complementarios: la inducción a un estado de muerte aparente a través de la aspiración de una sustancia no comprobada – tetrodotoxina, estramonio o datura, las versiones difieren en este punto – seguida de la producción zombífica propiamente dicha, recurriendo a una sustancia psicoactiva que “revive” al muerto pero que anula su voluntad. Davis recogió el testimonio de Clairvius Narcisse, quien aseguraba haber sido víctima de esta práctica y haber vivido como esclavo zombie en una plantación durante dos años.
A partir de lo reseñado es posible establecer algunas consideraciones preliminares para efectuar un recorte por contraste de la figura del zombie. Los procesos de captura inmanentes a la zombificación difieren de aquellos que posibilitan la fantasmatización romántica de las narraciones clásicas. Los primeros comportan la calcificación de los flujos deseantes por la intervención farmacológica de una práctica de saber-poder que instaura una relación biunívoca de explotador-explotado. El zombie compone – en términos de vectores de subjetivación parcial – un territorio desertificado, un cuerpo vaciado de deseo y simultáneamente lleno de necesidad de consumir/se, pura intensidad coextensiva a la imposibilidad de alcanzar saciedad alguna. El zombie no puede parar – sólo sería posible en un mundo íntegramente zombificado a nivel planetario – y en ese no parar subyacen trayectorias deseantes definidas por una intensidad cero.
El fantasma no requiere necesariamente de la invocación de una figura terrenal. Por el contrario, las prácticas mágicas primordiales consisten en su exorcización. El fantasma logra fugar de la muerte, pero no de la degradación de su cuerpo. Sin embargo, esta imposibilidad abre al fantasma una constelación de campos de posible respecto de la posesión o cohabitación de otros cuerpos, aperturas a la experimentación con devenires y mutaciones impensables desde su anterior Yo Piel, recordando la metáfora del otrora grupalista Elliot Jacques. El fantasma resulta una inmaterialidad compuesta por una pura intensidad deseante, un devenir imperceptible exterior al tiempo y al espacio. Si el zombie no tiene nada que decir, el fantasma deviene siempre para decir algo, cumplir con la transmisión de un mensaje o una asignatura pendiente. Asequibles ambas figuras como personajes míticos transculturales, sus poderes y atribuciones, sus caracterizaciones y conexiones con otras figuras y procesos de subjetivación, resultarán inmanentes a sus múltiples relaciones y acoplamientos con máquinas técnicas, con equipamientos y dispositivos prácticos y discursivos conformados en un socius determinado.
Desde el paradigma estético guattariano, pensaremos al cine – particularmente al producido en Hollywood o en sus márgenes – como una de las territorialidades que agencian y otorgan a la figura del zombie una consistencia que sobrecodificará ciertos vectores de subjetivación y desactivará aquellos otros que resulten inocuos, paradojales o problematizantes de la lógica identitaria que subyace a la zombificación.
Pues apostar a una zombilogía de los procesos de subjetivación contemporáneos incluye una genealogía de aquellos espacios creativos instituidos como artes en sí mismas, exteriores a la diversidad de campos de fuerza que las posibilitan y legitiman. Si los totalitarismos capturan a las artes para replicar su producción despótica al infinito – la arquitectura nazi fascista estalinista, pero también las maravillas del mundo de sociedades esclavistas como las egipcias faraónicas o las aztecas – las diversas formas históricas del capitalismo las calcifican como puros productos de mercado, pero paradójicamente exteriores y autónomas al modo de producción que las efectúa como tales.
Podemos rastrear las primeras películas con temáticas zombies a principios de los años 30, teniendo como máximo exponente a la película White Zombie. Un terrateniente interpretado por Bela Lugosi utiliza las artes de la zombificación para producir una masa de trabajadores dóciles sin conciencia, voluntad o pensamiento alguno. Se trata propiamente de esclavos de una plantación de azúcar, en un estado de alienación absoluta, pues no serían más que cuerpos sin voluntad. Los zombies de esta plantación resultan un cuerpo vacío – la escena que los muestra trabajando se asemeja siniestramente a la clásica denuncia del régimen taylorista en los Tiempos Modernos de Chaplin, se asemejan menos a zombies que a hipnotizados – sometido a la explotación de un amo visible y ubicable en una subjetividad individuada. Por otra parte, se apelaría sólo al llamado segundo soplo – aquella inhalación que bloquea la voluntad – prescindiendo de la primera sustancia que induce a un estado de muerte aparente o catalepsia provocada. El relato muestra que todo el proceso se basa en un engaño, pues de hecho estos zombies no revisten las características clásicas de la figura del no muerto. Interesa más bien señalar al zombie como metáfora del eclipsamiento del deseo como voluntad de poder.
Posteriormente asistimos a una fase de transición con Invisible Invaders y la clásica Plan 9 from the outher space. Aquí la zombificación se dará sobre cuerpos muertos, siendo los agentes de la misma civilizaciones extraterrestres, parte de una primera fase de conquista del planeta apelando al exterminio de la humanidad toda. La filmografía de terror clásico deviene terror de ciencia ficción, una mutación estética inmanente al inicio de la Guerra Fría. Este acontecimiento sociopolítico será el germen de procesualidades subjetivas y maquínicas a través de las cuales el deseo se calcificará paranoicamente. El enemigo es el afuera: los marcianos comunistas del planeta rojo, los extragalácticos maoístas que experimentan con los humanos…la figura del zombie parece desvanecerse frente al apogeo del cosmos como territorio amenazante de lo humano.
A fines de la década del sesenta el zombie retorna con La noche de los muertos vivientes, donde su figura sufrirá un conjunto de transformaciones relevantes; ante la desaparición del amo visible que los crea y somete, los zombies devienen cuerpos aún torpes y lentificados, pero con una voluntad precaria aunque ingobernable: alimentarse de los cuerpos de los vivos. El origen del devenir zombie no puede adjudicarse ahora a los deseos de un amo individuable ni a causalidades o intencionalidades específicas: experimentaciones científico-militares irresponsables o indicios del apocalipsis por venir, asistimos a un amo invisible de quien sólo advertimos las efectuaciones de sus actos.
La arquitectura como paisaje de circulación de los cuerpos zombificados se modifica en El amanecer de los muertos: del encierro en la casa en la campiña a las tareas de limpieza de zombies en el shopping. Pues el grupo humano en fuga encuentra un refugio posible en un espacio institucional hasta ese entonces incipiente, pero ya invadido por esta suerte de criaturas subhumanas, que de acuerdo al guión acuden al shopping por hábito, como parte de una memoria rudimentaria de recuperación de los actos realizados en vida. Sin embargo, finalizado el acto de limpieza, se comprobará que los no zombies sobrevivientes comportan los mismos hábitos improductivos de los zombies, como robar dinero de un banco o consumir desmedidamente bajo una fachada de saqueo y disputa de objetos.
Cabe señalar entonces la refutación de la representación moralizante del zombie como una entidad por fuera de las instituciones básicas de la cultura como las definiera Schlemenson: la sexualidad, el lenguaje, los sistemas de producción y los sistemas de creencias. Las mismas remiten no más que a ficciones fundantes de lo sociocultural, resultan efectuaciones y composiciones de agenciamientos colectivos como cualquier equipamiento institucional. El zombie pues, es menos alteridad radical que espejo deformante de los procesos de subjetivación contemporáneos. Primer principio de una zombilogía que se trasunta en las últimas modelizaciones que la figura del zombie ha sufrido en la última década. Las mismas se caracterizan por una intensificación de las velocidades y los desplazamientos de los cuerpos, que se activan furiosamente ante la cercanía de una presa. A partir de allí el zombie abandona su estado clásico – un cuerpo lentificado con sus facultades deterioradas – para entrar en una exaltación furiosa que los introduce en una dinámica que nos negamos a calificar como salvaje, animalizada o masificante. Pues como se dijera supra, el zombie nada tiene de salvaje, ni mucho menos de animal o de funcionamiento instintivo: nada más lejos que sostener que el zombie es pura pulsión. La figura del zombie permite recortar procesos de subjetivación demasiado humanos, dispositivos biopolíticos de control de las poblaciones y las producciones deseantes, entre las cuales los procesos de zombificación ocupan un lugar central.
Por ello consideramos un dato relevante que las últimas sagas sobre zombies ubiquen con mayor claridad que los dispositivos productores de cuerpos zombificados no difieren sustancialmente de aquellos que producen lo que acordamos en denominar como humanidad. Sea por aplicación de vacunas masivas, por alimentos transgénicos o efectos colaterales de corporaciones transnacionales, la normalidad humana produce la anomalía zombie. En clave de comedia, el film Fido nos muestra un mundo de ciudades alambradas e interconectadas, replegadas ante un exterior superpoblado de zombies. Una corporación planetaria (Zomcon) tiene como función la tarea de gestión y administración de un ejército de reserva zombificado. Cada familia de cada ciudad compra su séquito de sirvientes, mayordomos, mucamas o amantes para satisfacer sus necesidades. Mayor será el status social cuanto más zombies esclavizados integren una familia. A su vez, la empresa de gestión de servicios controla los impulsos agresivos de las criaturas a través de una suerte de collar de domesticación eléctrico al mejor estilo pavloviano. Los humanos – que se consideran libres por el sólo hecho de no portar un collar – pueden evitar su propia zombificación post mortem, pagando a la empresa por un servicio de decapitación. Cualquier precio es válido para evitar cualquier encuentro con la ajenidad del afuera. Pues los modos de producción de las ciudades – hasta su existencia misma – no serían pensables sin la presencia de estos cuerpos domesticables y fácilmente docilizables. Y no nos referimos particularmente a los zombies, sino que incluimos a los humanos de las metrópolis.
Lo dicho remite a lo que podríamos denominar como un segundo principio de zombilogía: la zombificación de las corporalidades y la clausura de las maquinaciones deseantes componen un campo de análisis crítico, cuya diferencia con otros procesos de subjetivación radica menos en su naturaleza que en las intensidades de sus dispositivos de control biopolíticos.
Ya no hay entidades encarnables en cuerpos individuados que esclavicen a los zombies según el modelo clásico de White Zombie, porque lo humano y lo zombie componen un campo de relaciones múltiples antes que de oposiciones biunívocas. La zombificación es la medicalización por otros medios – el segundo soplo es nuestro Clonazepam – quizá por eso el zombie ya no remite a lo infrahumano como a principios del siglo XX. En este sentido, más acá de Fido, la figura del zombie comporta elementos vampíricos – fobia a la luz y deformidad en Soy Leyenda, efecto transparente de contaminación masiva y contagio por mordedura en Exterminio y 30 días de noche – que posibilitan a su vez la naturalización de las procesualidades zombificantes a través de los aparatos de propagación global. Los hombres que siembran el terror de las mujeres – asignación biopolítica de género mediante – en cada mundial de fútbol aparecen zombificados en la reciente publicidad…de un desodorante!
El pattern zombie es el nuevo amo, conformando paisajes que producen territorializaciones como un telón de fondo inundado de ruido blanco. Su presencia constante lo torna invisible funcionando como automáton, como micromachine anhumana que se replica al infinito. Recursivo en cualquier escala, los procesos de zombificación de las subjetividades contemporáneas afectan indistintamente cuerpos vivos y muertos.
Podemos definir a la zombificación como aquellos procesos de subjetivación que desactivan la diversidad de focos de enunciación parcial, coagulan o calcifican la multiplicidad de flujos maquínicos que posibilitan la fuga de la zombificación inmanente a una lógica identitaria y al imperio del Yo. Lo zombie, pues ya podemos prescindir de los riesgos de esencialización de la figura mítica, prolifera y se filtra bajo formatos, agenciamientos y dispositivos múltiples, usualmente naturalizados gracias al poder legitimante de los equipamientos institucionales. La zombificación reenvía a una subjetividad individual pero sobre todo monosegmentaria, refractaria a las polifonías y las multiplicidades. Produce cuerpos dóciles que incorporan como propios los otrora dispositivos disciplinarios de las sociedades modernas. Ahora las cárceles son los cuerpos poblados por un deseo de obediencia metamorfoseado en libertad de elección.
De allí la necesidad de un posicionamiento ético-político que logre cartografiar los múltiples procesos de subjetivación del capitalismo mundial integrado. No sólo para establecer líneas de fuga y máquinas creacionistas y liberadoras de los flujos de deseo, sino para señalar la importancia de componer estrategias de inmunización permanente de las líneas duras zombificantes. Nunca se sabe cuándo puede aparecer un nuevo desodorante.
Referencias
Filmográficas
Andrew Currie: Fido, 2006, Canada.
Boyle Danny: 28 Days Later..., 2002, EEUU.
Cahn Edward L.: Invisible Invaders, 1959, EEUU.
Halperin Victor: White Zombie, 1932, EEUU.
Lawrence Francis: I Am Legend, 2007, EEUU.
Romero George A.: Night of the Living Dead, 1968, EEUU.
Romero George A.: Dawn of the dead, 1978, EEUU.
Savini Tom: Night of the Living Dead (remake), 1990, EEUU.
Slade David: 30 Days of Night, 2007, EEUU.
Snyder Zack: Dawn of the dead (remake), 2004, EEUU.
Wood Jr Edward D.: Plan 9 from the outer space, 1959, EEUU.
Bibliográficas
Deleuze, G., Guattari, F.: Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. Pre-Textos. 1980.
Foucault, M.: Historia de la Sexualidad. Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI. 1977.
Guattari, F.: Caosmosis. Manantial. 1996.
, Rolnik, S.: Micropolítica. Cartografías del deseo. Tinta Limón. Traficantes de Sueños. 2005.
Allí donde el Occidente blanco masculino heterosexual era, las anomalías habrán de advenir. Suerte de inversión ético-política del enunciado freudiano repetido y legitimado hasta el agobio en los claustros universitarios, dicha operación pretende igualmente dar cuenta de la ficción cartesiana que produce un sujeto sobredeterminado por la conciencia y una identidad únicas en su mismidad. Ambas operaciones de subjetivación resultan a su vez solidarias con los postulados rousseanianos acerca de las mitologías de origen de las sociedades. El malestar en la cultura freudiano resulta indisociable de una suerte de “contrato social” a la Rousseau entre las pulsiones y la conciencia, entre la barbarie y la civilización. Asimismo, como señalara Foucault desde su analítica del poder, la mutación histórica inaugurada en Europa a partir de la Revolución Francesa no habría sido posible sin una serie de discursos y prácticas científicas que legitimaron una inminente panoptización de las nuevas sociedades liberales burguesas. En este contexto es posible situar a la psiquiatría y la criminología como aquellos dispositivos que producen la locura y la delincuencia, el enemigo interno que debe ser tratado o recluido en las nuevas instituciones de la modernidad. Los equipamientos de normalización estarán reservados a la escuela, el hospital, la familia nuclear. En el mismo sentido, la progresiva industrialización de la producción posibilita un excedente de reservas que aumentará exponencialmente las tasas de ganancia. Los viajes de ultramar ya no estarán reservados a los aventureros y piratas, las colonias de los diferentes reinos precapitalistas devienen territorios mercantilizables, no sólo extractivos de materias primas. Es posible, siguiendo los planteos de García Canclini, la entrada en una fase de mundialización.
Por cierto que el proceso de colonización del afuera requirió – al igual que la cuadriculación del adentro europeo – de una serie de discursos y prácticas legitimantes de la captura de los procesos de subjetivación inmanentes a las culturas no occidentales. Allí donde la iglesia evangelizará a los salvajes sin conciencia y sin moral, estará la antropología como discurso que produce al salvaje como alteridad domesticable a través de diferentes prácticas “civilizatorias”, parte de un exterminio sistemático de las poblaciones. Los controles y regulaciones biopolíticas aparecerán luego de la devastación.
Dentro de la multiplicidad de encuentros que la subjetividad occidental ha experimentado con las diversas otredades construidas por la antropología, nos concentraremos en la figura del zombie o no muerto, si nos ceñimos a los cánones binarios de la modernidad. Pues pareciera que el zombie, también llamado muerto vivo, lograría fugar – como el fantasma romántico, pero por vía exclusiva de lo corporal – de los diversos rituales de pasaje entre la vida y la muerte. La diferencia clave con el fantasma es que el zombie fugará de la muerte sólo por la intervención de un otro – usualmente un brujo o chamán – que pretende satisfacer su propio deseo de venganza hacia el zombificado, así como utilizarlo para atacar a terceros o satisfacer sus propias necesidades.
Los procesos de zombificación han sido mayormente explorados en Haití, a partir de la vinculación que dicha región ha mantenido históricamente con el vudú. Zora Neale Hurston relevó en 1937 la historia de una mujer fallecida treinta años antes que, según las fuentes consultadas, había sido vista convertida en zombie. Las sospechas de Hurston acerca de la intervención de drogas psicoactivas que privaban de la voluntad a los supuestos zombies – aspecto que nos resultará especialmente fecundo para el análisis posterior – serán retomadas en la década del ’80 por el etnobotánico Wade Davis, quien sostuvo que la zombificación consistía en dos procesos complementarios: la inducción a un estado de muerte aparente a través de la aspiración de una sustancia no comprobada – tetrodotoxina, estramonio o datura, las versiones difieren en este punto – seguida de la producción zombífica propiamente dicha, recurriendo a una sustancia psicoactiva que “revive” al muerto pero que anula su voluntad. Davis recogió el testimonio de Clairvius Narcisse, quien aseguraba haber sido víctima de esta práctica y haber vivido como esclavo zombie en una plantación durante dos años.
A partir de lo reseñado es posible establecer algunas consideraciones preliminares para efectuar un recorte por contraste de la figura del zombie. Los procesos de captura inmanentes a la zombificación difieren de aquellos que posibilitan la fantasmatización romántica de las narraciones clásicas. Los primeros comportan la calcificación de los flujos deseantes por la intervención farmacológica de una práctica de saber-poder que instaura una relación biunívoca de explotador-explotado. El zombie compone – en términos de vectores de subjetivación parcial – un territorio desertificado, un cuerpo vaciado de deseo y simultáneamente lleno de necesidad de consumir/se, pura intensidad coextensiva a la imposibilidad de alcanzar saciedad alguna. El zombie no puede parar – sólo sería posible en un mundo íntegramente zombificado a nivel planetario – y en ese no parar subyacen trayectorias deseantes definidas por una intensidad cero.
El fantasma no requiere necesariamente de la invocación de una figura terrenal. Por el contrario, las prácticas mágicas primordiales consisten en su exorcización. El fantasma logra fugar de la muerte, pero no de la degradación de su cuerpo. Sin embargo, esta imposibilidad abre al fantasma una constelación de campos de posible respecto de la posesión o cohabitación de otros cuerpos, aperturas a la experimentación con devenires y mutaciones impensables desde su anterior Yo Piel, recordando la metáfora del otrora grupalista Elliot Jacques. El fantasma resulta una inmaterialidad compuesta por una pura intensidad deseante, un devenir imperceptible exterior al tiempo y al espacio. Si el zombie no tiene nada que decir, el fantasma deviene siempre para decir algo, cumplir con la transmisión de un mensaje o una asignatura pendiente. Asequibles ambas figuras como personajes míticos transculturales, sus poderes y atribuciones, sus caracterizaciones y conexiones con otras figuras y procesos de subjetivación, resultarán inmanentes a sus múltiples relaciones y acoplamientos con máquinas técnicas, con equipamientos y dispositivos prácticos y discursivos conformados en un socius determinado.
Desde el paradigma estético guattariano, pensaremos al cine – particularmente al producido en Hollywood o en sus márgenes – como una de las territorialidades que agencian y otorgan a la figura del zombie una consistencia que sobrecodificará ciertos vectores de subjetivación y desactivará aquellos otros que resulten inocuos, paradojales o problematizantes de la lógica identitaria que subyace a la zombificación.
Pues apostar a una zombilogía de los procesos de subjetivación contemporáneos incluye una genealogía de aquellos espacios creativos instituidos como artes en sí mismas, exteriores a la diversidad de campos de fuerza que las posibilitan y legitiman. Si los totalitarismos capturan a las artes para replicar su producción despótica al infinito – la arquitectura nazi fascista estalinista, pero también las maravillas del mundo de sociedades esclavistas como las egipcias faraónicas o las aztecas – las diversas formas históricas del capitalismo las calcifican como puros productos de mercado, pero paradójicamente exteriores y autónomas al modo de producción que las efectúa como tales.
Podemos rastrear las primeras películas con temáticas zombies a principios de los años 30, teniendo como máximo exponente a la película White Zombie. Un terrateniente interpretado por Bela Lugosi utiliza las artes de la zombificación para producir una masa de trabajadores dóciles sin conciencia, voluntad o pensamiento alguno. Se trata propiamente de esclavos de una plantación de azúcar, en un estado de alienación absoluta, pues no serían más que cuerpos sin voluntad. Los zombies de esta plantación resultan un cuerpo vacío – la escena que los muestra trabajando se asemeja siniestramente a la clásica denuncia del régimen taylorista en los Tiempos Modernos de Chaplin, se asemejan menos a zombies que a hipnotizados – sometido a la explotación de un amo visible y ubicable en una subjetividad individuada. Por otra parte, se apelaría sólo al llamado segundo soplo – aquella inhalación que bloquea la voluntad – prescindiendo de la primera sustancia que induce a un estado de muerte aparente o catalepsia provocada. El relato muestra que todo el proceso se basa en un engaño, pues de hecho estos zombies no revisten las características clásicas de la figura del no muerto. Interesa más bien señalar al zombie como metáfora del eclipsamiento del deseo como voluntad de poder.
Posteriormente asistimos a una fase de transición con Invisible Invaders y la clásica Plan 9 from the outher space. Aquí la zombificación se dará sobre cuerpos muertos, siendo los agentes de la misma civilizaciones extraterrestres, parte de una primera fase de conquista del planeta apelando al exterminio de la humanidad toda. La filmografía de terror clásico deviene terror de ciencia ficción, una mutación estética inmanente al inicio de la Guerra Fría. Este acontecimiento sociopolítico será el germen de procesualidades subjetivas y maquínicas a través de las cuales el deseo se calcificará paranoicamente. El enemigo es el afuera: los marcianos comunistas del planeta rojo, los extragalácticos maoístas que experimentan con los humanos…la figura del zombie parece desvanecerse frente al apogeo del cosmos como territorio amenazante de lo humano.
A fines de la década del sesenta el zombie retorna con La noche de los muertos vivientes, donde su figura sufrirá un conjunto de transformaciones relevantes; ante la desaparición del amo visible que los crea y somete, los zombies devienen cuerpos aún torpes y lentificados, pero con una voluntad precaria aunque ingobernable: alimentarse de los cuerpos de los vivos. El origen del devenir zombie no puede adjudicarse ahora a los deseos de un amo individuable ni a causalidades o intencionalidades específicas: experimentaciones científico-militares irresponsables o indicios del apocalipsis por venir, asistimos a un amo invisible de quien sólo advertimos las efectuaciones de sus actos.
La arquitectura como paisaje de circulación de los cuerpos zombificados se modifica en El amanecer de los muertos: del encierro en la casa en la campiña a las tareas de limpieza de zombies en el shopping. Pues el grupo humano en fuga encuentra un refugio posible en un espacio institucional hasta ese entonces incipiente, pero ya invadido por esta suerte de criaturas subhumanas, que de acuerdo al guión acuden al shopping por hábito, como parte de una memoria rudimentaria de recuperación de los actos realizados en vida. Sin embargo, finalizado el acto de limpieza, se comprobará que los no zombies sobrevivientes comportan los mismos hábitos improductivos de los zombies, como robar dinero de un banco o consumir desmedidamente bajo una fachada de saqueo y disputa de objetos.
Cabe señalar entonces la refutación de la representación moralizante del zombie como una entidad por fuera de las instituciones básicas de la cultura como las definiera Schlemenson: la sexualidad, el lenguaje, los sistemas de producción y los sistemas de creencias. Las mismas remiten no más que a ficciones fundantes de lo sociocultural, resultan efectuaciones y composiciones de agenciamientos colectivos como cualquier equipamiento institucional. El zombie pues, es menos alteridad radical que espejo deformante de los procesos de subjetivación contemporáneos. Primer principio de una zombilogía que se trasunta en las últimas modelizaciones que la figura del zombie ha sufrido en la última década. Las mismas se caracterizan por una intensificación de las velocidades y los desplazamientos de los cuerpos, que se activan furiosamente ante la cercanía de una presa. A partir de allí el zombie abandona su estado clásico – un cuerpo lentificado con sus facultades deterioradas – para entrar en una exaltación furiosa que los introduce en una dinámica que nos negamos a calificar como salvaje, animalizada o masificante. Pues como se dijera supra, el zombie nada tiene de salvaje, ni mucho menos de animal o de funcionamiento instintivo: nada más lejos que sostener que el zombie es pura pulsión. La figura del zombie permite recortar procesos de subjetivación demasiado humanos, dispositivos biopolíticos de control de las poblaciones y las producciones deseantes, entre las cuales los procesos de zombificación ocupan un lugar central.
Por ello consideramos un dato relevante que las últimas sagas sobre zombies ubiquen con mayor claridad que los dispositivos productores de cuerpos zombificados no difieren sustancialmente de aquellos que producen lo que acordamos en denominar como humanidad. Sea por aplicación de vacunas masivas, por alimentos transgénicos o efectos colaterales de corporaciones transnacionales, la normalidad humana produce la anomalía zombie. En clave de comedia, el film Fido nos muestra un mundo de ciudades alambradas e interconectadas, replegadas ante un exterior superpoblado de zombies. Una corporación planetaria (Zomcon) tiene como función la tarea de gestión y administración de un ejército de reserva zombificado. Cada familia de cada ciudad compra su séquito de sirvientes, mayordomos, mucamas o amantes para satisfacer sus necesidades. Mayor será el status social cuanto más zombies esclavizados integren una familia. A su vez, la empresa de gestión de servicios controla los impulsos agresivos de las criaturas a través de una suerte de collar de domesticación eléctrico al mejor estilo pavloviano. Los humanos – que se consideran libres por el sólo hecho de no portar un collar – pueden evitar su propia zombificación post mortem, pagando a la empresa por un servicio de decapitación. Cualquier precio es válido para evitar cualquier encuentro con la ajenidad del afuera. Pues los modos de producción de las ciudades – hasta su existencia misma – no serían pensables sin la presencia de estos cuerpos domesticables y fácilmente docilizables. Y no nos referimos particularmente a los zombies, sino que incluimos a los humanos de las metrópolis.
Lo dicho remite a lo que podríamos denominar como un segundo principio de zombilogía: la zombificación de las corporalidades y la clausura de las maquinaciones deseantes componen un campo de análisis crítico, cuya diferencia con otros procesos de subjetivación radica menos en su naturaleza que en las intensidades de sus dispositivos de control biopolíticos.
Ya no hay entidades encarnables en cuerpos individuados que esclavicen a los zombies según el modelo clásico de White Zombie, porque lo humano y lo zombie componen un campo de relaciones múltiples antes que de oposiciones biunívocas. La zombificación es la medicalización por otros medios – el segundo soplo es nuestro Clonazepam – quizá por eso el zombie ya no remite a lo infrahumano como a principios del siglo XX. En este sentido, más acá de Fido, la figura del zombie comporta elementos vampíricos – fobia a la luz y deformidad en Soy Leyenda, efecto transparente de contaminación masiva y contagio por mordedura en Exterminio y 30 días de noche – que posibilitan a su vez la naturalización de las procesualidades zombificantes a través de los aparatos de propagación global. Los hombres que siembran el terror de las mujeres – asignación biopolítica de género mediante – en cada mundial de fútbol aparecen zombificados en la reciente publicidad…de un desodorante!
El pattern zombie es el nuevo amo, conformando paisajes que producen territorializaciones como un telón de fondo inundado de ruido blanco. Su presencia constante lo torna invisible funcionando como automáton, como micromachine anhumana que se replica al infinito. Recursivo en cualquier escala, los procesos de zombificación de las subjetividades contemporáneas afectan indistintamente cuerpos vivos y muertos.
Podemos definir a la zombificación como aquellos procesos de subjetivación que desactivan la diversidad de focos de enunciación parcial, coagulan o calcifican la multiplicidad de flujos maquínicos que posibilitan la fuga de la zombificación inmanente a una lógica identitaria y al imperio del Yo. Lo zombie, pues ya podemos prescindir de los riesgos de esencialización de la figura mítica, prolifera y se filtra bajo formatos, agenciamientos y dispositivos múltiples, usualmente naturalizados gracias al poder legitimante de los equipamientos institucionales. La zombificación reenvía a una subjetividad individual pero sobre todo monosegmentaria, refractaria a las polifonías y las multiplicidades. Produce cuerpos dóciles que incorporan como propios los otrora dispositivos disciplinarios de las sociedades modernas. Ahora las cárceles son los cuerpos poblados por un deseo de obediencia metamorfoseado en libertad de elección.
De allí la necesidad de un posicionamiento ético-político que logre cartografiar los múltiples procesos de subjetivación del capitalismo mundial integrado. No sólo para establecer líneas de fuga y máquinas creacionistas y liberadoras de los flujos de deseo, sino para señalar la importancia de componer estrategias de inmunización permanente de las líneas duras zombificantes. Nunca se sabe cuándo puede aparecer un nuevo desodorante.
Referencias
Filmográficas
Andrew Currie: Fido, 2006, Canada.
Boyle Danny: 28 Days Later..., 2002, EEUU.
Cahn Edward L.: Invisible Invaders, 1959, EEUU.
Halperin Victor: White Zombie, 1932, EEUU.
Lawrence Francis: I Am Legend, 2007, EEUU.
Romero George A.: Night of the Living Dead, 1968, EEUU.
Romero George A.: Dawn of the dead, 1978, EEUU.
Savini Tom: Night of the Living Dead (remake), 1990, EEUU.
Slade David: 30 Days of Night, 2007, EEUU.
Snyder Zack: Dawn of the dead (remake), 2004, EEUU.
Wood Jr Edward D.: Plan 9 from the outer space, 1959, EEUU.
Bibliográficas
Deleuze, G., Guattari, F.: Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. Pre-Textos. 1980.
Foucault, M.: Historia de la Sexualidad. Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI. 1977.
Guattari, F.: Caosmosis. Manantial. 1996.
, Rolnik, S.: Micropolítica. Cartografías del deseo. Tinta Limón. Traficantes de Sueños. 2005.
LO POSTHUMANO COMO CAMPO DE ACCIONES ESTÉTICO POLÍTICAS INSTITUYENTES
Presentado en la I Jornada sobre Discursos Sociales, Ideología Y Cultura Popular. UNLAM, 16 y 17 de setiembre de 2010
¿Saben? Tengo la extraña sensación de haber visto esto antes
¿Por qué? Porque soy un cavernícola
¿Por qué? Porque tengo ojos en la nuca
¿Por qué? Es el calor. Prepárense
Este es el tiempo. Y esta es la memoria del tiempo
Laurie Anderson Desde el aire
Ritornelos de viajes…
…pues de viajar se trata, antes que de vacacionar. Las vacaciones componen la otra cara de la moneda del trabajo explotado; descansar, desenchufarse – como si fuera posible o siquiera recomendable – para volver a la segmentaridad dura del prosumidor, foco de identificación molar inmanente a la subjetividad poscapitalística. He aquí una de las primeras tareas que componen un paradigma estético, siguiendo las propuestas de Félix Guattari en Caosmosis: fugar de la lógica de las identidades para activar procesos de subjetivación mutantes y devenires inauditos.
El museo nacional de etnografía y folklore ubicado en La Paz exhibe cientos de mantos de diferentes colores, motivos, texturas y materiales. No todos los mantos son llamados aguayos, como suele creerse. Cada uno de ellos tiene no sólo un uso y una función específicos, sino que diagraman uno de los planos que componen los procesos de subjetivación quechua, aymara y kolla, entre muchas otras etnias. Dichos procesos dan cuenta de maquinaciones semióticas a-significantes – en los mantos no hace falta leer ni interpretar nada – los colores y las líneas hacen de cada manto un territorio a través del cual una multiplicidad de agenciamientos colectivos de enunciación mapean una relación con la tierra, los animales no humanos, el trabajo, la sexualidad…en términos de Guattari, establecen los Territorios Existenciales de una serie de etnias que no pueden ser sobrecodificadas por la dogmática occidental a través de una lógica de las identidades. La prevalencia de colores oscuros por sobre los motivos geométricos expresa la relación que establecen los diversos procesos de subjetivación de las regiones andino-bolivianas con el Caos, cuya traducción del aymara – chaxrusqa kanan tian – implica una suerte de imperativo antikantiano: tiene que ser desordenado. Una vinculación que denota la composición de Universos Virtuales donde la ontología de lo caótico es efecto de una multiplicidad de devenires que tienen que producir desorden, no se advierte una concepción dramática ni esclerosante del Caos. Por el contrario, lo caótico es creación a partir de singularidades, mutaciones y desestratificaciones permanentes e inacabadas.
Por ello resulta tramposa la invocación – mayormente desde el humanismo bienpensante occidental – a recuperar las identidades de los llamados pueblos originarios: ha sido precisamente la lógica identitaria uno de los sustratos que legitimó en la región sudamericana un proceso de colonización que derivó en el extermino de cien millones de personas en los últimos quinientos años. La semiotización despótica del régimen de signos significante cumplió una función determinante, territorializado en el aparato de captura evangelizador: indio remite a sin dios, un dato curioso si se releva el politeísmo de los pueblos autóctonos de la región; salvajes como par de oposición de los civilizados europeos, aborígenes como denotación de un origen ausente que debe ser construido por el colonizador…de allí que la noción de identidad – en consonancia con la de cultura – resulte un concepto reaccionario. En palabras de Guattari, cada vez que los utilizamos [se refiere a ambos conceptos] propagamos, sin percibirlos, modos de representación de la subjetividad que la reifican y que con eso no nos permiten dar cuenta de su carácter compuesto, elaborado, fabricado, de la misma forma que cualquier mercancía en el campo de los mercados capitalísticos (…) la concepción de una entidad reificada es correlativa a la noción de identidad cultural, que implica la pareja identidad-alteridad. En lugar de reificar una noción como la de la cultura de un grupo social, podríamos tal vez hablar, más convenientemente, de un agenciamiento de los procesos de expresión. (resaltado en el original, 2005: 101)
Los riesgos de la reificación no se restringen a posiciones reactivas o despóticas. El filósofo boliviano Juan José Bautista plantea la necesidad de incluir tanto a la modernidad como a la occidentalidad en los procesos de subjetivación de la región, para concretar el proyecto de un Estado Boliviano comunitario y plurinacional. A pesar de que ya tenemos en nuestra historia muchos elementos para pensar que Bolivia no es viable como nación moderna, lo cual no quiere decir que sea inviable en sí, sino viable, pero como transmoderna y posoccidental. (2010: 25) Resulta muy difícil contemplar que el Estado, en tanto institución moderna y occidental, definido por la materialización paradigmática de un aparato de captura y calcificación de las potencias de subjetivación colectivas y singularizantes, admita una composición comunitaria y plural. Y en el caso particular de la región boliviana, el mismo autor nos recuerda que los procesos históricos de composición de la subjetividad de la región han logrado fugar de la individuación, la familia y la propiedad privada, prescindiendo de toda formación estatal. Ha sido precisamente a nuestro entender la replicación de los estados nación en la región sudamericana la punta de lanza que posibilitó la licuefacción de una multiplicidad de agenciamientos y procesos de subjetivación colectivos, así como su posterior sobrecodificación a través del aparato de captura estatal y del modo de producción capitalista.
Luego de plantear la necesidad de una autocrítica intersubjetiva y comunitario-auto-reflexiva, porque el objeto a cambiar somos nosotros mismos como sujetos, o sea la subjetividad de todos y cada uno de nosotros (:143) Bautista apela a la noción aymara de nayajá para dar cuenta de una serie de subjetivaciones que podríamos calificar como preindividuales: esta palabra quiere decir “nosotros”, pero cuando dice nosotros, no se refiere solo a un grupo humano, sino a una “comunidad”, en la cual lo que está radicalmente contenido es la tierra (…) La palabra para designar al “yo”, en aymara es naya, que se podría traducir por el “yo individual”, pero que también quiere decir “nosotros”, la diferencia está en que la palabra naya, ya no está presupuesta necesariamente la comunidad, o sea la tierra, sino el nosotros en singular. Pero, contrariamente a la racionalidad occidental (el subrayado es nuestro) en el mundo andino lo primero y presupuesto, no es el yo, o sea naya, sino la comunidad, o sea la nayajá. (…) Primero es la comunidad, después, el nosotros, y luego recién el yo como individualidad comunitaria. (:144)
Nótese que siguiendo el paradigma estético de Guattari, es posible configurar la subjetividad aymara a partir de una multiplicidad de segmentos de subjetivación parcial – incluida la Tierra como parte de la comunidad – que prescinde tanto de una lógica identitaria jerarquizante como del binarismo que la sostiene como fundamento. La indiferenciación de los planos estéticos respecto de los económicos, políticos, ecológicos y sociales se advierte en la transversalidad que compone la Wiphala. De acuerdo a la descripción de Inka Waskar Chukiwanka, puede considerarse a la Wiphala como un agenciamiento colectivo, en el cual se territorializa, en términos de Guattari, la heterogénesis maquínica: el Pacha, un indivisible conjunto del espacio (sitio), tiempo (cronología), conducta (movimiento) y cuerpo (materia), se lo simboliza con la constelación Chakana, de los cuatro puntos cardinales, y es la base potencial para la explicación de la existencia del universo y de nuestro mundo. (2009:10)
Este pequeño ritornelo del encuentro con algunos procesos de subjetivación aymaras pretende deslindar el campo de lo posthumano de algunas perspectivas tecnofílicas – más propiamente transhumanas – que apuestan a un futuro idílico, como parte de la renegación de un pasado descartable por definición. Sin la materialidad de un cuerpo que envejece, lo humano circularía como una pura energía de pensamiento en los equipamientos informatizados tecnológico-virtuales. Por el contrario, lo posthumano establece con los cuerpos un vínculo de experimentación, donde se disuelve no sólo una lógica identitaria, sino también una lógica histórica de estratificación del tiempo en la tríada pasado-presente-futuro. Es posible un devenir aymara, eludiendo tanto la melancolización por un pasado mejor irrecuperable, como la cristalización identitaria en un ser aymara idealizado desde una segmentaridad dura occidental, pero sobre todo blanca, masculinizante y heterosexual. La apuesta por un paradigma estético posthumano supone la composición de subjetividades nómades, exteriores a binarismos de género, etnia o clase social. Conlleva la reactivación e intensificación de las catexis inconscientes de deseo y la fuga de las segmentaciones preconscientes, sea cual fuere la identidad y la cultura que conformen e instituyan.
Por ello, la noción de agenciamiento resultará clave en la diagramación de un paradigma estético posthumanista. Posibilita la fuga tanto de un estructuralismo que determina los movimientos, intensidades y dinámicas a posiciones preestablecidas por un elemento primordial – lenguaje, economía, clase – como de un idealismo dialectizante que impone una producción al infinito de negatividades intrínsecas a sus elementos, para componer una ontología interminable de la síntesis y la superación.
Planteado por Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, podríamos adjudicar la invención del concepto de agenciamiento al encuentro de dos cuerpos en proceso de fuga de la trascendencia, el fundamento, el Ser, el origen como unidad de medida de todas las cosas. Guattari, decidido a fugar de la institución psicoanalítica, tanto por el dogmatismo que ignora su concepción maquínica del inconsciente como por la pretendida neutralidad política de los managers de la Escuela Freudiana de París. Deleuze, dispuesto a devenir algo más que un filósofo reconocido por preñar de fuerzas activas el pensamiento instituido de algunos clásicos, o rescatar del olvido y la marginación a otros. La máquina deleuzeguattari comenzará denunciando a Edipo como uno de los aparatos de captura del deseo. Dentro de las críticas que recibió El Antiedipo, remarcaremos aquellas que denuncian su destrucción de lo humano. Dirá Cyrille Koupernik, citado por Francois Dosse en su Biografía Cruzada: aquello por lo que Deleuze reemplaza el Edipo – es decir, finalmente, por un deseo biológico anhumano, inhumano, protopersonal – me parece mucho más temible. Es la imagen en espejo de la entropía, que obsesionó a Freud (2009:264).
En Mil Mesetas asistimos a un diagrama de conceptos que enriquecen desde lo afirmativo las tareas esquizoanalíticas propuestas en El Antiedipo. Lejos de refugiarse en la vuelta a un humanismo respetuoso de las diferencias, asistimos al montaje de una máquina de pensamiento creativo, abierta y heterogénea que promueve devenires mujer, devenires animales, devenires música…una lógica rizomática de las multiplicidades, para la cual el agenciamiento aparece – según el mismo Deleuze – como la unidad de una obra singularmente heteróclita. Acordamos con Dosse respecto de la ventaja del agenciamiento para relacionar todas las formas de conexiones, incluyendo las del ámbito de lo no-humano, y liberar sus fuerzas. Alcanza con poner juntos elementos singulares y heterogéneos, y se dispone entonces de un agenciamiento particular (…) Todas las combinaciones son posibles entre máquinas técnicas, animales y humanos. Se trata siempre de procesos de subjetivación e individuación (…) En efecto, en el nivel de las relaciones de agenciamiento ya no hay distinción pertinente entre naturaleza y artificio. (:318)
El paradigma estético al que apuesta Guattari supone igualmente la instauración de líneas de fuga del aparato de captura humanista. Así como el esquizo ha soltado amarras con la individuación subjetiva, del mismo modo el análisis del Inconsciente deberá recentrarse sobre los procesos de subjetivación no humanos que yo califico de maquínicos, pero que son más que humanos, suprahumanos en un sentido nietzscheano. (1996:90)
Además de su composición inmanente a una multiplicidad de conexiones, acoplamientos y articulaciones entre elementos heterogéneos, un agenciamiento se materializa en un territorio determinado. El aparato de captura humanista resulta de la rigidización y homogeneización de sus componentes, conectado a su vez con una máquina binaria que jerarquiza y calcifica los procesos de subjetivación en pares de oposición. De allí que la apuesta por una estética posthumana resulte indiscernible de su territorialización en prácticas políticas instituyentes, sustentadas prima facie – aunque para nada se trate de fases o etapas cronológicas – en procesos desubjetivantes de las categorías ontológicas opositivas, sustrato de lo humano como instituido por antonomasia: hombre-mujer, femenino-masculino, hetero-homosexual, animal-humano, naturaleza-cultura…el campo social está plagado de binarismos que sostienen y legitiman la ficción de lo humano como un dato natural. El concepto de producción de subjetividad, además de disolver el binarismo Sujeto-Sociedad, desmonta igualmente la ficción que reduce los procesos de subjetivación al polo superestructural ideológico. No hay ideología, sólo agenciamientos colectivos de enunciaciones ideológizantes. En este sentido, asistimos en la actualidad a un conjunto de nuevas territorializaciones y sobrecodificaciones, que replican la axiomática capitalista de incorporación de todos los flujos que encuentra a su paso.
El posthumanismo compone por lo tanto una estética diagramada en función de una experimentación y mutación permanente de sus prácticas, sus discursos y sus estrategias. Una multiplicidad de máquinas creativas funcionando a través de disyunciones inclusivas, un arte de la fuga de los equipamientos que pugnan por la inclusión de las diferencias para homogeneizarlas en instancias reguladoras del deseo. De allí la desconfianza del posthumanismo hacia las instituciones, cuya función psíquica identitaria constituye uno de sus rasgos más temibles pero paradójicamente más demandados.
No se puede vivir sin instituciones, nos advierten para aplacarnos. Se puede vivir, y por qué no dejar de sobrevivir, sin estas instituciones. Permanente se conforman espacios institucionales bajo lógicas exteriores a las conformaciones instituidas. Lo humano constituye una producción histórica relativamente nueva, que contiene lo que los instituidos humanistas excluyen como extraño a sí mismo, desviaciones inhumanas: violencia, explotación o exterminio de formas de vida improductivas, perversión y miseria generalizadas, catástrofes ambientales y ecológicas. Consideramos que una perspectiva humanista constituye menos parte de la solución que parte del problema, pues lo humano – lejos de componer un dato biológico natural – es el producto de una multiplicidad de dispositivos disciplinarios y biopolíticos que se inician hace poco más de dos siglos. Una estética posthumanista compone mapas de posibles, efectuando a su vez conexiones micropolíticas con agenciamientos moleculares y devenires que se concretizan en el campo social. Una de las funciones primordiales de los montajes humanistas instituidos se sustenta en una maquinaria de hacer creer que su exterior es la barbarie, la nada, el fin. Hace de una ficción una Verdad. La apuesta posthumana consiste – antes que en sacarse la venda de los ojos, verdadera pretensión iluminista – en diversificar la máquina visual. Ojos en la nuca para vislumbrar devenires y maquinaciones comunitarias, preindividuales. Pero también ojos en las manos y en todo el cuerpo, para favorecer encuentros con otras miradas y otros modos menos humanos de estar en el mundo.
Bibliografía
Bautista, J.J.: Crítica de la razón boliviana. Tercera edición. Rincón Ed. 2010. Bolivia.
Deleuze, G., Guattari, F.: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos. 1980.
Dosse, F.: Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada. FCE. 2009.
Guattari, F.: Psicoanálisis y tranversalidad. Siglo XXI. 1976.
Caosmosis. Manantial. 1996.
, Rolnik, S.: Micropolítica. Cartografías del deseo. Tinta Limón. 2005.
Inka Waskar Chukiwanka: Origen y constitución de la Wiphala. Edición Editada. 2009. Bolivia.
¿Saben? Tengo la extraña sensación de haber visto esto antes
¿Por qué? Porque soy un cavernícola
¿Por qué? Porque tengo ojos en la nuca
¿Por qué? Es el calor. Prepárense
Este es el tiempo. Y esta es la memoria del tiempo
Laurie Anderson Desde el aire
Ritornelos de viajes…
…pues de viajar se trata, antes que de vacacionar. Las vacaciones componen la otra cara de la moneda del trabajo explotado; descansar, desenchufarse – como si fuera posible o siquiera recomendable – para volver a la segmentaridad dura del prosumidor, foco de identificación molar inmanente a la subjetividad poscapitalística. He aquí una de las primeras tareas que componen un paradigma estético, siguiendo las propuestas de Félix Guattari en Caosmosis: fugar de la lógica de las identidades para activar procesos de subjetivación mutantes y devenires inauditos.
El museo nacional de etnografía y folklore ubicado en La Paz exhibe cientos de mantos de diferentes colores, motivos, texturas y materiales. No todos los mantos son llamados aguayos, como suele creerse. Cada uno de ellos tiene no sólo un uso y una función específicos, sino que diagraman uno de los planos que componen los procesos de subjetivación quechua, aymara y kolla, entre muchas otras etnias. Dichos procesos dan cuenta de maquinaciones semióticas a-significantes – en los mantos no hace falta leer ni interpretar nada – los colores y las líneas hacen de cada manto un territorio a través del cual una multiplicidad de agenciamientos colectivos de enunciación mapean una relación con la tierra, los animales no humanos, el trabajo, la sexualidad…en términos de Guattari, establecen los Territorios Existenciales de una serie de etnias que no pueden ser sobrecodificadas por la dogmática occidental a través de una lógica de las identidades. La prevalencia de colores oscuros por sobre los motivos geométricos expresa la relación que establecen los diversos procesos de subjetivación de las regiones andino-bolivianas con el Caos, cuya traducción del aymara – chaxrusqa kanan tian – implica una suerte de imperativo antikantiano: tiene que ser desordenado. Una vinculación que denota la composición de Universos Virtuales donde la ontología de lo caótico es efecto de una multiplicidad de devenires que tienen que producir desorden, no se advierte una concepción dramática ni esclerosante del Caos. Por el contrario, lo caótico es creación a partir de singularidades, mutaciones y desestratificaciones permanentes e inacabadas.
Por ello resulta tramposa la invocación – mayormente desde el humanismo bienpensante occidental – a recuperar las identidades de los llamados pueblos originarios: ha sido precisamente la lógica identitaria uno de los sustratos que legitimó en la región sudamericana un proceso de colonización que derivó en el extermino de cien millones de personas en los últimos quinientos años. La semiotización despótica del régimen de signos significante cumplió una función determinante, territorializado en el aparato de captura evangelizador: indio remite a sin dios, un dato curioso si se releva el politeísmo de los pueblos autóctonos de la región; salvajes como par de oposición de los civilizados europeos, aborígenes como denotación de un origen ausente que debe ser construido por el colonizador…de allí que la noción de identidad – en consonancia con la de cultura – resulte un concepto reaccionario. En palabras de Guattari, cada vez que los utilizamos [se refiere a ambos conceptos] propagamos, sin percibirlos, modos de representación de la subjetividad que la reifican y que con eso no nos permiten dar cuenta de su carácter compuesto, elaborado, fabricado, de la misma forma que cualquier mercancía en el campo de los mercados capitalísticos (…) la concepción de una entidad reificada es correlativa a la noción de identidad cultural, que implica la pareja identidad-alteridad. En lugar de reificar una noción como la de la cultura de un grupo social, podríamos tal vez hablar, más convenientemente, de un agenciamiento de los procesos de expresión. (resaltado en el original, 2005: 101)
Los riesgos de la reificación no se restringen a posiciones reactivas o despóticas. El filósofo boliviano Juan José Bautista plantea la necesidad de incluir tanto a la modernidad como a la occidentalidad en los procesos de subjetivación de la región, para concretar el proyecto de un Estado Boliviano comunitario y plurinacional. A pesar de que ya tenemos en nuestra historia muchos elementos para pensar que Bolivia no es viable como nación moderna, lo cual no quiere decir que sea inviable en sí, sino viable, pero como transmoderna y posoccidental. (2010: 25) Resulta muy difícil contemplar que el Estado, en tanto institución moderna y occidental, definido por la materialización paradigmática de un aparato de captura y calcificación de las potencias de subjetivación colectivas y singularizantes, admita una composición comunitaria y plural. Y en el caso particular de la región boliviana, el mismo autor nos recuerda que los procesos históricos de composición de la subjetividad de la región han logrado fugar de la individuación, la familia y la propiedad privada, prescindiendo de toda formación estatal. Ha sido precisamente a nuestro entender la replicación de los estados nación en la región sudamericana la punta de lanza que posibilitó la licuefacción de una multiplicidad de agenciamientos y procesos de subjetivación colectivos, así como su posterior sobrecodificación a través del aparato de captura estatal y del modo de producción capitalista.
Luego de plantear la necesidad de una autocrítica intersubjetiva y comunitario-auto-reflexiva, porque el objeto a cambiar somos nosotros mismos como sujetos, o sea la subjetividad de todos y cada uno de nosotros (:143) Bautista apela a la noción aymara de nayajá para dar cuenta de una serie de subjetivaciones que podríamos calificar como preindividuales: esta palabra quiere decir “nosotros”, pero cuando dice nosotros, no se refiere solo a un grupo humano, sino a una “comunidad”, en la cual lo que está radicalmente contenido es la tierra (…) La palabra para designar al “yo”, en aymara es naya, que se podría traducir por el “yo individual”, pero que también quiere decir “nosotros”, la diferencia está en que la palabra naya, ya no está presupuesta necesariamente la comunidad, o sea la tierra, sino el nosotros en singular. Pero, contrariamente a la racionalidad occidental (el subrayado es nuestro) en el mundo andino lo primero y presupuesto, no es el yo, o sea naya, sino la comunidad, o sea la nayajá. (…) Primero es la comunidad, después, el nosotros, y luego recién el yo como individualidad comunitaria. (:144)
Nótese que siguiendo el paradigma estético de Guattari, es posible configurar la subjetividad aymara a partir de una multiplicidad de segmentos de subjetivación parcial – incluida la Tierra como parte de la comunidad – que prescinde tanto de una lógica identitaria jerarquizante como del binarismo que la sostiene como fundamento. La indiferenciación de los planos estéticos respecto de los económicos, políticos, ecológicos y sociales se advierte en la transversalidad que compone la Wiphala. De acuerdo a la descripción de Inka Waskar Chukiwanka, puede considerarse a la Wiphala como un agenciamiento colectivo, en el cual se territorializa, en términos de Guattari, la heterogénesis maquínica: el Pacha, un indivisible conjunto del espacio (sitio), tiempo (cronología), conducta (movimiento) y cuerpo (materia), se lo simboliza con la constelación Chakana, de los cuatro puntos cardinales, y es la base potencial para la explicación de la existencia del universo y de nuestro mundo. (2009:10)
Este pequeño ritornelo del encuentro con algunos procesos de subjetivación aymaras pretende deslindar el campo de lo posthumano de algunas perspectivas tecnofílicas – más propiamente transhumanas – que apuestan a un futuro idílico, como parte de la renegación de un pasado descartable por definición. Sin la materialidad de un cuerpo que envejece, lo humano circularía como una pura energía de pensamiento en los equipamientos informatizados tecnológico-virtuales. Por el contrario, lo posthumano establece con los cuerpos un vínculo de experimentación, donde se disuelve no sólo una lógica identitaria, sino también una lógica histórica de estratificación del tiempo en la tríada pasado-presente-futuro. Es posible un devenir aymara, eludiendo tanto la melancolización por un pasado mejor irrecuperable, como la cristalización identitaria en un ser aymara idealizado desde una segmentaridad dura occidental, pero sobre todo blanca, masculinizante y heterosexual. La apuesta por un paradigma estético posthumano supone la composición de subjetividades nómades, exteriores a binarismos de género, etnia o clase social. Conlleva la reactivación e intensificación de las catexis inconscientes de deseo y la fuga de las segmentaciones preconscientes, sea cual fuere la identidad y la cultura que conformen e instituyan.
Por ello, la noción de agenciamiento resultará clave en la diagramación de un paradigma estético posthumanista. Posibilita la fuga tanto de un estructuralismo que determina los movimientos, intensidades y dinámicas a posiciones preestablecidas por un elemento primordial – lenguaje, economía, clase – como de un idealismo dialectizante que impone una producción al infinito de negatividades intrínsecas a sus elementos, para componer una ontología interminable de la síntesis y la superación.
Planteado por Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, podríamos adjudicar la invención del concepto de agenciamiento al encuentro de dos cuerpos en proceso de fuga de la trascendencia, el fundamento, el Ser, el origen como unidad de medida de todas las cosas. Guattari, decidido a fugar de la institución psicoanalítica, tanto por el dogmatismo que ignora su concepción maquínica del inconsciente como por la pretendida neutralidad política de los managers de la Escuela Freudiana de París. Deleuze, dispuesto a devenir algo más que un filósofo reconocido por preñar de fuerzas activas el pensamiento instituido de algunos clásicos, o rescatar del olvido y la marginación a otros. La máquina deleuzeguattari comenzará denunciando a Edipo como uno de los aparatos de captura del deseo. Dentro de las críticas que recibió El Antiedipo, remarcaremos aquellas que denuncian su destrucción de lo humano. Dirá Cyrille Koupernik, citado por Francois Dosse en su Biografía Cruzada: aquello por lo que Deleuze reemplaza el Edipo – es decir, finalmente, por un deseo biológico anhumano, inhumano, protopersonal – me parece mucho más temible. Es la imagen en espejo de la entropía, que obsesionó a Freud (2009:264).
En Mil Mesetas asistimos a un diagrama de conceptos que enriquecen desde lo afirmativo las tareas esquizoanalíticas propuestas en El Antiedipo. Lejos de refugiarse en la vuelta a un humanismo respetuoso de las diferencias, asistimos al montaje de una máquina de pensamiento creativo, abierta y heterogénea que promueve devenires mujer, devenires animales, devenires música…una lógica rizomática de las multiplicidades, para la cual el agenciamiento aparece – según el mismo Deleuze – como la unidad de una obra singularmente heteróclita. Acordamos con Dosse respecto de la ventaja del agenciamiento para relacionar todas las formas de conexiones, incluyendo las del ámbito de lo no-humano, y liberar sus fuerzas. Alcanza con poner juntos elementos singulares y heterogéneos, y se dispone entonces de un agenciamiento particular (…) Todas las combinaciones son posibles entre máquinas técnicas, animales y humanos. Se trata siempre de procesos de subjetivación e individuación (…) En efecto, en el nivel de las relaciones de agenciamiento ya no hay distinción pertinente entre naturaleza y artificio. (:318)
El paradigma estético al que apuesta Guattari supone igualmente la instauración de líneas de fuga del aparato de captura humanista. Así como el esquizo ha soltado amarras con la individuación subjetiva, del mismo modo el análisis del Inconsciente deberá recentrarse sobre los procesos de subjetivación no humanos que yo califico de maquínicos, pero que son más que humanos, suprahumanos en un sentido nietzscheano. (1996:90)
Además de su composición inmanente a una multiplicidad de conexiones, acoplamientos y articulaciones entre elementos heterogéneos, un agenciamiento se materializa en un territorio determinado. El aparato de captura humanista resulta de la rigidización y homogeneización de sus componentes, conectado a su vez con una máquina binaria que jerarquiza y calcifica los procesos de subjetivación en pares de oposición. De allí que la apuesta por una estética posthumana resulte indiscernible de su territorialización en prácticas políticas instituyentes, sustentadas prima facie – aunque para nada se trate de fases o etapas cronológicas – en procesos desubjetivantes de las categorías ontológicas opositivas, sustrato de lo humano como instituido por antonomasia: hombre-mujer, femenino-masculino, hetero-homosexual, animal-humano, naturaleza-cultura…el campo social está plagado de binarismos que sostienen y legitiman la ficción de lo humano como un dato natural. El concepto de producción de subjetividad, además de disolver el binarismo Sujeto-Sociedad, desmonta igualmente la ficción que reduce los procesos de subjetivación al polo superestructural ideológico. No hay ideología, sólo agenciamientos colectivos de enunciaciones ideológizantes. En este sentido, asistimos en la actualidad a un conjunto de nuevas territorializaciones y sobrecodificaciones, que replican la axiomática capitalista de incorporación de todos los flujos que encuentra a su paso.
El posthumanismo compone por lo tanto una estética diagramada en función de una experimentación y mutación permanente de sus prácticas, sus discursos y sus estrategias. Una multiplicidad de máquinas creativas funcionando a través de disyunciones inclusivas, un arte de la fuga de los equipamientos que pugnan por la inclusión de las diferencias para homogeneizarlas en instancias reguladoras del deseo. De allí la desconfianza del posthumanismo hacia las instituciones, cuya función psíquica identitaria constituye uno de sus rasgos más temibles pero paradójicamente más demandados.
No se puede vivir sin instituciones, nos advierten para aplacarnos. Se puede vivir, y por qué no dejar de sobrevivir, sin estas instituciones. Permanente se conforman espacios institucionales bajo lógicas exteriores a las conformaciones instituidas. Lo humano constituye una producción histórica relativamente nueva, que contiene lo que los instituidos humanistas excluyen como extraño a sí mismo, desviaciones inhumanas: violencia, explotación o exterminio de formas de vida improductivas, perversión y miseria generalizadas, catástrofes ambientales y ecológicas. Consideramos que una perspectiva humanista constituye menos parte de la solución que parte del problema, pues lo humano – lejos de componer un dato biológico natural – es el producto de una multiplicidad de dispositivos disciplinarios y biopolíticos que se inician hace poco más de dos siglos. Una estética posthumanista compone mapas de posibles, efectuando a su vez conexiones micropolíticas con agenciamientos moleculares y devenires que se concretizan en el campo social. Una de las funciones primordiales de los montajes humanistas instituidos se sustenta en una maquinaria de hacer creer que su exterior es la barbarie, la nada, el fin. Hace de una ficción una Verdad. La apuesta posthumana consiste – antes que en sacarse la venda de los ojos, verdadera pretensión iluminista – en diversificar la máquina visual. Ojos en la nuca para vislumbrar devenires y maquinaciones comunitarias, preindividuales. Pero también ojos en las manos y en todo el cuerpo, para favorecer encuentros con otras miradas y otros modos menos humanos de estar en el mundo.
Bibliografía
Bautista, J.J.: Crítica de la razón boliviana. Tercera edición. Rincón Ed. 2010. Bolivia.
Deleuze, G., Guattari, F.: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos. 1980.
Dosse, F.: Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada. FCE. 2009.
Guattari, F.: Psicoanálisis y tranversalidad. Siglo XXI. 1976.
Caosmosis. Manantial. 1996.
, Rolnik, S.: Micropolítica. Cartografías del deseo. Tinta Limón. 2005.
Inka Waskar Chukiwanka: Origen y constitución de la Wiphala. Edición Editada. 2009. Bolivia.
BIOPODER TECNOLÓGICO Y PROCESOS DE CYBORGIZACIÓN
Presentado en el I Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. 22, 23 y 24 de noviembre de 2010
Cuando planteara el concepto de biopoder para dar cuenta de una mutación sociopolítica clave en el siglo XVIII, probablemente Michel Foucault no hubiera imaginado hasta qué punto su analítica se vería no sólo materializada en el presente, sino alcanzando gradientes de exacerbación y proliferación que tornarían la biopolítica foucaultiana de los setentas – tomando las palabras de Donna Haraway – en una “fláccida premonición” . En el mismo sentido, puede aseverarse que las sociedades de control exploradas por Gilles Deleuze en los noventas – si bien consiguen vislumbrar nuevas modulaciones en los dispositivos de poder y en sus procesos inmanentes de subjetivación – relega las determinaciones tecnológicas a una función instrumental o accesoria de las prácticas y discursos hegemónicos. Como Foucault predijera, podemos aseverar que el siglo XXI transcurre deleuzianamente, más aún de lo que ambos hubieran imaginado.
Recién iniciada la segunda década del siglo XXI, podemos afirmar que las condiciones de producción social se encuentran en una fase de descomposición nunca antes vista. Los equipamientos institucionales que se han definido clásicamente como conformaciones ligadas a lo estable, lo continuo y lo estructurado, se reconfiguran como territorios donde lo incierto es la norma. Consecuentemente, las herramientas de análisis conceptuales y metodológicas clásicas del institucionalismo quedan danzando en el vacío de los artefactos vetustos, más acá de los diversos obstáculos epistemológicos, pues las caducidades de las maquinarias de pensamiento se comprueban en la inmanencia de situaciones concretas, ya materializadas.
Pero comencemos por las condiciones de posibilidad históricas que han producido las problemáticas actuales, retomando ciertas nociones para modelizarlas diferencialmente, desde un principio de inmanencia como eje vertebrador del análisis.
Foucault introduce la noción de biopolítica en el marco de su historia de la sexualidad, continuando su análisis crítico de los procesos de subjetivación, entendidos como efectos de una multiplicidad de dispositivos de producción de discursos y prácticas sobre los cuerpos y las maquinaciones deseantes. La biopolítica de las poblaciones constituye uno de los dos polos a través de los cuales se materializa el poder sobre la vida, parte de la transición de las sociedades de soberanía – en las cuales prevalece el derecho de hacer morir o dejar vivir – a las sociedades disciplinarias, donde la ecuación se invierte por el poder de hacer vivir o de rechazar hacia la muerte. Hasta el siglo XVIII, era el polo de las anatomopolíticas del cuerpo el que conformaba predominantemente un extenso entramado de discursos disciplinarios, que cumplían una función científico-legitimadora de nuevas instituciones en las sociedades de la Europa clásica. El manicomio, la escuela, la familia nuclear burguesa, la fábrica y la cárcel serán los espacios modernos de normalización y segregación. La transición hacia la biopolítica de las poblaciones remite a una serie de mecanismos reguladores de control social, efectuando una estratificación inédita del cuerpo como especie. En este nuevo contexto, la sexualidad deviene objeto de la ciencia, estrechamente vinculado con las tasas de natalidad y mortalidad, el higienismo, las epidemiologías y otros dispositivos de control social difuso y continuo sobre la vida toda. El panóptico focalizado en grupos de riesgo específicos deviene una suerte de Big Brother global. Esta mutación histórica conlleva una nueva generación de anormales y desviados, especialmente aquellos nuevos perversos cuyas prácticas sexuales no resultan funcionales al incipiente modo de producción social capitalista.
La estrecha vinculación de los dispositivos de control y regulación biopolíticos reseñados por Foucault con las sociedades de control deleuzianas se articula en dispositivos tentaculares de poder sobre todos los aspectos de la vida. Las modalidades de consumo, el uso del tiempo libre, la gestión de los placeres y los deseos, el uso de los cuerpos y sus múltiples experimentaciones en la esfera íntima. Todo se vuelve analizable o psiquiatrizable, a través del auge de la farmacología y la producción de drogas de diseño. Las mutaciones principales en los aparatos de captura de las sociedades de control, que determinarán los nuevos procesos de subjetivación, consisten en modulaciones permanentes y fluctuantes que difuminan las segmentaciones y saltos progresivos de las sociedades disciplinarias. El trabajo, la formación, la salud y el consumo disuelven al individuo y lo reducen a un cifrado, parte de un sistema de códigos de acceso condicionado pero continuo. La empresa managerial - tecnológica de servicios informatizada constituye el equipamiento institucional distintivo de las sociedades de control, una suerte de analizador social del capitalismo mundial integrado, tomando la definición de Guattari para referirse al carácter planetario del control sobre todas las actividades humanas.
La lógica de gestión managerial se propaga igualmente al cuerpo social global, su lógica de formación permanente como base de la competitividad infecta las instituciones educativas, laborales, deportivas y sanitarias, modificando la circulación por los espacios y la administración de los tiempos. La subjetividad moderna de las sociedades disciplinarias, así como las instituciones que funcionaran como soporte de aquellas, atraviesan una fase de dispersión y disolución irreversibles.
Se advertirá que dicha mutación sociohistórica no hubiera sido posible sin los vertiginosos avances y desarrollos tecnológicos acontecidos en las últimas décadas. Puede aseverarse que – siguiendo una lógica que se ajusta a las exploraciones de los autores reseñados – del mismo modo en que las sociedades disciplinarias produjeron sus discursos y sus prácticas, así como las instituciones legitimantes de un nuevo orden sociopolítico, las sociedades de control consisten en dos dinámicas de fuerzas complementarias: la dispersión o disolución de los equipamientos institucionales disciplinarios, junto con la composición simultánea de nuevas formas – discursivas, prácticas e institucionales – que remodelan los paisajes hacia un topos y un corpus instituido y rigidizado como pocas veces en la historia humana. La tarea urgente consiste en establecer las dinámicas de sus modos de conformación y funcionamiento, pero sobre todo sus desacoples e interferencias, sus puntos ciegos y sus líneas de fuga, pues como Deleuze nos propusiera, “no hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas”.
En este sentido, consideramos decisivos los desarrollos de Donna Haraway para la conformación de máquinas de guerra creativas en las sociedades de control del capitalismo posindustrial. Su manifiesto para cyborgs ha servido de inspiración para diversos movimientos políticos y estéticos, promoviendo igualmente la visibilización de minorías étnicas, culturales y genéricas. Haraway lleva al límite la conocida premonición de Foucault que anunciaba la “muerte del Hombre”. Pues no sólo Dios ha muerto, también el Hombre, como trazo en la coloratura que compone la disposición de saberes de la Modernidad Clásica, se encuentra en retirada.
Haraway realizará un análisis exhaustivo de los nuevos discursos y prácticas científico-experimentales que han posibilitado la progresiva disolución de lo humano. Las ciencias biológicas y sus acoplamientos con las ciencias sociales producirán una episteme que configura lo humano como campo de pruebas de la ingeniería genética y las biotecnologías. Citaremos a modo de “estudio de caso” una lectura realizada por este equipo de investigación, el “gran hallazgo” que sustenta la tesis principal del texto de Elliot Jacques, La Organización Requerida. El Instituto de Investigaciones de Ciencias Sociales y de la Conducta del Ejército norteamericano encarga un estudio controlado y sistemático de la complejidad mental humana, que se llevará a cabo en una compañía de Estados Unidos y otra de Australia, seguramente como grupo testigo. La principal conclusión que Jacques extrae de dicho experimento es que “la existencia de la jerarquía gerencial es un reflejo en la vida organizativa de etapas discontinuas en la índole de la capacidad humana”. Conclusión que sustentará el “gran hallazgo”(sic) de Jacques: “la necesidad de las jerarquías se explica por la propia naturaleza humana”. Los estudios de campo realizados por Pierre Clastres durante el siglo XX han demostrado exactamente lo contrario: las sociedades pueden prescindir del Estado, institución jerarquizante por excelencia, para su conformación y para la reproducción de sus condiciones de existencia .
Resultados similares arrojarán exploraciones realizadas en campo por sociobiólogas y antropólogas con algunas especies de primates. No sólo la necesidad de jerarquías que tanto pareciera tranquilizar a Jacques, sino que dichas jerarquías se conformarían a través de estratificaciones de género. Lo animal se humaniza tanto como lo humano se animaliza, produciendo la difuminación de una de las fronteras distintivas de la modernidad: aquella que binariza el mundo en el par Naturaleza-Cultura.
La traducción completa del genoma humano ha hecho no sólo de lo individuado un puro texto ya descifrado ; ha servido también para disolver la especificidad humana en un complejo biótico heterogéneo pero que diferencia en un uno por ciento el diseño genético humano respecto de una banana .
El biopoder ya no se materializa solamente en instituciones y discursos ejercidos sobre la vida toda. Los vertiginosos adelantos tecnológicos – como en el “caso Jacques”, iniciados a partir del encargo y financiamiento de los Estados a las áreas de investigación de las multinacionales armamentísticas – han posibilitado la emergencia de un biotecnopoder, que produce a escalas industriales nuevas formas de vida y modifica radicalmente los cuerpos y las subjetividades de las poblaciones.
Si los discursos legitimantes de saber-poder en las sociedades disciplinarias fueron las ciencias del hombre y la sociedad, los discursos inmanentes a las sociedades de control confluyen en las ciencias duras, altamente tecnificadas gracias a la aparición de “nuevas disciplinas” como la cibernética, la robótica, la genética y la informática. En este punto consideramos pertinente retomar una de las hipótesis de nuestro proyecto de investigación, aquella que sostiene que “la producción de vida, la robotización y la informatización de la producción constituyen la tríada sobre la que se sustentan las biotecnologías, una de las territorializaciones tecnocientíficas de mayor impacto y menos exploradas en el campo social global” .
La apuesta de Haraway por cyborgizar los procesos de subjetivación contemporáneos puede considerarse como una de las nuevas armas que Deleuze reclamara como necesarias, una de las nuevas formas posibles de lo poshumano. La figura del cyborg es mucho más que un mito ficcional, es parte de la concepción de Haraway de la política como ficción y de la ficción como productora de realidad social.
Desde un posicionamiento materialista, feminista y socialista, Haraway comenzará por marcar los límites de los feminismos instituidos – en una tarea que comparte con otras autoras, como Judith Butler o Beto Preciado – revelando una serie de contradicciones internas en los estudios críticos de género, que acaban resultando funcionales a una nueva forma de estratificación social binaria que sólo ha desplazado el par hombre-mujer hacia conformaciones más blandas pero mortíferas para las mujeres. En este sentido, el cyborg será una criatura en un mundo postgenérico, donde lo femenino o lo masculino no serán sometidos a crítica sino lisa y llanamente ignorados. Las identidades en proceso de hibridación permanente planteadas por Rosi Braidotti se articulan con los procesos de cyborgización de Haraway, que se sirve de esta figura también para disolver las polaridades modernas que instituyeron los pares Naturaleza-Cultura, Hombre-Máquina y Hombre-Animal.
Todos somos cyborgs, plantea Haraway. A resguardo de cualquier recaída idealista en la lógica identitaria, preferimos hablar de procesos de cyborgización como una de las líneas de fuga posibles de los modos humanistas de subjetivación. Fuga que nos previene igualmente de los maniqueísmos tecnofílicos de las corrientes transhumanistas y de las melancolizaciones de las posturas tecnofóbicas, que postulan el regreso a una Naturaleza que – como ha intentado mostrarse en este trabajo – a consistido menos en el descubrimiento de un mundo prehumano desconocido que en una construcción binarizante del Humanismo occidental.
Una digresión “antropológica” para insistir en este punto: la cultura yámana de Tierra del Fuego no convivía armónicamente con la Naturaleza: componían una maquinaria más amplia con las lengas y los ñires, el mar y la tierra, los crustáceos y los lobos de mar. Sobrevivían a las bajísimas temperaturas untándose – ¿haciéndose? – los cuerpos con la grasa de los lobos marinos con los cuales también se alimentaban y confeccionaban lanzas y collares. Pero sobre todo gracias a una planificación comunitaria en las tasas de natalidad que mantenía estable tanto su concentración demográfica como la de las otras especies que cohabitaban el mismo territorio. La llegada del hombre blanco – remarcamos aquí no sólo una cuestión étnica sino también genérica – no trajo sólo las enfermedades de occidente para las cuales los yámanas carecían de anticuerpos. Instituyó además el más temible aparato de captura producido jamás: la binarización del territorio en una Naturaleza pasible de ser conquistada y sustraída, contracara de una Cultura occidental basada en el progreso y la racionalidad industrial taylorista. La cultura yámana es hoy un recuerdo en los museos de Ushuaia; los lobos marinos fueron casi exterminados, reduciéndose su población en un noventa por ciento. Bella humanitas!
La cyborgización consistiría – tomando la salida poshumana planteada por Franco Berardi al falso dilema humano-inhumano – en una estrategia de up grading permanente, una reactualización continua de apropiación activa de los dispositivos de control del capitalismo mundial integrado . Las líneas de fuga de la Modernidad fueron las revoluciones y las políticas de la resistencia al poder instituido. Reabsorbidas aquellas por la maquinaria capitalista, las líneas de apertura de la posmodernidad se conforman como una estética de la fuga que apuesta a la creación inacabada de multiplicidad de prácticas y saberes locales, situados e inmanentes a una lógica molecular. Una estética que resulta solidaria con una estrategia de proliferación y diversificación de las formas de experimentación de los cuerpos y sus intensidades, de los deseos y sus devenires.
Deleuze y Guattari sostenían que el deseo no buscaba la Revolución sino que era revolucionario casi por definición. Lo dicho ha derivado a veces en concepciones del deseo tan idealistas y representacionales como las del discurso psicoanalítico. Si el deseo es producción antes que producto de una carencia originario-mítica, sus territorializaciones pueden componer tanto paisajes abiertos susceptibles de ser poblados por múltiples y heterogéneas manadas, como cristalizaciones y calcificaciones masificantes, plegadas sobre sí mismas en montajes paranoicos y zombificantes.
“Sólo cabe buscar nuevas armas”, nos impugnaba Deleuze. Más exactamente, se trata de crearlas. ¿Quién se afecta con la tarea?
Bibliografía
Aguilar García, T.: Ontología cyborg. El cuerpo en la nueva sociedad tecnológica. Gedisa. 2008.
Deleuze, G.: Conversaciones. Pre-textos. Valencia. 1996.
Deleuze, G. y Guattari, F.: Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos. 1980.
Foucault, M.: Historia de la sexualidad. Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI Argentina. 1977.
Guattari, F.: Caosmosis. Manantial. 1993.
Haraway, D.: Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Ediciones Cátedra. Universidad de Valencia. 1995.
Jacques, E.: La organización requerida. Un sistema integrado para crear organizaciones eficaces y aplicar el liderazgo gerencial en el siglo XXI. Granica. Management, Colección Master. 2000.
Cuando planteara el concepto de biopoder para dar cuenta de una mutación sociopolítica clave en el siglo XVIII, probablemente Michel Foucault no hubiera imaginado hasta qué punto su analítica se vería no sólo materializada en el presente, sino alcanzando gradientes de exacerbación y proliferación que tornarían la biopolítica foucaultiana de los setentas – tomando las palabras de Donna Haraway – en una “fláccida premonición” . En el mismo sentido, puede aseverarse que las sociedades de control exploradas por Gilles Deleuze en los noventas – si bien consiguen vislumbrar nuevas modulaciones en los dispositivos de poder y en sus procesos inmanentes de subjetivación – relega las determinaciones tecnológicas a una función instrumental o accesoria de las prácticas y discursos hegemónicos. Como Foucault predijera, podemos aseverar que el siglo XXI transcurre deleuzianamente, más aún de lo que ambos hubieran imaginado.
Recién iniciada la segunda década del siglo XXI, podemos afirmar que las condiciones de producción social se encuentran en una fase de descomposición nunca antes vista. Los equipamientos institucionales que se han definido clásicamente como conformaciones ligadas a lo estable, lo continuo y lo estructurado, se reconfiguran como territorios donde lo incierto es la norma. Consecuentemente, las herramientas de análisis conceptuales y metodológicas clásicas del institucionalismo quedan danzando en el vacío de los artefactos vetustos, más acá de los diversos obstáculos epistemológicos, pues las caducidades de las maquinarias de pensamiento se comprueban en la inmanencia de situaciones concretas, ya materializadas.
Pero comencemos por las condiciones de posibilidad históricas que han producido las problemáticas actuales, retomando ciertas nociones para modelizarlas diferencialmente, desde un principio de inmanencia como eje vertebrador del análisis.
Foucault introduce la noción de biopolítica en el marco de su historia de la sexualidad, continuando su análisis crítico de los procesos de subjetivación, entendidos como efectos de una multiplicidad de dispositivos de producción de discursos y prácticas sobre los cuerpos y las maquinaciones deseantes. La biopolítica de las poblaciones constituye uno de los dos polos a través de los cuales se materializa el poder sobre la vida, parte de la transición de las sociedades de soberanía – en las cuales prevalece el derecho de hacer morir o dejar vivir – a las sociedades disciplinarias, donde la ecuación se invierte por el poder de hacer vivir o de rechazar hacia la muerte. Hasta el siglo XVIII, era el polo de las anatomopolíticas del cuerpo el que conformaba predominantemente un extenso entramado de discursos disciplinarios, que cumplían una función científico-legitimadora de nuevas instituciones en las sociedades de la Europa clásica. El manicomio, la escuela, la familia nuclear burguesa, la fábrica y la cárcel serán los espacios modernos de normalización y segregación. La transición hacia la biopolítica de las poblaciones remite a una serie de mecanismos reguladores de control social, efectuando una estratificación inédita del cuerpo como especie. En este nuevo contexto, la sexualidad deviene objeto de la ciencia, estrechamente vinculado con las tasas de natalidad y mortalidad, el higienismo, las epidemiologías y otros dispositivos de control social difuso y continuo sobre la vida toda. El panóptico focalizado en grupos de riesgo específicos deviene una suerte de Big Brother global. Esta mutación histórica conlleva una nueva generación de anormales y desviados, especialmente aquellos nuevos perversos cuyas prácticas sexuales no resultan funcionales al incipiente modo de producción social capitalista.
La estrecha vinculación de los dispositivos de control y regulación biopolíticos reseñados por Foucault con las sociedades de control deleuzianas se articula en dispositivos tentaculares de poder sobre todos los aspectos de la vida. Las modalidades de consumo, el uso del tiempo libre, la gestión de los placeres y los deseos, el uso de los cuerpos y sus múltiples experimentaciones en la esfera íntima. Todo se vuelve analizable o psiquiatrizable, a través del auge de la farmacología y la producción de drogas de diseño. Las mutaciones principales en los aparatos de captura de las sociedades de control, que determinarán los nuevos procesos de subjetivación, consisten en modulaciones permanentes y fluctuantes que difuminan las segmentaciones y saltos progresivos de las sociedades disciplinarias. El trabajo, la formación, la salud y el consumo disuelven al individuo y lo reducen a un cifrado, parte de un sistema de códigos de acceso condicionado pero continuo. La empresa managerial - tecnológica de servicios informatizada constituye el equipamiento institucional distintivo de las sociedades de control, una suerte de analizador social del capitalismo mundial integrado, tomando la definición de Guattari para referirse al carácter planetario del control sobre todas las actividades humanas.
La lógica de gestión managerial se propaga igualmente al cuerpo social global, su lógica de formación permanente como base de la competitividad infecta las instituciones educativas, laborales, deportivas y sanitarias, modificando la circulación por los espacios y la administración de los tiempos. La subjetividad moderna de las sociedades disciplinarias, así como las instituciones que funcionaran como soporte de aquellas, atraviesan una fase de dispersión y disolución irreversibles.
Se advertirá que dicha mutación sociohistórica no hubiera sido posible sin los vertiginosos avances y desarrollos tecnológicos acontecidos en las últimas décadas. Puede aseverarse que – siguiendo una lógica que se ajusta a las exploraciones de los autores reseñados – del mismo modo en que las sociedades disciplinarias produjeron sus discursos y sus prácticas, así como las instituciones legitimantes de un nuevo orden sociopolítico, las sociedades de control consisten en dos dinámicas de fuerzas complementarias: la dispersión o disolución de los equipamientos institucionales disciplinarios, junto con la composición simultánea de nuevas formas – discursivas, prácticas e institucionales – que remodelan los paisajes hacia un topos y un corpus instituido y rigidizado como pocas veces en la historia humana. La tarea urgente consiste en establecer las dinámicas de sus modos de conformación y funcionamiento, pero sobre todo sus desacoples e interferencias, sus puntos ciegos y sus líneas de fuga, pues como Deleuze nos propusiera, “no hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas”.
En este sentido, consideramos decisivos los desarrollos de Donna Haraway para la conformación de máquinas de guerra creativas en las sociedades de control del capitalismo posindustrial. Su manifiesto para cyborgs ha servido de inspiración para diversos movimientos políticos y estéticos, promoviendo igualmente la visibilización de minorías étnicas, culturales y genéricas. Haraway lleva al límite la conocida premonición de Foucault que anunciaba la “muerte del Hombre”. Pues no sólo Dios ha muerto, también el Hombre, como trazo en la coloratura que compone la disposición de saberes de la Modernidad Clásica, se encuentra en retirada.
Haraway realizará un análisis exhaustivo de los nuevos discursos y prácticas científico-experimentales que han posibilitado la progresiva disolución de lo humano. Las ciencias biológicas y sus acoplamientos con las ciencias sociales producirán una episteme que configura lo humano como campo de pruebas de la ingeniería genética y las biotecnologías. Citaremos a modo de “estudio de caso” una lectura realizada por este equipo de investigación, el “gran hallazgo” que sustenta la tesis principal del texto de Elliot Jacques, La Organización Requerida. El Instituto de Investigaciones de Ciencias Sociales y de la Conducta del Ejército norteamericano encarga un estudio controlado y sistemático de la complejidad mental humana, que se llevará a cabo en una compañía de Estados Unidos y otra de Australia, seguramente como grupo testigo. La principal conclusión que Jacques extrae de dicho experimento es que “la existencia de la jerarquía gerencial es un reflejo en la vida organizativa de etapas discontinuas en la índole de la capacidad humana”. Conclusión que sustentará el “gran hallazgo”(sic) de Jacques: “la necesidad de las jerarquías se explica por la propia naturaleza humana”. Los estudios de campo realizados por Pierre Clastres durante el siglo XX han demostrado exactamente lo contrario: las sociedades pueden prescindir del Estado, institución jerarquizante por excelencia, para su conformación y para la reproducción de sus condiciones de existencia .
Resultados similares arrojarán exploraciones realizadas en campo por sociobiólogas y antropólogas con algunas especies de primates. No sólo la necesidad de jerarquías que tanto pareciera tranquilizar a Jacques, sino que dichas jerarquías se conformarían a través de estratificaciones de género. Lo animal se humaniza tanto como lo humano se animaliza, produciendo la difuminación de una de las fronteras distintivas de la modernidad: aquella que binariza el mundo en el par Naturaleza-Cultura.
La traducción completa del genoma humano ha hecho no sólo de lo individuado un puro texto ya descifrado ; ha servido también para disolver la especificidad humana en un complejo biótico heterogéneo pero que diferencia en un uno por ciento el diseño genético humano respecto de una banana .
El biopoder ya no se materializa solamente en instituciones y discursos ejercidos sobre la vida toda. Los vertiginosos adelantos tecnológicos – como en el “caso Jacques”, iniciados a partir del encargo y financiamiento de los Estados a las áreas de investigación de las multinacionales armamentísticas – han posibilitado la emergencia de un biotecnopoder, que produce a escalas industriales nuevas formas de vida y modifica radicalmente los cuerpos y las subjetividades de las poblaciones.
Si los discursos legitimantes de saber-poder en las sociedades disciplinarias fueron las ciencias del hombre y la sociedad, los discursos inmanentes a las sociedades de control confluyen en las ciencias duras, altamente tecnificadas gracias a la aparición de “nuevas disciplinas” como la cibernética, la robótica, la genética y la informática. En este punto consideramos pertinente retomar una de las hipótesis de nuestro proyecto de investigación, aquella que sostiene que “la producción de vida, la robotización y la informatización de la producción constituyen la tríada sobre la que se sustentan las biotecnologías, una de las territorializaciones tecnocientíficas de mayor impacto y menos exploradas en el campo social global” .
La apuesta de Haraway por cyborgizar los procesos de subjetivación contemporáneos puede considerarse como una de las nuevas armas que Deleuze reclamara como necesarias, una de las nuevas formas posibles de lo poshumano. La figura del cyborg es mucho más que un mito ficcional, es parte de la concepción de Haraway de la política como ficción y de la ficción como productora de realidad social.
Desde un posicionamiento materialista, feminista y socialista, Haraway comenzará por marcar los límites de los feminismos instituidos – en una tarea que comparte con otras autoras, como Judith Butler o Beto Preciado – revelando una serie de contradicciones internas en los estudios críticos de género, que acaban resultando funcionales a una nueva forma de estratificación social binaria que sólo ha desplazado el par hombre-mujer hacia conformaciones más blandas pero mortíferas para las mujeres. En este sentido, el cyborg será una criatura en un mundo postgenérico, donde lo femenino o lo masculino no serán sometidos a crítica sino lisa y llanamente ignorados. Las identidades en proceso de hibridación permanente planteadas por Rosi Braidotti se articulan con los procesos de cyborgización de Haraway, que se sirve de esta figura también para disolver las polaridades modernas que instituyeron los pares Naturaleza-Cultura, Hombre-Máquina y Hombre-Animal.
Todos somos cyborgs, plantea Haraway. A resguardo de cualquier recaída idealista en la lógica identitaria, preferimos hablar de procesos de cyborgización como una de las líneas de fuga posibles de los modos humanistas de subjetivación. Fuga que nos previene igualmente de los maniqueísmos tecnofílicos de las corrientes transhumanistas y de las melancolizaciones de las posturas tecnofóbicas, que postulan el regreso a una Naturaleza que – como ha intentado mostrarse en este trabajo – a consistido menos en el descubrimiento de un mundo prehumano desconocido que en una construcción binarizante del Humanismo occidental.
Una digresión “antropológica” para insistir en este punto: la cultura yámana de Tierra del Fuego no convivía armónicamente con la Naturaleza: componían una maquinaria más amplia con las lengas y los ñires, el mar y la tierra, los crustáceos y los lobos de mar. Sobrevivían a las bajísimas temperaturas untándose – ¿haciéndose? – los cuerpos con la grasa de los lobos marinos con los cuales también se alimentaban y confeccionaban lanzas y collares. Pero sobre todo gracias a una planificación comunitaria en las tasas de natalidad que mantenía estable tanto su concentración demográfica como la de las otras especies que cohabitaban el mismo territorio. La llegada del hombre blanco – remarcamos aquí no sólo una cuestión étnica sino también genérica – no trajo sólo las enfermedades de occidente para las cuales los yámanas carecían de anticuerpos. Instituyó además el más temible aparato de captura producido jamás: la binarización del territorio en una Naturaleza pasible de ser conquistada y sustraída, contracara de una Cultura occidental basada en el progreso y la racionalidad industrial taylorista. La cultura yámana es hoy un recuerdo en los museos de Ushuaia; los lobos marinos fueron casi exterminados, reduciéndose su población en un noventa por ciento. Bella humanitas!
La cyborgización consistiría – tomando la salida poshumana planteada por Franco Berardi al falso dilema humano-inhumano – en una estrategia de up grading permanente, una reactualización continua de apropiación activa de los dispositivos de control del capitalismo mundial integrado . Las líneas de fuga de la Modernidad fueron las revoluciones y las políticas de la resistencia al poder instituido. Reabsorbidas aquellas por la maquinaria capitalista, las líneas de apertura de la posmodernidad se conforman como una estética de la fuga que apuesta a la creación inacabada de multiplicidad de prácticas y saberes locales, situados e inmanentes a una lógica molecular. Una estética que resulta solidaria con una estrategia de proliferación y diversificación de las formas de experimentación de los cuerpos y sus intensidades, de los deseos y sus devenires.
Deleuze y Guattari sostenían que el deseo no buscaba la Revolución sino que era revolucionario casi por definición. Lo dicho ha derivado a veces en concepciones del deseo tan idealistas y representacionales como las del discurso psicoanalítico. Si el deseo es producción antes que producto de una carencia originario-mítica, sus territorializaciones pueden componer tanto paisajes abiertos susceptibles de ser poblados por múltiples y heterogéneas manadas, como cristalizaciones y calcificaciones masificantes, plegadas sobre sí mismas en montajes paranoicos y zombificantes.
“Sólo cabe buscar nuevas armas”, nos impugnaba Deleuze. Más exactamente, se trata de crearlas. ¿Quién se afecta con la tarea?
Bibliografía
Aguilar García, T.: Ontología cyborg. El cuerpo en la nueva sociedad tecnológica. Gedisa. 2008.
Deleuze, G.: Conversaciones. Pre-textos. Valencia. 1996.
Deleuze, G. y Guattari, F.: Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos. 1980.
Foucault, M.: Historia de la sexualidad. Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI Argentina. 1977.
Guattari, F.: Caosmosis. Manantial. 1993.
Haraway, D.: Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Ediciones Cátedra. Universidad de Valencia. 1995.
Jacques, E.: La organización requerida. Un sistema integrado para crear organizaciones eficaces y aplicar el liderazgo gerencial en el siglo XXI. Granica. Management, Colección Master. 2000.
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