Glosario y bibliografía sobre Tiqqun
Ciudad sin sueño (1996)- E. Morente y Lagartija Nick
Este es el índice completamente discutible de algunos conceptos centrales de Tiqqun. Está hecho con pasajes literales que se limitan a condensar esa dificultad inicial de comprensión, nada más. Se ha intentado, pero es de todo punto imposible, una definición más técnica que ahorre la ambigüedad de tales conceptos. No existe ni un solo término esencial que pueda definirse neutralmente. Pretendo pues, de manera harto problemática, acotar una zona, una constelación polémica. De manera que este dudoso glosario apenas enmarca la discusión que debe seguir, si acaso la intensifica. Poned, por tanto, un signo de interrogación en cada uno de estos epígrafes.
-Bloom. Frente a Dédalus, Leopold Bloom es el personaje central del Ulises de Joyce. Representa la existencia "cualsea" (quodlibet) cuya insignificancia le permite asistir al devenir inmanente del mundo. Bloom mantiene también estrechos vínculos con la "existencia cualquiera" del comienzo de La comunidad que viene de Agamben, una indiferenciación, una "idiotez" muda que es el suelo de la singularidad humana. El Bloom de Tiqqun prolonga la alienación del "proletario" en Marx, del "espectador" en Debord -¿y Ortega?-, del "musulmán" de los Lager. Kafka, Walser y el Bartleby de Melville han analizado asimismo este último hombre, acentuando sus borrosos atributos. Con Bloom florece la niebla de la indecisión, máxima expresión de la seguridad en nuestro mundo radiante, idealmente despojado de experiencia.
Recuerda: 22'35, estación de Tribunal. Te cruzas con la bloomitud en ti mismo, observas los semblantes silenciosos de un vagón del Metro, esa disimulación compartida. La humanidad viaja agotada por el papel que representa a diario. Durante horas, han sostenido el guión y el decorado. El sujeto ha quedado reducido al teatro de sus atributos, una especie de potencia impotente: me llamo fulano de tal y existo. Es el estadio final de la separación y del Espectáculo, la normalización de la desposesión en un espectador puro. Esquivando la violencia de vivir en el consenso infinito, el hombre ha caído en esta flexibilidad cadavérica, en la disponibilidad total de un estado larvario. Hasta la depresión de Bloom es larvada. Se ha operado en él una mutación asombrosa por la que el individuo es al fin dividual: nunca sabes con quién estás, ni con qué Stimmung sales tú mismo a la calle, porque, para protegerte en este orden global formateado, has aprendido a flotar en la reserva. Es, dicen ellos, el fin de todos los hechizos: después de desencantar la tierra, le llega el turno el desencantamiento del Yo.
En el Espectáculo todos lo personajes se deslizan en el murmullo: I would prefer not to. En el mundo del siempre-igual no nos pudrimos más en la cárcel que en el Club Méditerranée: la vida está por doquier idénticamente ausente. Para compensar este desvanecimiento interno, se extiende por el páramo "social" un deseo constante de forma, un voluntarismo frenético de la identidad. Entre desocupados y agitados, entre advenedizos y parias vivimos en una oscilación infinitamente misteriosa. Inquilinos de una vida exiliada, practicamos una especie de turismo existencial. El inmigrante que no entiende el entorno es el epítome de nuestro estado normal. Bloom representa el fin del sujeto clásico y el de la objetividad. Sumido en una tonalidad afectiva sin referente, mendigo que no mendiga, encarna la "doble huida" del sujeto y del objeto. Lo real pende suspendido en la violencia autista de la neutralidad, en la erranza de lo idéntico y su eterno domingo: "Dondequiera que vayamos, llevamos en nosotros mismos el desierto del que somos el ermitaño" (TB, 23).
-Forma-de-vida. El Bloom es el hombre medio actual, confundido con su alienación. Humanidad espectral, vacante, ente crepuscular sin realidad ni yo, sobrevive como la pluralidad del vacío, lo indiferente. La política de desaparición defensiva nos lleva a permanecer en el Bloom, a ocultarnos en él, en su doble huida. Disolución sin clase, con la bloomitud el más inquietante de todos los huéspedes se ha instalado en los huesos, en nuestros nervios tardíos. Su indecisión perpetua, su ambivalencia representa la infinita sustituibilidad, la duda sin método ni esperanza de exterior. Personalización de masa, asociación masiva del aislamiento, la apertura extática del Bloom -ese Yo que es un Uno, ese Uno que es un Yo- es precisamente aquello contra lo cual se reinventa continuamente la ficción del individuo y su cuerpo. Pero sin esta ambivalencia del Bloom la mercancía no sería más que un principio puramente formal, si ningún contacto con lo real.
Entre el estruendo del Espectáculo, que quiere que habléis, y el silencio del Biopoder, que quiere que viváis, el Bloom es la eterna adolescencia de la humanidad. Pero encierra al mismo tiempo la más alta posibilidad. Precisamente porque es el hombre del nihilismo consumado, su destino consiste en operar la salida del nihilismo o perecer. En la medida en que no es un individuo, es el umbral de una posibilidad insólita. Y es temido por eso. La forma-de-vida es la polarización íntima de la "nuda vida" en que ha caído el Bloom, su clinamen, su atracción, su gusto. Tal inclinación puede ser conjurada o asumida. Aunque la asunción de una forma-de-vida no es solamente el saber de tal inclinación, sino el pensamiento de ésta. Pensamiento es lo que convierte la forma-de-vida en fuerza. Se trata de un abandono, una caída y una elevación, un movimiento y reposo en sí. No se relaciona con lo que yo soy, sino con el cómo, con cómo -¿Kant?- yo soy lo que soy. Se trata de ser fiel a la inclinación más que a los predicados, a la forma-de-vida como algo completamente distinto a la identidad formateada por "la sociedad".
En la medida en que intenta darle forma a la violencia de lo no elegido, la forma-de-vida es semejante tal vez a la Voluntad de Poder nietzscheana. Por eso dice Tiqqun que hasta la neutralidad es parte de ella, un partido más en el libre juego de las formas-de-vida. En última instancia, se trata de asumir la necesidad íntima de la contingencia, la eternidad de una finitud que carece de determinaciones externas. En todo caso, cada vez que ocurre, la muerte abre un boquete vergonzoso en el tejido biopolítico. El nihilismo consumado que, en realidad, lo único que ha consumado es la disolución de toda alteridad en una inmanencia circular ilimitada, siempre sufre ahí una derrota: en contacto con la muerte, la vida deja súbitamente de ser evidente. La reapropiación de la violencia comienza por acabar con la concepción de una muerte que sobrevendría al término. La muerte es cotidiana, es este empequeñecimiento continuo de nuestra presencia ante la imposibilidad de abandonarnos a nuestras inclinaciones. La Metafísica Crítica, la antropología negativa que permite invertir el Bloom, es "una física que reserva a cada ser su disposición al milagro" (IGC, 6).
Guerra civil. Libre juego de las formas-de-vida, es el principio de su co-existencia. Digamos que brota de una "naturaleza humana" para la cual no hay contrato social: Tiqqun, ciertamente, parece más cercano a Hobbes que a Rousseau. Al fin y al cabo, la violencia es aquello de lo que hemos sido desposeídos y de lo que hace falta reapropiarse para acabar con la hostilidad que ha crecido en este orbe climatizado. No hay sociedad, pero sí una ética de la guerra civil, una ética de la violencia. Guerra, pues, porque la eventualidad del enfrentamiento mutuo no puede ser nunca anulada. Civil porque las formas-de-vida no se enfrentan como Estados, sino como partidos, máquinas de guerra partisanas. Guerra civil porque ignora la separación entre nuda vida y existencia política.
Si el Estado moderno es la continuidad de la guerra civil por otros medios, el Imperio es su conjura global, su control homeostático. Controlar la guerra civil, neutralizarla, es la máxima aspiración del Estado. Precisamente, el bajo nivel de elaboración de la guerra civil en el seno de lo político ha llevado a la confusión sistemática entre hostis y enemigo. Toda forma-de-vida tiende a constituirse en comunidad. Cada cuerpo quiere agotar su forma-de-vida, dejarla muerta tras de sí y después pasa a otra. Ha ganado en espesor y en soltura: ha sabido desprenderse de una imagen de sí. Allí donde estaba la nuda vida ha de llegar a estar la forma-de-vida y esto significa invertir la biopolítica en política de la singularidad radical.
Por lo demás, formas-de-vida semejantes dan lugar a una comunidad anterior a toda decisión, a un encuentro que circula. No hay la comunidad, sino el acontecimiento comunitario, cuyo contagio se propaga. Llaman comunismo al movimiento real que elabora en todo lugar, en todo instante, la guerra civil. La máquina de guerra, existencia dedicada a su inclinación, es la única alternativa a la dicotomía entre Espectáculo y Biopolítica, entre ghetto y ejército, entre lentitud trágico-soviética y agitación cómico-grupuscular. Tiqqun no cree en la Revolución, sino en las revoluciones que comienzan con la huelga humana, la deserción, la secesión de la identidad reconocida. En efecto, todo reconocimiento en el Espectáculo no es más que reconocimiento del Espectáculo. "La guerra civil quiere decir solamente: el mundo es práctico; la vida, heroica, en todos sus detalles" (IGC, 104).
-Tiqqun. Es otro nombre de ese devenir-práctico del mundo, el proceso de revelación de toda cosa como práctica, esto es, en la significación inmanente de sus límites. El Tiqqun es que cada acto, cada conducta, cada enunciado, en tanto acontecimiento dotado de sentido, se inscriba por sí mismo en su metafísica propia, en su comunidad, en su partido. Tiqqun es la redención, la restauración de la unidad de sentido y vida. Es el devenir-real del mundo, el proceso de revelación de toda cosa como práctica: porque es, es verdadera, así, como ella es. Es la acción de devolver a cada hecho su propio cómo, de tomarlo incluso como únicamente real. El Bloom forma parte del Tiqqun, que abre una temporalidad interior a la historia y permite una reparación mesiánica de todas las cosas. Tal inversión de la finitud supone el encuentro con una crisis que recapitula el tiempo y lo abrevia en un ahora.
-Imperio. En contraste con el Estado moderno, el Imperio no niega la existencia de la guerra civil, simplemente la gestiona. De ahí el tono "popular" de este último capitalismo: es la gestión global de la guerra civil, del miedo al hobbesiano "estado de naturaleza". La misma policía, se dice, no está para poner orden, sino para gestionar el desorden. Así como la publicidad se muda en Espectáculo, la policía se convierte en Biopoder. Bajo el Imperio la diferencia entre la policía y la población se ha abolido. Cada ciudadano del Imperio puede, en todo momento, y en un grado de reversibilidad propiamente bloomesca, revelarse como un poli. Como el poder de coerción es el que la masa anónima ejerce sobre cada uno de sus elementos, la perfección del dispositivo de vigilancia reside en la ausencia de vigilantes. Es la conjuración masiva de toda forma-de-vida en una separación capilar, flexible, totalizadora e individuante a la vez. Por eso el individuo resulta dividido en su núcleo. Tal alianza de Espectáculo y Biopoder, tal atenuación internacional de las formas-de-vida, explica que el minusválido, más o menos equipado, represente el ideal de vida.
La deconstrucción es el único pensamiento compatible con el Imperio: disolver, descualificar cualquier intensidad. Bajo su apariencia fatua, tiene una función política precisa: hacer pasar por bárbaro a todo lo que se oponga resueltamente al imperio de la comunicación, por místico a quienquiera que tome su propia presencia como centro de energía de su revuelta, por fascista a cualquier consecuencia vivida del pensamiento. El Imperio nos coacciona incluso con su debilidad, puede su propia impotencia. Como está sostenido por la metafísica impersonal del Uno, no tiene afuera, no reconoce unas afueras que se le opongan. Su obesidad es mórbida, pues la extensión de su metástasis polariza incluso los territorios que no ocupa. Por tal razón el enemigo del Imperio es interior. Es el acontecimiento, todo lo que podría pasar, ese fondo durmiente que amenaza en cada Bloom bajo la forma del riesgo.
La fuerza del Imperio, y al mismo tiempo la frágil positividad de su mundo, proviene nada más que de la suspensión del Tiqqun. Como su mensaje es solamente la mediación indefinida, no necesita más contenido que la ilusión de que existe "la sociedad". No se opone a nosotros como un sujeto, sino como un medio que nos es hostil. Funciona así con la crisis y el estado de excepción como estilo regular, con la urgencia y la alarma del desastre como método normal. Basta con distraer al Bloom de sí mismo, gestionar su crisis larvada. La metafísica del Uno le presta al Bloom ideas, deseos y una subjetividad para que siga siendo la existencia muda en cuya boca el Espectáculo pone las palabras que quiere oír. De ahí se extiende un deseo general de forma para huir de la forma-de-vida. La alianza de nihilismo helado y formación de masas converge en una conminación social cada vez más desorbitada a "ser uno mismo". Gay, tecno, negro o chusma, sea lo que fuere, es preciso que Bloom sea algo, cualquier cosa antes que nada.
A diferencia del Estado de Derecho, el Imperio vive sin existencia jurídica. No la necesita, pues el control ha pasado de la Ley a las normas. El Uno garante de la proliferación reticular de las normas hace que el Imperio sea sólo el último resorte de cada situación. De ahí que pueda aliarse con alguna mafia local, incluso con tal o cual guerrilla. No importa quién controla con tal de que haya control. Bajo el régimen de la norma, nada es normal: todo está por normalizar. El imperio se presentará gustosamente como una red de la cual cada uno sería un nudo. La norma constituye entonces, en cada uno de sus nudos, el elemento de la conductividad social. Sin embargo, como no estamos tan despersonalizados como para conducir perfectamente los flujos sociales, "siempre estamos en falta con respecto a la norma" (IGC, 83).
Partido Imaginario. De un lado la nueva humanidad radiante, cuidadosamente formateada, transparente a todos los rayos del poder, idealmente despojada de experiencia, ausente de sí hasta el cáncer. Del otro, nosotros, esa masa de mundos infra-espectaculares, de parias intersticiales, existencias inconfesables de los que no se encuentran en la tibieza climatizada del paraíso imperial. Nosotros, éste es el plan de consistencia fragmentado del Partido Imaginario como expresión política de la negatividad, del accidente general que arrastra esta sociedad en conflictos parciales, sordos, aislados unos de otros. Este proceso es la otra cara del repliegue que es el Imperio. Al hacer del mundo un tejido biopolítico continuo, el Afuera ha pasado Adentro. El afuera de este mundo sin afuera es la discontinuidad durmiente alojada en los alvéolos de nuestra mundial radiación. Se trata del "enemigo cualquiera", una multiplicidad de prácticas que agujerean el Imperio. Tiqqun es solamente la fracción consciente y anónima de esas prácticas, de ese partido.
La esfera de la hostilidad no puede ser reducida más que extendiendo el dominio ético-político de la amistad y la enemistad. El devenir-real del Partido Imaginario no es más que la formación por contagio del plan de consistencia donde amistades y enemistades se despliegan libremente y se vuelven legibles. El agente del Partido Imaginario es aquel que, partiendo de donde se encuentra, de su posición, prosigue el proceso de polarización, de asunción diferencial de las formas-de-vida. Este proceso no es otro que el Tiqqun. La guerra civil se ha refugiado en todos, el Estado moderno ha puesto a cada cual en guerra contra sí mismo. El imperio, llevando a cabo su guerra a la guerra civil en todas partes, ha propagado en su lugar la hostilidad, aunque bajo el nombre de "economía". Indiferenciada, exenta de toda personalidad, la economía es el odio sordo por todo lo no ocurrido, lo que podría ocurrir. Sin embargo, conocida como existencia singular, cada cosa escapa a la esfera de la hostilidad, volviéndose amiga o enemiga. La ética de la guerra civil que se ha expresado así recibe también el nombre de Comité Invisible. Él marca una fracción determinada del Partido Imaginario, su polo revolucionario. Pero no se trata de una organización, sino de una sociedad abiertamente secreta, un nivel superior de lo real. Territorio metafísico de secesión que adquiere la amplitud de un mundo, el Comité Invisible es el espacio de juego cuya creación positiva puede cumplir la gran migración del mundo de la economía.
Ignacio Castro Rey. Madrid, 13 de febrero de 2009
Claire Fontaine, Consumption
Bibliografía para Tiqqun
La dificultad conceptual, la densidad filosófica y política de Teoría del Bloom e Introducción a la guerra civil es tal que haría inagotable una lista completa de todas las lecturas, directas e indirectas, que están detrás de los dos libros. Además, el contenido doctrinario de Tiqqun, su intento de hacer una "Summa" de la época y del pensamiento, tiene tantas referencias integradas que no sólo resultaría agotador ordenarlas y seguirlas, sino que sería algo profundamente ajeno a la intención de estos agitadores. El intento por parte de Tiqqun de diagnosticar y "superar" la metafísica occidental exige un tremendo esfuerzo intelectual, pero ahorra cualquier rodeo erudito por la historia de la crítica. Tiqqun no se dedica a eso. La cuestión clave es "fisiológica": atreverse a pensar de otro modo lo que nos rodea, esto es, a existir de otra manera.
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